Charles Elliott Newbold, Jr.
Hay mucho más en el llamado de Dios a nuestras vidas que meramente recibir Su redención para que podamos ir al cielo al morir.
Consindera esto:
La iglesia verdadera es un pueblo obediente.
Comer Su carne y beber Su sangre (Juan 6:53-56) es poner nuestras vidas absolutamente para que Él cumpla Su absoluta y perfecta voluntad en nuestras vidas. Ninguna otra cosa importa.
El verdadero siervo es Jesús. Jesús estaba absolutamente consagrado a cumplir la voluntad de Su Padre.
Fue la voluntad de Su Padre lo que llevó a Jesús a Getsemaní.
Fue la voluntad de SU Padre lo que Le llevo ante Caifás y Pilatos.
Fue la voluntad de Su Padre que le crucificaran en aquella cruel cruz romana.
Fue la voluntad de Su Padre que muriera sobre la cruz y derramara Su sangre incorruptible por los pecados de un mundo corrupto.
La verdadera iglesia—aquellos que son verdaderos discípulos—son los que llevan las marcas de Su servidumbre (Gál. 6:17), que consideran sus propios vasijas muertas al pecado para que Él pueda reinar y gobernar como el Soberano en sus vidas.
La verdadera iglesia es un pueblo obediente.
Las tres dimensiones del Hombre
Hay tres dimensiones en el hombre. Es un alma viviente con un espíritu y mora en un cuerpo de carne. Ha sido redimido en su espíritu. Está siendo renovado en su alma, que consiste en su mente, voluntad y emociones. Pero su cuerpo de carne está corrupto y caído, y está sujeto a la corrupción y a la tumba. Sólo en esa gran resurrección de los muertos, los santos de Dios serán redimidos en sus cuerpos. En ese momento, recibirán para ellos mismo cuerpos glorificados (1ª Cor. 15:35-50).
Estas tres dimensiones están tocadas por las tres fiestas de Israel y los tres atrios del Tabernáculo. Obrando desde dentro hacia fuera, el espíritu del hombre está redimido y justificado en el cumplimiento de la Pascua. El alma (personalidad) del hombre está siendo renovada día a día, santificada, en el cumplimiento de Pentecostés. Después, en el cumplimiento de los Tabernáculos, cuando Sus santos sean atrapados en el aire y reunidos con Él, entonces recibirán sus cuerpos glorificados (1ª Cor. 15:49,52).
Las únicas sanidades de nuestros presentes cuerpos mortales son temporales: “Antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2ª Cor. 4:16).
Creciendo
Es este hombre interior del alma (personalidad) del que hablo ahora, cuyo espíritu humano ha sido redimido.
Habiendo sido redimido, se ha convertido en una nueva criatura en Cristo Jesús (2ª Cor. 5:17). Es un bebé en Cristo. Ha de “crecer en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo.” (Efe. 4:15). Se espera que madure.
Ha de crecer en Él, es decir, en Cristo Jesús. Ha de tomar la naturaleza de Su Padre. Ha de ser conformado a la imagen del Hijo (Rom. 8:29). Está siendo transformado por la renovación de su mente para que pueda probar cual sea la buena voluntad del Padre, agradable y perfecta. (Rom. 12:2).
Ha comenzado un proceso en él que pretende llevarle hacia delante y hacia arriba en el supremo llamamiento de Dios en Cristo (Fil. 3:14).
Hay un solo camino por el que puede llegar a este llamamiento hacia arriba y es por medio del bautismo en el Espíritu Santo y fuego. Así, dejamos el atrio exterior de la Pascua y llegamos al Lugar Santo de Pentecostés, llevando con nosotros la sangre del sacrificio del Cordero. Porque ahora necesitamos el poder de Su Señorío obrando en nosotros.
Tres Bautismos
En un sentido, tenemos tres bautismos. Hebreos 6:1-2 dice, “Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, 2 de la doctrina de bautismos…” Fíjate que usa el plural en la palabra bautismos.
Bautismo en agua
Somos bautizados en agua, que es nuestro primer paso de obediencia habiendo venido a Cristo en la fe. Los hijos de Israel simbolizaron esto cuando cruzaron el Mar Rojo desde Egipto (el mundo) hacia el desierto (un tiempo de prueba y preparación). Las Escrituras explican que “todos ellos fueron bautizados en Moisés” (1ª Cor. 10:2). La fuente para la limpieza en el atrio exterior representa este bautismo (lavamiento) en la redención.
