Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


7 de junio de 2012

LOS DOS PACTOS


Davis y Clark

Es imposible comprender la ley sin reconocer primero que es un pacto hecho con una nación solamente. Pablo escribió, “Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley” (1ª Corintios 9:20).   Lo primero que aprendemos de este versículo es que Pablo estaba dirigiéndose a dos grupos, los judíos sujetos a la ley y las naciones gentiles que nunca estuvieron bajo la ley de Moisés. Dios dio la ley a Israel como un Pacto entre Él mismo y ellos solamente. Dios dijo a Moisés. “Escribe tú estas palabras; porque conforme a estas palabras he hecho pacto contigo y con Israel.” (Éxodo 34:27). La Ley fue el Pacto de Dios con Moisés e Israel, no con las naciones gentiles.

Los gentiles no pasaron por el Mar Rojo ni estuvieron al pie del Monte Sinaí cuando Moisés bajó con la ley grabada en tablas de piedra. Tampoco siguieron a Josué a través de las aguas partidas del Río Jordán a la tierra de la promesa. El Pacto Mosaico fue exclusivamente entre Moisés, Israel y Dios. Aunque los gentiles no estaban bajo la ley de Moisés, fueron incluidos en un pacto hecho con Abrahán cuatrocientos treinta años antes.

Pablo también se refirió a la ley como a un pacto con la Jerusalén natural. “Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud (Gálatas 4:24-25). Algunos hacen una disección de la ley de Moisés y las tradiciones de los padres judíos y dicen que como cristianos estamos bajo una, pero bajo la otra. Todo esto es palabrería. Como vemos arriba, Pablo deja claro que todo lo que baja de Sinaí (la ley de Moisés) y todo lo que es de Jerusalén (las tradiciones de los padres), son una misma cosa. Adherirse a una parte de ello es lo mismo que estar en esclavitud a todo ello.

¿Qué pasa con el otro Pacto? Solo hay dos pactos. Hoy los llamamos el “Antiguo Pacto” y el “Nuevo Pacto”, pero estas dos distinciones no son completamente exactas. Pablo se esforzó por mostrar a los Gálatas que el Nuevo Pacto en realidad era antiguo, un Pacto antiguo---el pacto confirmado antes por Dios en Cristo. ¿Cuándo? “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente,  la cual es Cristo. Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después no lo abroga, para invalidar la promesa.” (Gálatas 3:16,17).

Este pacto fue hecho con Abraham y su simiente (Cristo), cuatrocientos treinta años antes de que la ley fuera dada. Vemos así que el evangelio primero fue predicado a Abraham (Gálatas 3:8). El Pacto que Dios hizo con Abraham y su Simiente (Cristo) era el de bendecir a todas las naciones. Este Pacto fue más amplio en su alcance que el pacto Mosaico porque incluía a todo el mundo, y no solo a Israel.

El Pacto de Dios con Abraham nunca ha sido interrumpido ni se le ha añadido nada. Pablo escribió al respecto, “Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade.” (Gálatas 3:15). Por eso la ley no es una nota final al Pacto que Dios hizo con Abraham, sino que fue añadido entre paréntesis solo durante una porción breve de tiempo para llevar a la gente a Cristo, la Simiente a quién fue hecha la promesa. El Pacto de la ley permanece totalmente separado de la fe de Abraham, en la que permanecen ahora aquellos que confían en Cristo, como lo hizo él.

El pacto que comparten todos los creyentes hoy es en realidad el antiguo pacto que fue efectivo cuatrocientos treinta años antes de la ley. Fue nuevo solamente para los judíos que estaban bajo la ley cuando aceptaron a Cristo como su Mesías. Pablo llega a la conclusión de que los que son de Cristo  son la simiente de Abraham y herederos conforme a la promesa (lee Gálatas 3:29). Como mencionamos antes, Jesús dijo a los fariseos, “Abraham vio mi día y se regocijó”. Pablo aclara esto incluso más profundamente incluyendo a todos los creyentes con Isaac en el linaje de Abraham. “Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa. (Gálatas 4:28). Isaac nació como heredero. No hizo nada para heredar. Todo vino como don inmerecido de su padre. Lo mismo sucede con nosotros, que somos, como Isaac, hijos de la promesa.

Somos herederos de la promesa por la fe en Cristo. Respecto a este nacimiento y herencia, Pablo dice, “Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios.” (Romanos 2:28-29). Los que estamos en Cristo y tenemos la fe de Cristo somos la simiente de Abraham, no la simiente de Moisés. El Pacto bajo el que estamos en Cristo es anterior y posterior a la ley.

La ley que vino cuatrocientas treinta años después no puede anular o ayudar a la Promesa. La Promesa es tanto para el judío como para el gentil—todos los hombres y mujeres en Cristo. Simeón profetizó con el Cristo de niño en sus brazos, “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra;   Porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.” (Lucas 2:29-32).

