Clayton Sonmore
«Y dijo Samuel: Siendo pequeño en tus propios ojos, ¿no has sido hecho cabeza a las tribus
de Israel, y el SEÑOR te ha ungido por rey sobre Israel?» (1 Samuel 15:17).
Todo tiene su causa, y hay una razón fundamental para el levantamiento y para la caída de
muchos de los ungidos del Señor. «Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga»
(1 Corintios 10:12). «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no se
pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas fue tentado en todo
según nuestra semejanza, PERO SIN PECADO.
Lleguémonos, pues, confiadamente al trono de Su gracia, para alcanzar
misericordia, y hallar gracia para la ayuda oportuna» (Hebreos 4:15,16).
Al principio, cuando los hombres acceden a los puestos de servicio, ellos se acercan al trono
de Dios para suplicar misericordia y gracia. Dios tiene en cuenta estos seres humildes
por medio de la sangre y del sacrificio de Jesucristo y les concede el perdón y
la bendición. «Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (Salmo 51:17).
«Cercano está el SEÑOR a los quebrantados de corazón; y a los molidos de espíritu salvará»
(Salmo 34:18). «Porque los ojos del SEÑOR contemplan toda la tierra, para
corroborar a los que tienen corazón perfecto para con él» (2 Crónicas 16:9).
La gracia de Dios es Su inmerecido favor hacia el hombre, para aquel en el cual Su
misericordia puede tomar igualmente la forma de juicio o de corrección, si nosotros estamos
abiertos para recibirla. La gracia de Dios es el poder de Dios
para hacer por nosotros aquello que comprendemos que no podemos hacer por
nosotros mismos, si creemos verdaderamente que Dios puede y quiere cambiarnos a
Su propia imagen. Si nosotros queremos acatar el llamamiento de Su trompeta,
todavía hay tiempo para el juicio con misericordia.
Un
hombre - pequeño en sus propios ojos - que suplica
misericordia, es ciertamente tierra fértil para los dones de la gracia y
de la misericordia de Dios.
Muchos son los caídos entre los ungidos del Señor que, después de haber
obedecido y de haber recibido la bendición de Dios, convierten a Jesucristo en un
ídolo, antes que seguir permitiéndole que Él sea su solo y único Señor. Ellos prefieren
idolatrar a Jesús, cantando Sus alabanzas, ayunando y haciendo sacrificios a Su nombre, antes que obedecerle e identificarse con
El en un puesto de humildad y de servicio para la humanidad.
Dios
también tiene normas y leyes que rigen el éxito de Su administración de Su
Reino. Con el fin de proteger Su propio y santo
nombre, Él debe corregir, regañar, degradar o hacer cuanto sea necesario para la corrección apropiada. Dios
es el primero y el último. El no
tolerará que nadie lo ponga en segundo lugar. Él es el Soberano, y exige fidelidad absoluta. Bien se
ha dicho que Jesús es el Señor de todo, o no lo es.
Así como los paganos tienen gran variedad de clases y de tipos de dioses, así también
algunos cristianos tienen dioses extraños que, tal vez, han puesto
inadvertidamente antes del Dios del cielo. Por influencia de Satanás, ellos han caído entonces de
sus puestos de servicio.
Algunos siervos de Dios, poderosos en hechos y en la palabra, han sido engañados por
Satanás al preferir y proteger su imagen pública, en lugar de estar entregados por completo y a cualquier precio a la verdad. Satanás, con su sutileza, les
susurra en sus oídos: «Si perdéis vuestra imagen pública, ¿cómo podréis
servir exitosamente a Dios?» Ante este
asalto, ellos caen, sin darse cuenta de que si tienen una buena imagen
pública se lo deben a Dios, y que el único
camino para protegerla y conservarla es el de permanecer fiel a Aquel que se las dio. Ellos creen que esa imagen debe ser protegida y conservada a cualquier
precio. Sin embargo, esto no puede
conseguirse, porque Dios aborrece todas las formas de idolatría y, por tanto, busca la destrucción
de todas las imágenes.