Los que testificaron de Pentecostés, preguntaron después qué tenían que hacer. Pedro les contesto claramente, “Arrepentíos y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo para la remisión de los pecados…” (Hechos 2:38). Este es el primer paso que cada nuevo creyente ha de dar.
El bautismo en agua está asociado con el lavamiento de los pecados. En Hechos 22:16, el apóstol Pablo está testificando de su conversión y como Ananías le dijo, Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”.
Cualquier creyente puede bautizar a otro creyente en agua. El bautismo en agua representa nuestro bautismo en Jesús—en Su muerte y resurrección (Rom. 6:4).
Bautismo en el Espíritu Santo
Este segundo bautismo, el bautismo en el Espíritu Santo, sólo lo puede hacer Jesús mismo. Juan el Bautista proclamó, “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” (Mat. 3:11).
Esto ocurrió por primera vez el día de Pentecostés, como lo describe Hechos 2. Jesús mismo les dijo que esperaran en Jerusalén hasta que recibieran la promesa del Padre, un tiempo en el que serían bautizados (inmersos) en el Espíritu Santo. (Hechos 1:4-5). “Pero recibiréis poder cuando venga sobre vosotros el Espíritu Santo…” (Hechos 1:8).
El Espíritu Santo es dado con el propósito explícito de darnos el poder de Su Señorío. Si Jesucristo ha de ser Señor en hechos y no solo en palabra, uno tiene que ser motivado por el Espíritu Santo; tiene que ser inmerso necesariamente en el Espíritu Santo de Dios. Es ahí donde está el poder. Es absolutamente necesario pasar del atrio exterior de la Pascua hacia el Lugar Santo de Pentecostés.
Si alguno espera este proceso de renovación, que este crecimiento en Él tenga lugar, entonces tendrá que humillarse a sí mismo y recibir esta inmersión en el Espíritu.
No es suficiente aprender más y más de la Biblia. No es suficiente tener doctrinas bien definidas. No es suficiente ser religioso incluso en tu vida diaria. No es suficiente escuchar sermones muy elocuentes los domingos, cantar en el coro, enseñar en la escuela dominical, visitar a los enfermos, etc, etc.
A menos que se transpire un cambio dentro del alma del hombre, a menos que se esté siendo llevado a la perfección, hacia la santidad desde el interior, no se podrá ver al Señor.
Los que rehúsan este bautismo tendrán que contentarse con ser contados entre aquellos de quienes hablan las Escrituras, “teniendo forma de piedad, pero negando la eficacia de ella…” (2ª Tim. 3:5).
Bautismo de Sus padecimientos
Primero somos bautizados en Jesús tal y como es expresado por medio del acto externo del bautismo en agua. En segundo lugar, somos bautizados en el Espíritu Santo y fuego para que podamos tener el poder para proseguir hacia Su Señorío. En tercer lugar, por medio de este bautismo en el Espíritu Santo y fuego, se abre el camino para ser bautizados en Sus padecimientos. Es un participar de Sus padecimientos. El Espíritu Santo obra este bautismo de sufrimiento en nuestras vidas.
Mateo 20:20-23 nos habla del tiempo en que la madre de Santiago y Juan preguntó a Jesús si concedería a sus hijos que se sentaran uno a su mano derecha y el otro a su izquierda en Su Reino. Jesús contestó, “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados…”
Jesús no estaba andando con rodeos. Entendieron muy bien lo que este bautismo tenía que ver con el sufrimiento hasta la muerte, una participación con Él en Su muerte (Mateo 20:18).
Tal es la consagración de los vencedores. “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.” (Apoc. 12:11).
De acuerdo con Lucas 22:31-34, Jesús advirtió a Pedro que Satanás le había pedido para zarandearle como trigo. Después consoló a Pedro diciéndole que había orado por él para que no le faltara su fe.
Pedro se jactó; “Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte”. Pedro pensaba que verdaderamente estaba listo para eso.
Y entonces Jesús le dijo que antes que el gallo cantara, Le negaría tres veces. Y tres veces Pedro Le negó.
Primero, Jesús preguntó a Pedro si Le amaba. La palabra griega agapeo es usada para este amor que lleva consigo la idea de la auto-negación.
