Charles Elliott Newbold, Jr.
¿No es interesante que Dios haya establecido fiestas (algo que tiene que ver con comer), como ocasiones para la adoracion de Israel, como representaciones de Su obra terminada en Cristo y como representaciones de la relación divina que tenemos en Él?
El cordero pascual, que tipifica la muerte de Jesucristo, que era el Cordero de Dios sin mancha y sin arruga, había de ser comido completamente por los hijos de Israel en la noche antes de su partida de Egipto. Toda carne que no fuera comida, había de ser consumida por el fuego. De cualquier modo, el sacrificio tenía que ser completamente consumido (Éxodo 12:5,10).
Más tarde, en el antiguo Israel, Dios ordenó que los sacerdotes levíticos habían de comer las ofrendas del Señor hechas por fuego, y declaró que esta sería su heredad entre sus hermanos (Jos. 13:14).
Dios quería desde el principio que la nación de Israel por completo fuera un reino de sacerdotes y una nación santa para Él (Éxodo 19:6). Más tarde, al fracasar en su obediencia a Dios, Él estableció a la tribu de los Levitas para ministrar como sacerdotes al Señor (Deut. 10:8).
En Cristo, todos los creyentes han cumplido el deseo de Dios de tener para Él mismo un “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa…” (1ª Ped. 2:9). Dios abolió la necesidad de que solamente fueran unos pocos los que Le sirvieran como sacerdotes, y estableció el sacerdocio de cada creyente.
Cristo Jesús, el Cordero de Dios, se ha convertido en nuestra heredad como sacerdotes. Hemos de consumirle. En Juan 6:58, Jesús se identificó a Sí mismo con “ese pan que viene del cielo.” Él dijo a Sus discípulos que comieran Su carne y bebieran Su sangre (Juan 6:53-56). Esto era una declaración muy fuerte, y las Escrituras afirman que desde ese día en adelante, muchos dejaron de seguirle (Juan 6:60-66).
Una cosa es participar de la Cena del Señor que conmemora su muerte, pero otra muy distinta es participar de Él y participar de Su muerte por medio de nuestra propia vida entregada.
Al observar la progresión de estas fiestas en su relación con los tres atrios del Tabernáculo, y particularmente en referencia a estos crucificados, descubrimos cuatro cosas han de suceder para completar el proceso de santificación (separación).
Consumiendo a Cristo
En primer lugar, hemos de consumir a Cristo completamente. Simbólicamente representamos esto en la observancia de la Cena del Señor. Mateo 26:26-29 dice,
“ Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” (lee también Marcos 14:22-24; Lucas 222:19-20; 1ª Cor. 11:24-25).
La versión King James de la Biblia dice; “Bebed todo de ella” en referencia a la copa. Las traducciones más recientes dicen “Bebed de ella, todos vosotros”. La sintáxis griega deja al texto con cierta incertidumbre, “Bebed todo de ella.” Sugiero que la versión King James está en armonía con la Pascua, cuando les fue ordenado que comieran todo del Cordero, y que lo que no fuera comido, fuera consumido por el fuego a la mañana siguiente. En ambas ceremonias, el énfasis se encuentra en el consumo total. Hemos de consumir a Jesús totalmente.
Participar sólo del símbolo es un ritual inútil a menos que el participante haya recibido primero a Jesús, el pan de Vida, para sí mismo. Jesús es recibido cuando se nace de nuevo (de arriba). (Juan 3:3-8).
Comer Su carne y beber Su sangre es consumir a Cristo Jesús como Señor de tal modo, que tu misma naturaleza es transformada. Te has convertido en una nueva criatura. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es ; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas” (2ª Cor. 5:17).
Ser bautizado en agua es un símbolo del bautismo en Su muerte, sepultura y resurrección. “Por tanto, hemos sido sepultados con El por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. Porque si hemos sido unidos a El en la semejanza de su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de su resurrección.” (Rom. 6:4-5).
“habiendo sido sepultados con El en el bautismo, en el cual también habéis resucitado con El por la fe en la acción del poder de Dios, que le resucitó de entre los muertos.” (Col. 2:12). “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.” (Col. 3:3).
El bautismo en agua cubre el terreno de la experiencia espiritual en Cristo desde la muerte a la ascensión. “y con El nos resucitó, y con El nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús.” (Efe. 2:6). Todas estas experiencias espirtuales preceden a Pentecostés.
De hecho, hemos de tomar todo de Él, que es el comienzo de nuestro caminar con Él.
Consumidos por Cristo
En segundo lugar, al consumirle absolutamente, descubrimos que entonces somos nosotros consumidos por Él. Es un misterio a la mente carnal cómo podemos estar en Cristo y Él en nosotros del mismo modo que Él está en el Padre. “En aquel día” (después de que el Consolador fuera dado en Pentecostés), “vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.” (Juan 14:20).
Esta unidad con la deidad está todavía dentro del ámbito de la Pascua dónde somos redimidos, justificados, dónde recibimos vida eterna y ascendientes. Ganar a Él es ganar vida eterna; es decir, estar completamente envueltos de Él—ser consumidos por Él.
Consumirle es tomarle. Ser consumidos por Él es ser tomados por Él—ser hechos uno con Él. Lo tomamos todo de Él. El lo toma todo de nosotros.
