Charles Elliott Newbold, Jr.
No somos redimidos, santificados y glorificados para nosotros mismos, sino para Dios. Es Su redención, no la nuestra; Su santificación, no la nuestra; Su glorificación, no la nuestra. Aunque nosotros obtenemos los beneficios de cumplir Sus propósitos en toda la historia, debemos llegar al descubrimiento absoluto de que Él nos compró, y no nosotros a Él. No somos nuestros (1ª (Cor. 6:19-20). Somos Su posesión, vasijas en Su mano para hacer como a Él le agrade.
Cuando llegamos a esta realidad, tendremos que llegar a comprender lo que significa estar crucificados con Él. Del mismo modo que Jesús tuvo que llegar al final de Sí mismo, vaciándose (despojándose) (Fil. 2:7), para que Dios fuera glorificado por medio de Él, así hemos de seguirle en Su bautismo; es decir, dejar que el Espíritu Santo nos lleve al final de nosotros mismos para que Dios pueda ser glorificado a través de nosotros.
Para la alabanza de Su Gloria
Siempre sucede que cuando damos gloria a Dios, Dios nos concede Su gloria. Somos para la alabanza de Su gloria (Efe. 1:6,12).
La única manera de poder ser para la alabanza de Su gloria es darle gloria a Él. La única manera de poder darle gloria es por medio de la vida consagrada. “Humillaos delante del Señor y Él os exaltará”. (Santiago 4.10).
Todo lo que hacemos, lo hacemos para Él para que Él pueda ser satisfecho, para que Él pueda ser glorificado. Esto no es decir que hacemos algo para satisfacer a Dios por nuestra salvación. Sólo Jesús satisfizo a Dios por eso. Sin embargo, habiendo recibido redención, nos entregamos de tal forma a Él, que Él vive Su vida a través de nosotros. Cuánto más Él viva Su vida a través de nosotros, más es glorificado y más nos hacemos semejantes a Él. Por tanto, cuánto más nos hacemos semejantes a Él, más participamos de Su gloria.
De este modo, se sostiene que cualquiera que pierda Su vida por causa de Cristo, la hallará. Si pierdes tu vida en Él, serás hallado en Él. Puesto que Él es la resurrección y la vida, ese es el único lugar en el que podemos ser hallados--en Él.
Estando conectados apropiadamente
Esto nos lleva a la necesidad de estar en una relación apropiada con Dios. Necesitamos cultivar esta relación con Dios. Cuánto más estemos en una relación correcta con Él, más caminaremos en comunión y en armonía con Él.
Él es nuestro pacificador. Él es nuestra justicia, nuestra justificación, nuestra redención, nuestra santificación, nuestra provisión, nuestra sanidad, nuestra protección. Él es nuestra glorificación. Nada suyo nos sucede a menos que estemos en una relación correcta con Él.
Él está en nosotros y nosotros estamos en Él, del mismo modo que Él está en el Padre y el Padre está en Él. Somos uno con Él (Juan 17:21).
Cuando Él dijo a Sus discípulos que iba a preparar lugar para ellos, estaba hablando de un lugar en el Padre. “En la casa de Mi Padre, muchas moradas hay,” o casas, o mansiones (Juan 14:2). Juan 17:3 explica que la vida eterna es conocer a Dios y a Jesucristo, a quien Dios había enviado.
Jesús explicó en Juan 15:1 que Él es la vid verdadera. Hemos de permanecer en Él (v.4). Sin Él no podemos hacer nada (v.5).
Si permanecemos en Él y Sus palabras permanecen en nosotros, pediremos lo que queramos y nos será hecho. ¿Qué es lo que pedimos? Que podamos llevar mucho fruto para Él y así, ser Sus discípulos. Mediante esto es glorificado el Padre Dios (v. 7-8).
Esto es un misterio, pero un misterio que tiene que ser comprendido, y además, que debe convertirse en una realidad en cada creyente. No podemos permanecer a la par en el mundo y en el cielo al mismo tiempo. No podemos permanecer en la carne y en el Espíritu al mismo tiempo. No podemos permanecer en Satanás y en Cristo al mismo tiempo.
Vamos a dar gloria a alguien o a algo. Vamos a buscar glorificarnos a nosotros mismos, a otro hombre, o por nuestras propias obras malas, dar gloria a Satanás y a sus obras de oscuridad.