La palabra griega que es usada para expresar la respuesta de Pedro era la palabra phileo, que incluye un sentido más fraternal, afectivo, del alma, añadiéndole la idea del interés propio. No respondió con la clase de amor que se niega a sí mismo.
Una segunda vez Jesús preguntó, “Simón, hijo de Jonás, ¿Me amas agapeo)?”
La segunda vez Pedro respondió con la palabra phileo, como diciendo, “Sabes que te amo afectivamente.”
Después, por tercera vez Jesús le preguntó, “¿Me amas (phileo)?”, como diciendo, ¿eso es todo?
Habiendo fallado ya una vez, Simón ya no podía hacer una jactancia como si estuviera involucrado el agapeo. Sólo podía responder con amor afectivo.
Pedro quería poder decir, “Si, Señor”, pero sabía que no había nada en sus fuerzas para poder hacer un voto semejante.
Después, nuestro amado Jesús, dijo a Pedro, (vv.18-19), “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme”
Jesús no estaba simplemente diciéndole a Pedro que Le siguiera fuera de la habitación. Jesús le estaba llamando a seguirle hasta la muerte.
La jactancia previa de Pedro más tarde se convertiría en la promesa de Dios. Y después de que todo fuera dicho y hecho en la vida y el ministerio de Pedro, no sólo fue a la prisión, sino a la muerte, siguiendo al Señor en su bautismo de sufrimientos. Sin embargo, no atravesó por este bautismo ni en el tiempo de él ni en su fuerza, ¡sólo en el tiempo y la fuerza Dios!
Jesús aprendió la obediencia a través de los padecimientos (Heb. 5:8). “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Fil. 2:8).
Estamos siendo traídos a la obediencia, al servicio, a la condición de hijos, por medio de los padecimientos que sufrimos, mediante la participación de Sus padecimientos.
Hijitos, Jóvenes y Padres
En cuanto al proceso de ser llevados a la condición de hijos, una vez más vemos las cosas desplegándose en tres aspectos. Tres en la Biblia generalmente es el número que habla de la consumación del testimonio.
1ª Juan 2:12-14 habla de hijitos, jóvenes y padres. Los padres están centrados en sus hijos. Los cuidan. Los jóvenes están centrados en los padres. Se preocupan por las cosas del padre. Quieren cumplir su voluntad. Pero los hijitos están típicamente centrados en sí mismos. Y lo mismo sucede en el Reino de Dios.
Los que permanecen en el atrio exterior son los hijitos. Los que prosiguen al Lugar Santo son los jóvenes (hijos). Y los que alcanzan el nivel de la madurez en el Lugar Santísimo toman la naturaleza del Padre. Son Abrahams.
Habiendo sido niños, nunca perdemos esa naturaleza infantil. Es el único camino por el que podemos llegar al Reino. Nacemos en él como bebés. Habiendo sido jóvenes (hijos), nunca perdemos eso. Incluso como padres, permanecemos privilegiados como hijos en la casa del Padre Dios, y seguimos siendo siervos como hijos en la casa del Padre Dios. Permanecen las tres naturalezas. Pero hemos de crecer en Él.
“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.” (1ª Cor. 13:11).
Bautismo en el Espíritu Santo
Como hijitos, somos egoístas. Estamos sujetos a la disciplina del Señor para llevarnos a la madurez (Heb. 12:5-11)
Si rechazamos voluntariamente la disciplina y así, rechazamos el proceso de Dios de crecer en Él, permaneceremos en nuestro egoísmo y egocentrismo y fracasaremos en toda la idea del discipulado.
Si somos egoístas, somos carnales, de la carne.
Si somos carnales, entonces somos idólatras. Nos adoramos a nosotros mismos y nos entregamos a nuestra voluntad en lugar de a la del Señor.
Si somos idólatras, entonces somos rameras. Toda la idolatría en la Biblia es vista como adulterio espiritual—yendo detrás de otros dioses. El adulterio espiritual es cualquier cosa para el yo.
Considera a por quién viene a buscar el Señor en su regreso. Busca a “a una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.” (Efesios 5:27). Él viene a por un pueblo que haya sido separado del pecado, del yo, del mundo y del dominio de Satanás. La novia es de la que dice Apocalipsis 19:7: “Se ha preparado”.
Cristo no viene a por la ramera ni a por un pueblo con corazón de ramera. No viene a por una esposa rebelde. Viene a reunir a ese pueblo y a recoger para sí a ese pueblo que tiene ojos solo para Él, que está radicalmente consagrado a seguirle, por dondequiera que Él vaya. (Apoc. 14:4).