Consumidos con Cristo
Pero tiene que pasar algo más. Le consumimos para ser consumidos por Él, para que nosotros podamos ser consumidos con Él. Es aquí dónde Pentecostés viene sobre nosotros.
Juan dijo a los que salían para ser bautizados en agua que venía alguien “cuyo calzado yo no soy digno de llevar; Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” (Mat. 3:11).
Pentecostés fue el cumplimiento de esta promesa. “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.” (Hechos 1:4-5).
En el día de Pentecostés, Pedro explicó que esto era lo que Joel había profetizado que llegaría a suceder en los últimos días. “Derramaré Mi Espíritu sobre toda carne.” (Hechos 2.17).
En la Pascua recibimos a Jesús. Jesús significa Salvador. En Pentecostés recibimos a Cristo. Cristo significa “el ungido”. Cristo es la traducción griega de la palabra hebrea, Mesías.
El Espíritu Santo es el poder ungido del ministerio de Cristo en y a través de Sus discípulos. Se nos dá el Espíritu Santo principalmente para darnos el poder de Su señorío. Sin el Espíritu Santo, somos incapaces de hacer la obra de Dios.
Ser bautizados en el Espíritu Santo es ser consumidos en extremo con Dios en Cristo—ser empapados, saturados, infiltrados, inmersos con el gran y glorioso Espíritu Santo del Dios Todopoderoso. Los que son bautizados así Le tienen como la abundancia de sus corazones. Tienen hambre y sed de más y más de Él. Él es su preocupación. Comen, beben, duermen, piensan en Jesús. ¡Consumidos con Él!
Y aún más, son entregados a ese fuego del Espíritu Santo que los separa del pecado, del mundo, de la carne y de todo el dominio de Satanás. Son sujetos Su fuego purificador para ganar esa “santidad (santificación” sin la cual, nadie verá al Señor.” (Heb. 12:14)
El Espíritu Santo es dado para que podamos ser guiados de Él, enseñados de Él, para que podamos ministrarle a Él en las sublimes alabanzas de Dios de las que Él es digno—para que podamos adorarle en Espíritu y en verdad, para que podamos tener el poder de Su Señorío, para que podamos llevar el fruto del Espíritu, para que podamos ser testigos de Él en las partes más extremas de la tierra, para que podamos ser para la alabanza de Su gloria, y finalmente, para que podamos ser conformados a la imagen de Su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor.
En Pentecostés, somos santificados, pero no satisfechos. Porque la meta de la Pascua y de Pentecostés, es el cumplimiento de los Tabernáculos. La creación entera todavía gime por la revelación de los hijos de Dios. “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios” (Rom. 8:19-23).
Un fuego consumidor por Cristo
Hemos de consumirle y de ser consumidos por Él para que podamos ser consumidos con Él, de modo que, finalmente, podamos convertirnos en fuego consumidor por Él.
“Nuestro Dios es fuego consumidor” (Heb. 12:29) y eso es a lo que igualmente, todos los verdaderos creyentes han sido llamados a ser: un fuego consumidor. Los que llegan a ser fuego consumidor, por la misma naturaleza de sus vidas consagradas, se convertirán en una ofensa al mundo, a la carne y a Satanás.
Se convertirán en el objetivo de la persecución. El mismo Señor Jesús, advirtió “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán…” (Juan 15:18-20).
Leemos en la Biblia que la gloria del Señor llenó la casa del Señor solo tres veces: el Tabernáculo de Moisés (Éxodo 40:34), el Templo de Salomón (1ª Reyes 8:11) y el Templo de Ezequiel (Eze. 10:4, 43:4-5, 44:4).
Creo que el Templo de Ezequiel representa el ejército de creyentes de los últimos tiempos que está surgiendo en este día postrero. Somos el templo del Espíritu Santo (1ª Cor. 6:19). Será esta casa de muchos hijos la que la gloria del Señor volverá a llenar.
La gloria jamás regresó al templo de Zorobabel o el templo de Herodes. Ha sido reservada para este período final antes de la venida del Señor, en el que muchos hijos serán llevados a la gloria. “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (Heb. 2:10).
En la Pascua somos redimidos y justificados; en Pentecostés somos santificados; en Tabernáculos seremos glorificados. Eso será completado cuando Jesús venga. Pero como yo digo, habrá un anticipo de esa venida ahora, y hay precursores que llegan en el Espírtu de Elías, preparando el camino de la segunda venida del Señor (Mal. 4:5).
En las dietas se habla de que uno es lo que uno come. Lo mismo sucede con las cosas espirituales.
Comer Su carne y beber Su sangre es participar de Su justicia y por tanto, convertirse en la justicia de Dios.
Comer Su carne y beber Su sangre es participar de Su santidad y por tanto, convertirse en la santidad de Dios.
Comer Su carne y beber Su sangre es participar de Su gloria y por tanto, convertirse en la gloria de Dios.
Comer Su carne y beber Su sangre es participar de Su naturaleza divina y por tanto, convertirse en la naturaleza de lo divino.
Comer Su carne y beber Su sangre es convertirse en “pan roto y vino derramado” (prestado de Oswald Chambers).
“Los Crucificados” – Charles Elliott Newbold, Jr.
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