Constantemente estaremos participando de algo. Participaremos o bien de la Palabra, o del mundo. No puede ser las dos cosas a la vez.
Dios está tratando de tal modo con Sus santos hoy para llevarlos al final de ellos mismos hasta una relación santa, pura e incorrupta con Él—no para nosotros (aunque termina siendo para nosotros), sino para Él, para que Él pueda ser el todo en todos.
Avanzamos de fe en fe (Rom. 1:17), de gloria en gloria (2ª Cor. 3:18). Es un proceso que Dios está tratando con nosotros. Estamos siendo conformados a Su imagen (Rom. 8:29), y siendo transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento para que podamos probar cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Rom 12:2).
Cualquier justicia que pensamos que tenemos, no es ni podrá ser nuestra. Es Su justicia. Él es justo. ¡Entra en Él!
Cualquier santificación que pensamos que tenemos, no es ni podrá ser nuestra. Es su santidad. Sólo Él es santo. ¡Entra en Él!
Cualquier glorificación que pensamos que tenemos, no es ni podrá ser nuestra. ¡Es su gloria! Sólo Él es digno. ¡Entra en Él!
Jesús oró por nosotros para llevarnos a la Gloria
Hay un corito que cantamos, “De gloria en gloria, Él me está cambiando, cambiando, cambiando. Su imagen y semejanza para perfeccionarme—el amor de Dios mostrado al mundo”.
Descubrimos que esta gran salvación está completamente envuelta alrededor de quién es Él, no alrededor de quienes somos nosotros; en lo que Él ha hecho, no en lo que nosotros pudiéramos esperar hacer a lo largo de mil vidas.
“Por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Ef. 2:8-10).
La oración sacerdotal de Juan 17 incluye esta progresión comenzando en la Pascua, pasando por Pentecostés y llegando hasta Tabernáculos. Es decir, de justificación a santificación, y a glorificación.
JUSTIFICACIÓN /REDENCIÓN. “Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste.” (Juan 17:1-2).
Jesús esperaba la hora de Su propia glorificación, al orar esta oración. A través de Su muerte, sepultura, resurrección y ascensión, estaría regresando a la gloria que tenía con el Padre antes que el mundo fuese (v.5).
Además, ya era glorificado en los discípulos que creían en Él y que se hicieron suyos por la fe (v.10).
Así pues, en la gloria de Su muerte, sepultura y resurrección, dio vida eterna: justificación y redención.
SANTIFICACIÓN: Pero dejaba este mundo y a ellos los dejaba en el mundo. Así, prosiguiendo en Su oración, pidió al Padre-Dios que los guardara en Su nombre, para que fueran uno como Él y el padre eran uno (Juan 17:11).
“Santifícalos en tu verdad, Tu Palabra es verdad” (v.17). Como el Padre le envió al mundo, así mismo Él los enviaba al mundo (v.18). Se santificó a Sí mismo por causa de ellos para que ellos pudieran ser santificados por la verdad. Así, envió al Espíritu Santo, el administrador de la verdad, para santificarlos con la verdad.
Jesús explicó a Sus discípulos que era para bien de ellos que Él se marchaba, para poder enviar al Ayudador (el Paracletos: alguien que va al lado), el Espíritu Santo (Juan 16:7). Cuando venga el Espíritu de verdad, los guiará a toda la verdad (v.13). La santificación es un proceso de guía progresivo.
GLORIFICACIÓN. Así, el Espíritu Santo no sólo es dado para continuar glorificando al Hijo modelo, Jesús, sino para que Dios pudiera llevar muchos hijos a la gloria (Heb. 2:10).
Jesús oró, “Y la gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad…” (Juan 17:22-23).
“Para que sean perfectos…” tiene que ver con la obra continuadora de santificación cuyo propósito es llevarnos a la obra consumada de la glorificación.
Lo tenemos una y otra vez—tres fiestas, tres atrios, tres fases en nuestro caminar con el Señor. “¡Sed perfectos, como vuestro Padre en los cielos es perfecto!” (Mat. 5:48). La palabra “perfecto” significa maduro, completo.
¿Tienes hambre de avanzar con Él? ¿Estás dispuesto a ser bautizado en el Espíritu Santo y fuego para poder dar esa gloria total a Dios en Cristo Jesús?
No nos quedemos cortos de la gloria de Dios (Rom. 3:23).
“Los Crucificados” – Charles Elliott Newbold, Jr.
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