Charles Elliott Newbold, Jr.
Hay un grupo de creyentes a los cuales llamo “los crucificados” porque los veo como aquellos que han ido a la cruz no solo para el perdón de sus pecados, sino que han pasado por la cruz en negación total de cualquier cosa para el yo. Cada uno de ellos está dispuesto, como dijo Jesús, “a tomar su cruz diariamente…” (Luc. 9:23, Mat. 16:24).
Estos crucificados están muertos en lo que se refiere a los intereses y hechos de su carne y del mundo. Han llegado al fin de ellos mismos, que es lugar donde Dios quiere llevarnos a todos. Entienden que la única vida verdadera se encuentra en la pérdida total de la vida del yo, para ser entregados completamente a la absoluta voluntad de Dios. “El que salve su vida la perderá” (Mat. 16:25). Están dispuestos a morir, o dispuestos a aprender a estar dispuestos a morir, por causa del evangelio.
Jesús es el único tema de sus vidas. Otras grandes verdades y doctrinas son importantes como precaucion contra la herejía, pero para ellos, estas verdades nunca se convierten en temas de división en el cuerpo de Cristo. Estos “crucificados” no son divisivos ni polémicos, sino baluartes de la Verdad que es Jesucristo como Señor.
Bajo la Cabeza/Señorío de Cristo
Los crucificados tienen un fuerte sentido y una gran seguridad en la cabeza de Jesucristo. Resisten a las presiones del Cristianismo tradicional para someterse a la cabeza de otros hombres, y reciben el orden escritural de 1ª Cor. 11:3, “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.” Cualquier otra autoridad como cabeza para ellos, sería falsa y ofensiva a sus espíritus sinceros.
Su insistencia en la cabeza de Jesucristo es una ofensa para los tradicionalistas/institucionalistas que, por alguna razón, quieren llevar a los hombres al sometimiento de otros hombres.
Sin embargo, los crucificados están sometidos unos a otros, especialmente a los que son sensibles a la dirección del Espíritu Santo. Habiendo pasado por la cruz como han pasado, son humildes, quebrantados ante el Señor, y dispuestos a examinarse a ellos mismos para ver si hay algún mal en ellos. Darán cuentas unos a otros voluntariamente y con disposición.
No tienen ambición por el yo, sino que se ven a ellos mismos como siervos. Están dispuestos a hacer su servicio ante Dios en secreto, sin reclamar nada para ellos mismos. No buscan para sí “una ciudad, una torre… y un nombre. (Gen. 11:4). No tienen ambición por aumentar para sí mismos en poder, posición o riquezas. No están interesados en levantar edificios de iglesias ni membresías para si mismos, en maquinar programas o en ganar reputación y títulos. No tienen agenda propia. Solo quieren y persiguen lo que Dios quiere.
Aunque están genuinamente sometidos unos a otros en el Espíritu, no son motivados por el temor del hombre sino por su reverencia hacia el Dios Altísimo. Jesús es el Señor absoluto en sus vidas. Han renunciado a toda forma de idolatría.
Obediencia radical
El Señorío absoluto de Jesucristo infiere una obediencial radical hacia Él. Los crucificados han abandonado todo para seguirle y son fieles en lo poco así como en lo mucho. (Lucas 16:10).
Tal obediencia procede de la fe y de la confianza extrema en Dios, siendo Él soberano en sus vidas. Su fe supera la fe por cosas, incluso cosas del Reino. Su fe está en Dios, no importan ni las circunstancias ni las cosas a su alrededor.
No obstante, no son ignorantes en cuanto a los males del diablo ni carecen de poder sobre toda la obra del enemigo. De hecho, ejercen un poder absoluto sobre el enemigo porque son obedientes al Espíritu.
Tienen tal confianza en el poder mayor de Dios en ellos que cualquier cosa que les suceda, es considerada como la obra santificadora del Espíritu Santo, en lugar de la obra destructiva del enemigo. Están entregados de tal modo a Dios y a Su voluntad, que tienen la confianza de que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” (Rom. 8:28).
No Religiosos
Los crucificados son no-religiosos, no-tradicionales, no-institucionales, y no-litúrgicos. Ven la diferencia entre la religión y la relación. No necesitan la religión porque tienen una relación personal con el Cristo del Cristianismo.
