Charles Elliott Newbold, Jr.
El surgimiento de los crucificados es lo que Dios está haciendo en el mundo hoy. Son el nuevo vino que está siendo vertido en odres nuevos.
Cuando Jesús obró el milagro en Caná (Juan 2), cambió el agua en vino. En la Biblia, generalmente el agua es un tipo de la palabra de Dios (Efe. 5:26), y el vino representa la sangre de Jesús, al hablar de Sí mismo con respecto a la cena del Señor: “De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto) en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Luc. 22:20).
Hasta que el agua de la palabra de Dios no se convierta en el vino de la sangre de Dios, no tendrá ningún valor redentor. Jesús era la Palabra hecha carne (Juan 1:1,14). También era el Cordero de Dios (Juan 1:36, Apoc. 5:5-10). Vino como la Palabra y murió como el Cordero. La Palabra se convirtió en la Sangre: el agua se hizo vino.
La naturaleza profética del evento
Creo que Juan está haciendo una declaración deliberada por el Espíritu Santo al preservar este milagro en Caná como “principio de señales que Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria…” (Juan 2:11). Sirve proféticamente tanto para la crucifixión de Jesús como para el surgimiento de los crucificados en estos últimos tiempos.
El hecho de que fuera en el contexto de una boda es significativo. La historia completa de la Biblia comienza y termina con una boda. En el principio Él hizo al hombre y desde Él, hizo una ayuda idónea y declaró, “serán una sola carne” (Gén. 2:24).
Efesios 5:22-23 traza una correlación entre el esposo y la esposa, Cristo y la iglesia. Dios y Cristo son vistos a lo largo de la Biblia como el esposo o el novio, mientras que Israel y la iglesia son vistos como Su esposa o su novia desposada. Israel y la iglesia son uno y una misma cosa desde el punto de vista de Dios. Siempre ha tenido una sola esposa a Sus ojos. No se divorció de una y se casó con otra. Se divorció de la Israel ramera (Jer. 3:8) pero le prometió restauración en Sión (Zac. 3:14-19).
Juan el Bautista, dijo en referencia a Jesús, “El que tiene a la esposa, es el esposo” (Juan 3:29).
Jesús mismo comparó Su venida a una fiesta de bodas, en la que había cinco vírgenes sabias y cinco vírgenes descuidadas (Mat. 25:1-13).
Apocalipsis 19:7-9 dibuja esta boda del final de los tiempos de esa forma, “Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a El la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y su esposa se ha preparado. Y a ella le fue concedido vestirse de lino fino, resplandeciente y limpio, porque las acciones justas de los santos son el lino fino…Bienaventurados los que están invitados a la cena de las bodas del Cordero."
Parece significativo que las bodas de Caná tomaran lugar al tercer día de haber sido bautizado Jesús por Juan en el río Jordán, lo que marcó el inicio de Su ministerio. El número tres en la Biblia habla de la plenitud del testimonio. Por tanto, el tercer día alude a Cristo al ser manifestado en la gloria de Su resurrección (Hechos 10:40, Lucas 13:32).
De esta misma manera, el surgimiento de estos crucificados en esta hora final es la manifestación esperada (revelación) de los hijos de Dios de la que habla Romanos 8:18-19. “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.”
Y aún más, creo que es significativo que la madre de Jesús Le dijera, “No tienen vino” Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.” (Juan 2:3-4).
De forma muy clara, Jesús no se estaba refiriendo a Su hora para hacer milagros, porque inmediatamente hizo uno. Se refería a la hora establecida de Su crucifixión. Al hacerlo, enlazó el acontecimiento de esta boda y del vino con el derramamiento de Su sangre preciosa en la cruz.
María sabiendo muy bien quién era este Hijo de ella y quizás teniendo una palabra de ciencia de que Él estaba a punto de efectuar este milagro, se volvió a los siervos y les instruyó que hicieran todo lo que Él les dijese (v.5). Los siervos no solo debían saber quién era María, sino que también respetaban Su autoridad en esta situación.
Creo que los siervos representan simbólicamente al ministerio, más específicamente los dones ministeriales de Efesios 4:11. (Si hablamos conforme a las Escrituras, cada creyente debería verse a sí mismo como un siervo, aunque también somos hijitos, hijos, sacerdotes, etc.).
La palabra griega usada en Juan 2 para siervos es diakonai. Esta es la palabra de la que procede la palabra inglesa “diacono”. Con frecuencia ha sido traducida como “ministro” en el Nuevo Testamento. Habla principalmente de alguien que está haciendo la labor de un siervo.
Los dones ministeriales que equipan (Efesios 4:11) tienen una unción particular del Espíritu Santo para predicar y enseñar la Palabra de Dios. Han recibido en encargo la Palabra.
