George Davis y Michael Clark
Te rogamos que consideres a conciencia el siguiente pasaje, porque en él está el secreto de conocer las profundidades de Dios.
“Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.” (1ª Cor. 2:9‐16)
“Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.” Tradicionalmente hemos aplicado estas palabras a bendiciones futuras en el cielo, o peor aún, ¡a bendiciones materiales que Dios desea amontonar sobre nosotros aquí, en la tierra! Esta es una perspectiva seriamente limitada, que por un lado promueve una mentalidad de “lo comprenderemos mejor en el futuro”, y por otro, un enfoque en las cosas de este mundo.
El pasaje nos asegura que “Dios nos las reveló [pasado] a nosotros por el Espíritu”. Pero no se queda ahí. “porque el Espíritu todo lo escudriña [presente], aun lo profundo de Dios.” Dios desea revelarnos en el presente y por Su Espíritu, la profundidad de las riquezas de Su sabiduría y de Su conocimiento, que han sido buscadas en el pasado (Rom. 11:33) mediante nuestras facultades naturales.
“Lo que es “inescrutable” para la facultad de nuestra mente natural, podemos buscarlo por la facultad de nuestro espíritu en armonía con el Espíritu de Dios. El Espíritu Santo es el agente de la verdad. No hay otro medio de revelación. ¡La Vida es la Luz! “El Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad.” (1ª Juan 5:6). La idea de que podemos conocerlo todo por nosotros mismos es absurda. “Si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo.” (1ª Cor. 8:2)
Vamos a parar un momento para reflexionar sobre esto. El Espíritu nos ha revelado mucho pero hay más aún. Porque el Espíritu continuamente lo escudriña (presente) todo, incluso las profundidades de la naturaleza divina. ¡Esta es la gran necesidad!
¿Conocemos este escrutinio presente del Espíritu de Dios? ¿Es el Espíritu libre en nosotros para escudriñar las profundidades de Dios y dotarnos como Él quiera con esa realidad?
Solo el espíritu del hombre conoce las cosas del hombre. Porque “¿Quién de los
hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?”Así tampoco, “nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”. Es importante que comprendamos esto. No puedes aprender las cosas profundas de Dios en seminario ni en escuelas bíblicas. Los hombres no pueden enseñarles porque están en el Espíritu, que es único que escudriña todas las cosas e imparte la realidad de ellas a quién Él quiere. Pablo escribió:”El mundo, por la sabiduría no conoció a Dios” (lee 1ª Cor.1:21), y el mundo, por su sabiduría sigue sin conocerle. Los mayores filósofos de ese mundo son como ciegos que se tambalean en la oscuridad, ninguno de ellos habiendo llegado a acuerdo alguno sobre el significado de la vida.
“Que se diga al ávido investigador de palabras de sabiduría, al devorador de libros, al dador de opiniones, al que exalta la razón humana, y a todo aquel constructor de proyectos de sistemas religiosos, que la sed y el orgullo de ser sabios y doctos en las cosas de Dios, constituye la más flagrante ignorancia de esas cosas, no siendo otra cosa que la vieja serpiente de Eva, y el maligno nacimiento de Eva en ellos. Y que no obra nada mejor en la Iglesia de Cristo que la propia sed de sabiduría en el paraíso de Dios.
Habla, Señor, que tu siervo escucha, esa es la única fórmula mediante la que el hombre haya recibido o pueda recibir, el conocimiento divino y la bondad divina. Llamar a cualquier otra puerta no es más que pedir vida a algo que está muerte, o pedir pan al que no tiene otra cosa que piedras ara dar. (William Law, Un Humilde, Intenso y cariñoso llamado al Clero)
Pablo prosigue, “No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios para que sepamos lo que Dios nos ha concedido.” Pablo dejó supremamente claro que lo que enseñaba no eran palabras enseñadas en sabiduría humana, sino palabras enseñadas por el Espíritu Santo, comparando las cosas espirituales con lo espiritual.
Las cosas del Espíritu de Dios son locura al hombre natural y no puede percibirlas porque tienen que ser discernidas espiritualmente. Es en este punto donde Pablo hace una interesante y controvertida declaración, “. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie”.
El Espíritu sopla a donde quiere y los que son guiados por el Espíritu no pueden ser discernidos, planificados, calculados ni encerrados en alguna clase de rol predecible. Son una fuente constante de sorpresa y de asombro a los que ponen la confianza en la carne. Puesto que igual soplan aquí que allí, los maestros eruditos de la Cristiandad los acusan de dar bandazos y de irresponsabilidad.