La religión está interesada en hacer cosas para apaciguar a los dioses, mientras que la relación está interesada en tener comunión con la misma persona de Dios.
La religión es sacrificio; la relación es obediencia. La religión pretender limpiar lo externo de la taza; la relación pretende limpiar por dentro. (Mat. 23:25-26).
La religión participa del símbolo solo del cuerpo y de la sangre (comunión); la relación participa de la Persona del cuerpo y de la sangre. No podemos por más tiempo ofrecer a la gente sólo el símbolo. Necesitan la Persona del Símbolo—Jesucristo, el Señor.
Los crucificados no basan ya más sus vidas sobre el símbolo, sino sobre su relación con la Persona. Están tan identificados con Él que cuando presentan sus propias vidas como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rom. 12:1) es como si estuvieran presentando la Persona misma.
Manteniendo una relación semejante a ésta con Dios, llegarán a conocerle, y no simplemente a saber sobre Él—a comprenderle a Él y a sus caminos, a confiar en Él, a tener amor y afecto por Él, a temerle, a respetarle y a obedecerle. Un vínculo inseparable se forma entre Él y ellos.
El interés de estos crucificados es buscar más y más de Jesús. Éstos son de los que podría decirse por su vida y por su poder, “que han estado con Jesús” (Hechos 4:13).
No están centrados en ellos mismos en modo alguno, sino que están centrados y enfocados en Jesús y Su voluntad. Se identifican con Sus planes y propósitos en toda la eternidad.
No-Materialistas
No son materialistas, habiendo aprendido “que la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15) Se identifican con el apóstol Pablo que dijo de sí mismo: “…he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”. (Fil. 4:11). No importa si tienen o no tienen. Su confianza está en Dios, que es quien provee. Piensan en Espíritu, no en la carne; en lo eterno, no en lo temporal; en lo espiritual, no en lo material.
No-Sensacionalistas
No son sensacionalistas. Están inmersos en el Espíritu, dispuestos a hablar en lenguas desconocidas, a creer en la operación del día presente de los dones y de los ministerios del Espíritu, tal y como están establecidos en las Escrituras, y esperando ansiosamente la segunda venida del Señor. Pero estos temas ya no son el tema principal en ellos. Su interés es recibir dones espirituales como herramientas para proseguir en el Señorío de Jesucristo.
La experiencia Pentecostal no es el fin, sino el medio hacia la meta más alta de llegar a Él, de ser hallados en Él (Fil. 3:7-11). Están menos inclinados hacia buscar las manifestaciones externas sensacionalistas de los milagros y las sanidades, y más inclinados a buscar “la santidad, sin la cual, nadie verá al Señor” (Heb. 12:14). Desean más esa obra escondida del Espíritu Santo en sus vidas. A largo plazo, sin embargo, les seguirán las señales mayores y más verdaderas.
Su principal interés es ser apartados para Dios, “Porque esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1ª Tes. 4:3). Son rápidos en admitir el pecado y arrepentirse. Para ellos, la santidad se logra por medio del fuego purgante, purificador y limpiador del Espíritu Santo—que los transforma y los conforma a la imagen de Jesús.
Son pacientes esperando en el Señor—reposan, esperan, escuchan y después y únicamente después, obran.
Tienen una profunda confianza en la Biblia como la Palabra de Dios y viven como si Dios dijera lo que quiso decir y quisiera decir lo que dijo.
También tienen una profunda confianza en el Espíritu Santo de Dios y obran sobre la base de Zacarías 4:6, “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.” No ponen su confianza en la carne (Fil. 3:3).
La Iglesia sin muros
Los crucificados son la iglesia sin muros. Han salido fuera del campamento con Jesús, llevando su vituperio (Heb. 13:12-13). Las iglesias son semejantes a ciudades amuralladas en las que se guarda lo suyo propio.El movimiento ecuménico es un intento de hacer que estos muros coincidan para dar apariencia de unidad. Pero todos estos intentos nunca quitarán la realidad de los muros.