¿Está esa ley en contra de las promesas? No. Entonces, ¿Puede la ley cumplir la promesa? Misma respuesta: No. La justicia no podía venir por la ley porque la ley no podía dar vida y porque no puede dar vida, no puede tampoco traer la bendición. La justicia y la vida están en conexión. No podemos tener uno sin el otro. EL don de la vida divina es el don de la justicia.  Recuerda, solo Dios es bueno y cuando Su Espíritu es impartido al creyente Su bondad es también dada. “Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre…” (Gálatas 5:22). Contra tales cosas no hay ley.

La bendición de Abraham que vino sobre todas las naciones no era la ley. Pablo escribió, “Cristo nos redimió de la maldición de la ley hecho por nosotros maldición, (porque escrito está: maldito todo el que es colgado en un madero: Para que en Cristo Jesús,  la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.” (Gálatas 3:13-14). La bendición de Abraham es el Espíritu que ahora es derramado sobre toda carne (lee Hechos 2). Dios dio la bendición de Abraham a toda carne, no la maldición de la ley.

            La Iglesia en Antioquia en contraste con la Iglesia en Jerusalén

La Iglesia en Antioquia fue la primera seña de que el Pacto de Dios con Abraham daba su fruto. Hallamos una evidencia clara de ello en el Libro de los Hechos. Nadie supo como sucedió, pero hubo una gloria expresión de la iglesia de Cristo brotando en Antioquia. La Iglesia de Antioquia era una iglesia gentil verdaderamente libre, dirigida puramente por el Espíritu. No eran gobernados por la ley sino por el Espíritu (la bendición de Abraham). Esta anomalía se convirtió en el rumor de la iglesia de Jerusalén. De acuerdo con Jacobo y todos los ancianos, la iglesia de Jerusalén comprendía a miles de judíos creyentes que eran “celosos de la ley” (lee Hechos 21:20).

La gran diferencia entres estas dos iglesias provocó una reunión en Jerusalén para discutir el asunto. El enfoque era si la ley podía aplicarse a los creyentes gentiles. ¡Gracias a Dios por Pedro, que saltó justo a tiempo! “Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.” (Hechos 15:7-11).

De acuerdo con Pedro, poner el yugo de la ley sobre el pueblo de Dios es tentar a Dios y ser culpable de exactamente lo mismo que hicieron los fariseos, es decir, cerrar el reino de los cielos a los hombres. “Mas ¡¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!! Porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando. ¡¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!! Porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación.” (Mateo 23:13-14). Hoy día cualquiera que anime a los hijos de Dios a guardar la ley está poniendo un yugo de esclavitud sobre ellos que nadie ha podido llevar jamás, consignándolos a una vida de miseria y fracaso. ¿Es ésta la bendición que Dios prometió a los descendientes de Abraham?

La Iglesia de Antioquia había recibido la bendición de Abraham sin las trampas de la ley.”Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.” (Gálatas 3:8). El gran conflicto de Israel era que se enorgullecieron en su peculiaridad como pueblo escogido de Dios, que no podía o simplemente no abrazaban el alcance e intención completos del Pacto Abrahámico. En lugar de ello, su posición exagerada los puso con frecuencia en directa oposición al Pacto Abrahámico, provocándoles la burla hacia aquellos a quienes Dios quería incluir. Hallaron su identidad el en Pacto Mosaico, convirtiéndoles en los únicos custodios de los oráculos de Dios, elevándoles por encima de los malditos gentiles. Israel se convirtió en un poderoso divino con las llaves para cerrar o admitir prosélitos dentro de su mancomunidad. Su instrumento de poder era la ley y hallaron un sentimiento de seguridad y de orgullo en el conocimiento de la misma. Despreciaron y maldijeron a los que no conocían la ley (Juan 7:49).

¿Por qué razón iban a estar dispuestos a perder tal poder a cambio de igualdad con los gentiles? Pero esto es precisamente lo que demandaba el evangelio predicado antes a Abraham, porque proclamaba bendición a todas las naciones. Si, ni siquiera el evangelio es nuevo. También es anterior a la ley puesto que le fue predicado antes a Abraham.

Si somos honestos con nosotros mismos tenemos que admitir que una clase similar de elitismo cierra el reino de los cielos hoy día, al tomar a quienes Dios ha unido en gloriosa unidad, y separarlos en clases, divididas por credenciales y banderines. En una esquina tendrás la nación bautista, en otra la luterana y otra en otra nación.

Cristo y todos los creyentes verdaderos son un Espíritu. En la terminología de Adán, son “hueso de Su hueso y carne de Su carne”. Los dos serán uno, y como el esposo y la esposa, serán una sola carne. “El que se une al Señor, un Espíritu es con Él” (1ª Corintios 6:16-17).

Las palabras que Jesús uso para describir el horror de hacer algo para separar al marido y a la esposa se aplican a Él y a su Esposa, la iglesia. “Por tanto, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.” (Marcos 10:9).

                                              
De la Ley al Reposo - Davis y Clark

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Matthew Henry