La verdadera iglesia es un pueblo obediente
El único camino por el que alguien puede llegar a este lugar de obediencia es por medio del bautismo del Espíritu Santo y fuego. Es el bautismo “en” el Espíritu Santo. Somos inmersos, llenos, empapados, saturados, consumidos en el Espíritu Santo de Dios. ¡Quién no querría eso/ÉL! Y Él está dispuesto a responder si la intención de nuestros corazones es correcta.
No es una doctrina a debatir o una experiencia que buscar o rechazar. El bautismo es una relación con Dios en el poder de Su Espíritu Santo y divino.
Él, el Espíritu de verdad, es la fuerza que nos proyecta hacia el Supremo llamamiento de Dios en Cristo. No puedes entrar en el Lugar Santísimo del Tabernáculo sin que primero hagas tu servicio en el Lugar Santo de Pentecostés.
El Bautismo en agua toma lugar en el atrio exterior de la Pascua. El Bautismo en el Espíritu Santo y fuego toma lugar en el Lugar Santo de Pentecostés. Ambos bautismos tienen como objetivo final llevarnos al único bautismo que realmente cuenta—el bautismo en Jesús, en el que somos completa y totalmente crucificados con Él y resucitados en Él—en el que nos convertimos, por así decirlo, en Él.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gál.2:20).
Ser bautizado en el Espíritu Santo de Dios es ser lleno de Su alabanza, Su poder, Sus propósitos, Sus planes, Su programa, Su proceso de perfeccionamiento, Su purga, Su purificación, Su todo…
Este es el proceso de santificación sin el que no veremos al Señor (Heb. 12:14).
Pascua, Pentecostés y Tabernáculos comparados
Antes de terminar este capítulo, veamos como este proceso de santificación encaja en los tres días festivos.
La sanidad y la liberación se reciben en la Pascua (no en Pentecostés, como muchos pentecostales asumen). La Pascua es la cruz. La cruz es la vida consagrada. Muchos están predicando la salvación sin la cruz. Y sin embargo, no hay salvación aparte de la cruz, es decir, de la vida entregada por completo. Predicar una salvación sin la cruz no es el verdadero evangelio.
Pentecostés es el poder de la Pascua. Debemos ser bautizados (inmersos) en el Espíritu Santo y fuego para que podamos vivir la vida crucificada. El Espíritu Santo morando en nosotros es nuestra habilidad para caminar en el Señorío de Jesucristo.
La Pascua sin Pentecostés es la ley. Jesús es la ley escrita en nuestros corazones. Es también la habilidad en nosotros para vivir conforme a la perfecta ley de la libertad. Por eso nos dio Su Espíritu Santo para que pudiéramos ser revestidos con poder de lo alto. Aceptar al Jesús de la Pascua y rechazar al Espíritu Santo de Pentecostés es saber lo que es justo y no tener el poder para hacerlo. De este modo permanecemos bajo la ley. Esto significa para nosotros hacer lo que es recto en nuestras propias fuerzas.
Sin embargo, Pentecostés sin la Pascua es engaño. Cuando no comprendemos que Pentecostés es el poder de la Pascua, tendemos a ir en busca de la “bendición”. Buscamos los dones por causa de tener los dones. Estos se convierten en fines en sí mismos. Pero el don del Espíritu Santo nos es dado para que podamos conocerle (a Jesús) y el poder de Su resurrección.
Pentecostés siempre indicará hacia Tabernáculos, que es la consumación de la Pascua, es decir, la cruz y la vida entregada completamente.
La sanidad y la liberación sin la cruz son superficiales. No somos sanados y librados por ser bautizados (inmersos) en el Espíritu Santo y fuego, sino porque hemos muerto y nuestras vidas están escondidas con Cristo en Dios. (Col. 3:3).
Tabernáculos significa estar reunidos con Jesús. Estamos viendo los primeros frutos de ese evento histórico hoy. Hemos tenido el cumplimiento de la Pascua y de Pentecostés, pero todavía hemos de testificar del cumplimiento de Tabernáculos.
Tabernáculos es el objetivo o la consumación de la Pascua, hecho posible por Pentecostés. La salvación viene en ese final. Está consumada en Tabernáculos.
“Los Crucificados” – Charles Elliott Newbold, Jr.
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