Con frecuencia, incluso entre los creyentes más sinceros, estas ciudades amuralladas se convierten en clubes sociales según su especie. Dios no está llamando a hacer clubes cristianos. Más bien está llamando a salir de ellos. El único muro en el que Dios y Sus crucificados están interesados es ese muro de fuego mencionado en Zacarías 2:5: “Yo seré para ella, dice Jehová, muro de fuego en derredor, y para gloria estaré en medio de ella.” Estos crucificados son un pueblo que ha sido llamado a salir de otro pueblo: la ekklesia, “los llamados fuera.” {1}
Ven los dones del Espíritu y los ministerios del Espíritu como algo que pertenece al cuerpo completo sin consideración hacia una membresía de iglesia en particular.
Los crucificados no han tomado para sí ningún otro nombre que el Suyo: el nombre de Jesús (Hechos 15:14). No se reúnen en ningún otro nombre que en el Suyo (Mat. 18:20).
No se someten a ninguna otra Cabeza/Señorío que la Cabeza/Señorío de Jesucristo, que es la verdadera cabeza de la Iglesia (Efe. 1:22; 4:15; 5:23).
No siguen a ningún otro que al Espíritu Santo de Dios, que está Él mismo sujeto a hacer y decir lo que Jesús, la Cabeza, hace y dice (Juan 16:13).
No oyen otra voz más que la del Buen Pastor (Juan 10:14-16). No están unidos a nadie ni a nada a excepción de a Él (1ª Cor. 6:17).
Han sido comprados por precio (1ª Cor. 7:23) y por tanto, no se atreven a intentar ser propietarios de nadie y a ser propiedad de nadie más que de Él. Sin embargo, pertenecen los unos a los otros en el más profundo sentido espiritual de la palabra (1ª Cor. 3:22).
No tienen otra vida que vivir más que Su vida, vivida en y a través de ellos (Gál. 2:20).
Profetas
Los crucificados son un pueblo que dice lo que Dios dice, hace lo que Dios hace y son lo que Dios les ha hecho ser.
Son verdaderos profetas de Dios. Con el uso del término profeta, no me refiero a qué todos ellos sean llamados al ministerio equipador del profeta. No obstante, sus vidas son conformadas según los profetas de Dios—el espíritu de Elías—teniendo esa relación radical con Dios en el Espíritu, hablando por Dios por su mismo estilo de vida, trayendo convicción al mundo, preparando el camino de la segunda venida del Señor.
Parecen inconformistas en el Cuerpo de Cristo, pero son de hecho todo lo opuesto. Cada uno de ellos está entregado absolutamente a la voluntad de Dios, al coste de sus propias vidas. No hay rebelión qué encontrar en ellos.
Al seguir cada uno de ellos al Espíritu, descubren que Él dirige conforme a las Escrituras; que los dones y los ministerios del Espíritu surgirán y comenzarán a fluir juntos sin muros; que Su cuerpo, la Iglesia, comenzará a unirse en un buen orden y libertad según la Escritura en un solo hombre conforme a Efesios 4:13; que Su propósito divino y Sus planes se revelan; que Su presencia y poder son manifiestos; y que ellos mismos surgen como un hijo colectivo por todo el mundo.
Estas cosas han de ser la obra del Espíritu Santo que está edificando la casa de Dios. “Si Jehová no edificare la casa,-en-vano-trabajan-los-que-la-edifican;
Si Jehová no guardare la ciudad, En vano vela la guardia.” (Salmos 127:1).
Ningún hombre sabe como construir la casa de Dios. El hombre no puede legislar o institucionalizar el orden divino de Dios. Tan solo puede someterse a la obra santificadora del Espíritu Santo, que es quién está haciendo el edificio, y ser radicalmente obediente a esa cosa particular que el Espíritu Santo le muestra que haga. Cualquier intento por edificar, legislar o institucionalizar por delante del Espíritu, es carnal, y terminará en legalismo y muerte. “…la letra mata, pero el Espíritu es dador de vida” (2ª Cor. 3:6).
Ríos de Agua Viva del interior
Estos crucificados se inician solos. La vida y el poder del Espíritu es la fuerza impulsora en ellos. Se entregan a sí mismos para llegar a ser esa agua viva que brota desde lo más profundo de su interior, fluyendo como ríos de vida (Juan 7:38).
No necesitan ser motivados para alabar y adorar, para orar, para ayunar, para dar, para responder a todo lo que sea demandado por el Espíritu.
No necesitan correr a este seminario de sanidad o a aquel taller sobre liberación. No tendrán que comprar todos esos libros y cintas de cassette sobre “como hacer esto”, o “como hacer esto otro”.
