John Wesley
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es (II Corintios 5: 17).
I. 1. ¿Existe pues, el pecado en aquel que está en Cristo? ¿Permanece en los que creen en El? ¿Queda algún pecado en aquellos que son nacidos de Dios o están enteramente libres de toda trasgresión? No se figure ninguno que esta es una cuestión de mera curiosidad o que importe poco decirla de un modo o de otro. Al contrario, es un asunto de la mayor importancia para todos los verdaderos cristianos, puesto que de su solución depende mucho su felicidad presente y futura.
2. No sé que se haya discutido en la iglesia primitiva, y a la verdad que no había razón para ello, puesto que todos los cristianos estaban de acuerdo en este punto, y, según puedo juzgar por los escritos que nos han quedado de aquellos tiempos, los cristianos primitivos en su totalidad declaran a una voz que aun los creyentes en Cristo tienen que luchar tanto con la carne y la sangre, con la naturaleza pecaminosa, como con “los principados y potestades,” hasta que llegan a confortarse “en el Señor y en la potencia de su fortaleza.”
3. Y en este punto, como a la verdad en muchos otros, nuestra iglesia copia con toda fidelidad de la primitiva y declara en su Artículo IX: “El pecado original es la corrupción de la naturaleza de todo hombre, por lo que el hombre es de su misma naturaleza inclinado al mal; de suerte que la carne está en continua lucha con el Espíritu. Esta infección natural permanece aún en los que están regenerados, por lo cual causa esta inclinación de la carne, llamada en griego f????µa sa???d no se sujeta a la ley de Dios, y si bien no hay condenación alguna para los que creen, sin embargo, esta concupiscencia tiene en sí misma la naturaleza del pecado.”
4. El mismo testimonio dan todas las demás iglesias: no sólo la griega y la romana, sino todas las denominaciones reformadas en Europa; tanto que algunas van demasiado lejos describiendo con tales colores la corrupción en el corazón del creyente, que apenas conceden dominio sobre su naturaleza. Antes por el contrario, enseñan que está sujeta a ella, de manera que se hace muy difícil distinguir entre el creyente y el incrédulo.
5. Al tratar algunos hombres de buena intención—muy especialmente los que el conde Zinzendorf tuvo bajo su dirección—de evitar este peligro, cayeron en la otra exageración, afirmando que “los verdaderos creyentes no sólo están salvos del dominio del pecado, sino del pecado mismo, interior y exterior, de tal manera que ya no permanece en ellos.” Muchos de nuestros compatriotas aceptaron, hará unos veinte años, estas mismas ideas, a saber: que ni la corrupción de la naturaleza permanece en aquellos que creen en Cristo.
6. Es muy cierto, por otra parte, que muchos alemanes, al exigirles una respuesta categórica, contestaban que “el pecado permanece en la carne, pero no en el corazón del creyente,” y, pasado algún tiempo, cuando se les demostró lo absurdo de esta aserción, casi se convencieron; concediendo que el pecado permanece—si bien no reina—en el que es nacido de Dios.