«Porque no te inclinarás a dios ajeno, que el SEÑOR, cuyo nombre es
Celoso, Dios celoso es» (Éxodo 34:14). Jesús, como verdadero y típico siervo de Dios,
rechazó el honor del hombre y no se tomó para sí el crédito. «Sin embargo se
anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres»
(Filipenses 2:7). Jesús dijo: «Gloria de los hombres no recibo» (Juan
5:41). Sería maravilloso si los ungidos del Señor pudieran
comprender que el sistema honorífico del hombre, edificado sobre la reputación, es detestable a los ojos de Dios, «...porque no es lo
que el hombre ve. Porque el hombre ve
lo que está delante de sus ojos, mas el SEÑOR ve el corazón» (1 Samuel 16:7).
Si estas cosas de Dios pudieran ser comprendidas realmente por los ungidos del Señor,
sería muy fácil vivir «amando la caridad de la hermandad los unos
con los otros; prefiriéndoos con honra los unos a los otros»
(Romanos 12:10). ¡Oh, que los ungidos de Dios puedan conocer que hay una
ley inalterable que rige el éxito y el fracaso, el levantamiento y
la caída de los ungidos del Señor. «Porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se
humilla, será ensalzado» (Lucas 14:11). Con razón que estén cayendo tantos ungidos de Dios.
Parece que muchos de ellos están disponiendo su caída al
seguir la fórmula de humillarse, exaltándose a sí mismos, antes que
seguir la fórmula del adelanto, honrando y prefiriendo a sus hermanos
por encima de ellos mismos.
La fórmula de Balaam no sólo es practicada por los individuos, sino también por ciertas
organizaciones, que actúan como una especie de sindicato espiritual para controlar y administrar la propiedad de Dios
para su propio provecho. Los códigos de la ética han sido formulados para remplazar el llamamiento
individual de Dios. El mercado negro
espiritual con el privilegio y el monopolio de las zonas geográficas, es una práctica común de la
jerarquía eclesiástica.
«Porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra
potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra milicias
espirituales en los cielos» (Efesios 6:12). Los miembros individuales
de la iglesia substituía de Satanás están pidiendo puestos con base en lo que ellos puedan recibir, antes que con base en lo que
ellos puedan dar.
El espíritu organizacional no
es nuevo en modo alguno. De hecho, él mostró su horrible cabeza en los tiempos en que
Cristo andaba en la tierra. «Entonces respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera
demonios en tu nombre; y se lo prohibimos,
porque no te sigue con nosotros. Jesús le dijo: No se lo prohibáis, porque el que no es contra
nosotros, por nosotros es» (Lucas
9:49,50).
¡Como sufrimos cuando el ídolo de nuestra reputación
es atacada! Clamamos a Dios pidiendo ayuda, creyendo que se trata de un ataque del
enemigo, no sabiendo que está en manos del alfarero hacer pedazos lo que se daña. Dios había pretendido que la vasija reflejase la imagen de Su Hijo Jesús, pero en
lugar de eso, ella reflejó la imagen
de Adán. Por tanto, tuvo que romperla y rehacer la imagen de Su Hijo
querido. «Porque a los que antes conoció, también
les señaló desde antes el camino para que fuesen hechos conformes a la imagen
de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos» (Romanos 8:29).
No
desmayen ustedes, los que están soportando el ataque a los pequeños dioses de sus imágenes personales o
públicas. Por delante hay una gran
liberación y una entrada en Su reposo cuando, de una vez por todas,
aquellas pequeñas imágenes - aquellos pequeños dioses personales de este mundo
actual - hayan sido aplastados y despedazados sin que sea posible su
restauración.
Así continua el ciclo del levantamiento y de la caída de los ungidos del Señor. Apartémonos de
nuestra auto-promoción y de la aceptación del honor que sólo le es debido a
Jesucristo. Dejémonos de aceptar la alabanza de los hombres, y
traslademos todo el honor y toda la gloria a Aquel que es digno de todo. Suspendamos
nuestras propias obras y dejémonos de convertir en mercancía las cosas de Dios.
Arrepintámonos de nuestra iniquidad en los lugares altos y regresemos a nuestro
primer amor, porque El perdona y absuelve
abundantemente.
Él nos convertirá, una vez más, en vasos dignos para uso del Maestro. «Y el vaso que
él hacía de barro se quebró en la mano del alfarero; y tomó y lo hizo
otro vaso, según que al alfarero pareció mejor hacerlo» (Jeremías
18:4).
Mas Alla del Pentecostes - Clayton Sonmore
No hay comentarios.:
Publicar un comentario