George Davis y Michael Clark
Ya hemos mencionado las palabras de Jesús, “Tengo muchas cosas que deciros pero ahora no las podéis sobrellevar.” Algunos llaman a Hebreos el “Libro de las cosas mejores”, pero su autor, al tratar de explicar a estos judíos creyentes un orden más alto de sacerdocio que el de Leví, se frustraba cuando escribía:
“Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido” (Hebreos 5:11‐12).
Tenemos tendencia a ver las enseñanzas de este libro como enseñanzas profundas y llenas de alimento, pero no lo son. Aunque son leche, son mucho para el tracto digestivo de muchos cristianos de hoy día. Había mucho más que el autor habría estado encantado de enseñarles, pero no podían recibirlo.
¿Puedes imaginarte lo distinta que habría sido esta epístola si no hubiera sido limitada por la madurez de sus lectores? ¿Cuánto más habría sido escrito si no hubieran sido bebés espirituales con necesidad de pecho?
La mayoría de los que enseñan sobre este libro nunca van más allá de las enseñanzas fundacionales de la fe que hay en el capítulo seis, del que el escritor dice:
“Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. Y esto haremos, si Dios en verdad lo permite.”
En lugar de dejar el estudio de estos principios elementales y de avanzar a la perfección, tendemos a volver al pecho años después de tener que haber sido destetados para probar el don celestial.
Los Pentecostales consideran el libro de Primera de Corintios como la gran comida de la Biblia, pero se trata también de alimento de bebés, escrito a cristianos carnales.
“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía” (1ª Cor. 3:1‐2).“¿Porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía?”
¡Qué diferente habría sido esta epístola si los creyentes corintios hubieran poseído una madurez mayor! Considerando esto, ¿No es un poco presuntuoso establecer doctrinas definitivas, consideradas completas y sin error, sobre una verdad parcial limitada por la madurez del lector? La Biblia habla de toda la verdad, pero no en sí toda la verdad. La Escrituras lo dejan claro.
Parece como si el hombre, con su limitada sabiduría, intentara llenar el mundo con sus propios pensamientos sobre cosas divinas. Todo este conocimiento es una torre de Babel, que parece “esconder su cabeza en las nubes, pero que en su intento por alcanzar el cielo, no está por ello más cerca del mismo que la tierra donde se ha levantado.
Lo mismo pasa con todos los edificios de la sabiduría humana y las capacidades naturales en las cosas de la salvación. Puede falsificar la lógica de Aristóteles, añadir a la retórica de Tulio, y después ascender tan alto como pueda en la escalera de la imaginación poética, y sin embargo, no consigue nada en reavivar la vida perdida de Dios en su alma, aparte de levantar una torre de ladrillo y barro para alcanzar el cielo”. (William Law)
LECHE Y NO VIANDA - George Davis y Michael Clark
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