En los primeros días de la iglesia, los apóstoles encargaron a la congregación que nombrara diáconos (diakonai) que se ocuparan de los asuntos temporales del cuerpo para que ellos se pudieran dedicar continuamente a la oración y al ministerio (diakonai) de la Palabra (Hechos 6:4-17). Tanto los apóstoles como los diáconos son siervos. Solo que tienen descripciones laborales distintas.
Pablo explicó que él y Apolos y estoy seguro de que incluiría a Pedro y al resto, no eran otra cosa que “ministros por medio de los cuales habéis creído” (1ª Cor. 3:5).
Así, la madre María dice a los siervos que hagan lo que Jesús les diga.
La obediencia es el distintivo de los crucificados. Cualquiera que a partir de este día no esté dispuesto a poner su vida del yo en deferencia hacia la Cabeza, Jesucristo, y que no esté dispuesto a obedecerle radicalmente en cada uno de sus caminos, se perderá este milagro final más grandioso de Dios. ¡Haz lo que Él te diga, aún al costo de ti mismo y de tu reputación!
Renovación de la Palabra
“Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua”, (Juan 2:6). Generalmente, en la Biblia el número “seis” habla del hombre.
Personalmente creo que 666 (Apoc.13:18) habla de la plenitud del hombre—ese tiempo en el que la mente carnal del hombre se habrá exaltado a sí misma al máximo por encima del conocimiento de Dios. Aunque no descarto la posibilidad de que una persona individual pueda ser el anticristo, la abominación que asola al Lugar Santo (Mateo 24:15; Dan. 9:27), en el presente me preocupa más la abominación de la mente carnal de los Cristianos que asola al Lugar Santo de sus espíritus.
El hecho de que hubiera seis tinajas, creo, habla de esta plenitud del hombre, y que fueran de piedra habla de nuestras propias vidas como vasijas. “Tenemos este tesoro en vasos de barro…” (2ª Cor. 4.7).
Por tanto, es significativo que Jesús, que es Él mismo el Agua de la Vida, dijera a los siervos (ministros), “Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba.” (Juan 2:7).
En las últimas dos décadas más o menos ha habido una profunda renovación en la palabra de Dios hasta el punto de que muchas iglesias hoy día correcta o erróneamente, se denominan a sí mismas “Iglesias de la Palabra”.
Entre los evangélicos, el énfasis se ha puesto en la correcta interpretación de los pasajes de la Escritura, derivando lo que para ellos es la correcta doctrina de la fe.
Entre los carismáticos, el énfasis se ha puesto en el conocimiento de la palabra de Dios por uno mismo, confesando la palabra para obtener los beneficios que ha prometido, introduciendo la palabra en el espíritu, y entre otras cosas, usando la palabra para derrotar a las potestades de las tinieblas.
Esta renovación de la palabra de Dios ha desplazado el énfasis de la preeminencia de doctrinas y dogmas de iglesia hasta el punto de que muchos de los asistentes a la iglesia han rechazado la santidad de sus doctrinas denominacionales por completo.
Para ellos, se ha convertido más en un asunto de regresar simplemente a la Biblia. Es un asunto de aferrarse de La Palabra.
Pero como dije al principio de este capítulo, hasta que el agua de la Palabra de Dios no se convierta en el vino de la sangre de Dios, no tendrá ningún valor redentor.
¡Los siervos obedecieron! Los predicadores respondieron a este mover del Espíritu Santo en la renovación de la Palabra. Han llenado los vasos de barro de los creyentes hambrientos de la Palabra hasta el borde.
Ahora bien, el llamado a estos siervos es que saquen algo del agua de las tinajas y lo lleven al maestresala. De lo que estamos seguros hasta este punto, es que el agua sigue en las tinajas. Pero en algún lugar entre la tinaja y el maestresala, el agua se convierte en vino.
En algún momento desde que el predicador fiel predica la palabra ungida de Dios hasta que ésta llega a los oídos de sus hacedores, el agua de la palabra debe convertirse en la sangre de la vida crucificada. Hasta que no lo haga, su poder redentor es nulo y hueco.
La Renovación de la Sangre
“Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, 10 y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora.” (Juan 2:9-10).
Ha habido satisfacción de vino hasta ahora. Buen vino. ¿Cómo no puede ser el vino de Jesús otra cosa que vino bueno y perfecto? Y sin embargo, hay la promesa de un vino mejor por venir. El mejor vendrá al final, es decir, el mover más grande el Espíritu Santo está aún por venir.
De la misma forma que ha habido una renovación de la Palabra en las últimas décadas, ahora debe venir una renovación de la sangre. No solo surgirá la revelación de la vida crucificada, sino que esa revelación se emparejará con el poder de Dios para cambiar el agua en vino, la palabra en la sangre.