Dios siempre los está enviando a algún lugar y siempre está diciéndoles algo. Siempre parecen saber lo que Dios va a hacer próximamente. El Espíritu invisible da evidencia visible de Su presencia y poder a través de ellos. No, no hemos de ser dirigidos por ninguna clase de doctrina ni por la astucia ingeniosa de los hombres, sino por el viento del Espíritu.
De la misma forma que Dios creó a Adán del polvo de la tierra y sopló en él aliento de vida, convirtiéndose en un alma viviente, el aliento de Dios anima a este cuerpo formado de vasos terrenales. Cuando el espíritu parte del cuerpo humano, se le considera muerto. La vida se ha marchado. El testimonio se ha ido. El Cuerpo de Cristo es así de dependiente del Espíritu.
El libro que comúnmente llamamos “Hechos de los Apóstoles” debería ser llamado más correctamente, “Hechos del Espíritu Santo”. Es evidente que el Espíritu Santo era el único Consejero y Guía en la Iglesia temprana. No podemos encontrar en ninguna parte dentro de las páginas del Nuevo Testamento que los creyentes fueran guiados por las Escrituras. Hacían referencia a las Escrituras, pero no eran la guía principal.
Las Escrituras no podían decir a los hermanos en la reunión de oración en Antioquia, “Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado”. No. ¡Es el Espíritu Santo quién dijo eso! Bernabé y Saulo no recibían dirección de la Biblia, sino que el Espíritu Santo los guiaba. La Biblia no los enviaba, “eran enviados por el Espíritu Santo” (lee Hechos 13:2‐4).
Esteban no reprendió a los ancianos por resistir a las Escrituras, sino por “estar siempre resistiendo al Espíritu Santo” (Hechos 7:51). Los creyentes de Jerusalén no escribían a la Iglesia de Antioquia diciendo, “Porque pareció bien a la Biblia y a nosotros…” No. Escribieron, “Porque pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros no poner otra carga sobre vosotros que estas cosas necesarias” (Hechos 15:28). Está claro. ¿Quién hacia la dirección? Recuerda, “Porque los que son guiados por el Espíritu de Dios, esos son los hijos de Dios”.
Cuando una hambruna estaba a punto de llegar a Oriente Medio, no fue en la investigación diaria de las Escrituras donde recibieron la advertencia de su venida, sino por medio de la palabra del Espíritu.
En aquellos días unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio. Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo.” (Hechos 11:27‐30)
Podemos aferrarnos a nuestras tradiciones y entendimiento de las Escrituras y perdernos, o podemos saber mientras avanzamos en el conocimiento en el Espíritu. Uno lleva a la muerte, el otro a la vida y a la paz. Para resumir, volvemos otra vez a citar de William Law:
“Es Dios quien obra en ti tanto el querer como el hacer por Su buena voluntad.” De esta manera el apóstol es inspirado para describir esa salvación que debemos obrar en nuestras vidas diariamente. La operación de la voluntad de Dios dentro de nosotros es por el Espíritu Santo que mora en cada creyente, y es nada más y nada menos que la manifestación de la vida de Cristo en nuestra carne mortal, para prueba de lo cual, hemos presentado cuidadosamente muchas escrituras. Esta vida es por la fe; la verdadera fe produce vida. Ya no es más Yo, sino Cristo que vive en mí… y esta vida que ahora vivo es por la fe”. Así dijo el apóstol.
Esta es la vida impartida por el Espíritu Santo y mantenida por Él. Y en esta vida, la fe y las obras son una realidad en el poder del Espíritu Santo.
Por favor, orad con nosotros por la Iglesia para que Dios restaure su Vida y Aliento y la levante de su polvo y de su condición terrenal como un nuevo hombre, vivo para Él.
Que no encuentre más su fortaleza en el poder del alma del primer Adán, que escogió el conocimiento a la vida, sino que sea otra vez levantada en la Vida del Último Adán, el Espíritu vivificador (1ª Cor. 15:45). La descendencia del Último Adán heredará lo que la descendencia del primero perdió por el pecado. El conocimiento que posee no procede de la letra o escritura sino de la Luz de la Vida. Como una nueva humanidad, están destinados a caminar con su Creador en el paraíso de Dios y a comer libremente del Árbol de la Vida en medio del Río de la vida.
Enseñados por el Espíritu - George Davis y Michael Clark
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