Si al agua de la palabra que uno pueda tener, no se le permite convertirse en el vino de Su sangre, esa vasija caerá en engaño. Hay un peligro al adquirir conocimiento por causa de poseer conocimiento o con el único propósito de obtener algo para el yo.
No puedes tener la Palabra de Dios sin el Cordero de Dios. “Este es el que vino mediante agua y sangre, Jesucristo; no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno. Y tres son-los-que-dan-testimonio-en-la-tierra:-el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres concuerdan” (1ª Juan 5:6-8).
Primero viene el agua de la Palabra, después la sangre del Cordero, y después el poder del Espíritu Santo para transformar el agua de la palabra en el vino de la sangre, en todos aquellos que toman su cruz diariamente para seguirle a Él. Se necesitan los tres para completar el testimonio de Cristo en la tierra, tanto en Cristo mismo como en Sus crucificados.
Cediendo
Ningún hombre puede crucificarse a sí mismo. Es aquí dónde entran la gracia y el poder de Dios una y otra vez. Si alguno de nosotros alguna vez alberga la esperanza de ser parte de esta compañía, debemos estar dispuestos a hacer la única cosa que podemos hacer: ceder al fuego purgante y purificador del Espíritu Santo, cuyo deseo es llevarnos a la perfección. Sólo podemos presentarnos a nosotros mismos como sacrificio vivo…. (Rom. 12:1).
Nuevo Vino en Odres Nuevos
Este vino nuevo y mejor se ofreció en la fiesta de bodas de Caná, después de que todo el vino original se hubiera gastado. El primero era bueno mientras duró. Pero la parte que hemos tenido hasta ahora no es suficiente para ir hasta el final.
Permíteme cambiar la analogía. El vino que hemos tenido hasta ahora ha sido llevado por los odres de las tradiciones de los hombres. Estos viejos odres se han endurecido y se han vuelto quebradizos. No podrán contener el nuevo vino que está surgiendo ahora. En muchas situaciones, el evangelio mismo ha sido confundido con las tradiciones de los hombres que intentaron contenerlo. Los odres se han equiparado con el vino.
La carne siempre intenta contener los moveres de Dios institucionalizándolos. De este modo intentan ponerlos en pieles de su propia creación. Tarde o temprano, el énfasis está en la glorificación de esa piel, y no en el vino que contiene su interior. Se convierten en iconos de nuestra adoración.
Cada vez que tratamos de derramar un nuevo mover de Dios en los viejos odres de nuestras tradiciones, o cuando intentamos congelarlo para que dure para siempre, lo que hacemos es matarlo rápidamente.
Dios no está dispuesto a compartir su gloria con la carne. No nos ha dado el Espíritu para que el sistema de la iglesia ramera tenga un buen aspecto.
Este último y gran mover milagroso de Dios por el que Él transforma el agua en vino—la palabra en la sangre—no puede ser derramado en los viejos odres del iglesianismo. No busques este próximo gran avivamiento final dentro de las paredes de las denominaciones. No sucederá ahí porque no puede suceder ahí. Los que esperan ser parte de ello, tendrán que salir de ellos.
Por esta razón, Él está preparando para Él mismo Sus propios odres para Su nuevo vino milagroso. Es la iglesia sin muros.
“Principio de señales que hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y Sus discípulos creyeron en Él…” (Juan 2:11).
La única forma en que Jesús puede ser glorificado es que Él sea exaltado en Su vida crucificada. Él dijo, “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree, tenga en El vida eterna.” (Juan 3:14-15).
Y de nuevo dijo, “Y yo, si soy levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo. Pero El decía esto para indicar de qué clase de muerte iba a morir.” (Juan 12:32-33).
Nada ha cambiado. La cruz de Jesucristo sigue siendo el único poder redentor en el mundo. Y la única manera en que Jesús es continuamente levantado de tal forma para atraer a todos los hombres hacia Sí, es a través de sus crucificados, para que todos los hombres puedan ver a este Cristo crucificado viviendo en Sus crucificados.
Los que sigan a Jesús en Su bautismo de padecimientos, los que sigan al Cordero en obediencia radical dondequiera que Él vaya, seran conformados a Su imagen, dejando que Él viva en ellos como ese hijo manifiesto y compuesto de muchos miembros.
Siempre que ellos se conviertan en una realidad, ellos serán ese nuevo vino derramado sobre odres nuevos.
Se trata de la misma vida sacrificada de Jesús siendo derramada una vez más—esta vez a través de Sus crucificados: el anticipo de Tabernáculos.
“Los Crucificados” – Charles Elliott Newbold, Jr.
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