No tendrán que aferrarse a las promesas de Dios en sus vidas a través de infinitos encantamientos de confesiones de fe.
El Reino de Dios está dentro de ellos (Luc. 17:21). La Palabra de Dios está dentro de ellos. Están en Él y Él en ellos. Son uno, así como Él es uno con el Padre (Juan 17:21). La Palabra de Dios son las promesas de Dios; por tanto, las promesas de Dios están en ellos y no pueden alcanzarse agarrándolas externamente.
Además, no sólo tienen el Reino, la Palabra, las promesas y la Persona de la Palabra en ellos. Ellos mismos se convierten en la manifestación de la Palabra de Dios en y a través de sus vidas. Son epístolas vivas (2ª Cor. 3:2-3), oráculos (1ª Ped. 4:11). Son la Palabra hecha carne en sus propios cuerpos, al ser el Cuerpo de Cristo en el mundo.
La Vida Cristiana normal
Esto no es decir que estos crucificados son un cuerpo élite de personas en términos en cuanto a lo que el mundo piensa como élite. Por el contrario, son el objeto de mucho ridículo y desprecio en el mundo.
La vida crucificada es aquello a lo que Dios ha llamado a todos Sus discípulos. Es considerada vida cristiana normal desde el punto de vista de Dios. Cualquier intento de vida en Cristo que sea inferior a esto, es discipulado anormal, inmaduro.
Y sin embargo, no es algo que nadie pueda conseguir por sus propias fuerzas.
Sólo Jesús es el cumplimiento de todas las fiestas y atrios. Él es nuestro redentor y nuestra redención, nuestro justificador y nuestra justificación, nuestro libertador y nuestra liberación, nuestro santificador y nuestra santificación, nuestro glorificador y nuestra glorificación. Si queremos cualquiera de estas cosas, tenemos que tenerlo a Él. ¡Él es todo eso!
El asunto no es que Dios esté dispuesto a redimir, a justificar, a liberar, a santificar y a glorificar. Él ya lo ha hecho. El asunto es creer en Él como el autor de Su propia obra—hecha a favor nuestro—y estar dispuestos a qué Dios obre en nosotros todo aquello que Él ha hecho por nosotros.
Algunos no están dispuestos a avanzar en la santificación y la glorificación. No puedes ser glorificado sin que primero pases por la santificación. No puedes ser santificado sin que primero pases por la justificación. Fuimos justificados, estamos siendo santificados, seremos glorificados—juntos, este es el proceso de la salvación. Nos estamos convirtiendo en lo que somos en Cristo Jesús.
Por tanto, no sólo tenemos estas tres fiestas y atrios cumplidos en Jesús, sino que están siendo obrados en nuestras vidas mientras estamos dispuestos y cedemos.
Oswald Chambers, en su libro devocional, “En Pos de lo Supremo”, escribió: “El asunto no es si Dios está dispuesto a santificarme; ¿Es mi voluntad? ¿Estoy dispuesto a dejar que Dios haga en mí todo lo que ha sido hecho posible por medio de la Expiación?”
Nacidos del Fuego
Estos crucificados nacen del fuego. Hechos 8:1-4 nos deja un ejemplo de esto entre los Cristianos del primer siglo. Aquí leemos como Saulo consentía en la muerte de Esteban; y así, una gran persecución se levantaba contra la iglesia en Jerusalén. Por causa de esta persecución, los discípulos fueron esparcidos por el extranjero, a todo lo largo de las regiones de Judea y Samaria, excepto los apóstoles. Estos Cristianos esparcidos avanzaron predicando la Palabra.
Jesucristo había dado a los primeros discípulos la comisión de “ir… haciendo discípulos a todas las naciones, bautizándoles…” (Mat. 28:19-20), pero estaban cómodos en su cueva de Jerusalén y no estaban saliendo como les había sido encomendado. Por tanto, se necesitó la persecución para esparcirlos a ellos y a la Palabra por el extranjero.
Una vez más siento que se necesitará la persecución para esparcir a los santos para extender el verdadero Evangelio.
Digo “verdadero” evangelio porque cualquier otro evangelio que no predique a “Jesucristo y a Jesucristo crucificado”, no es el verdadero, sino “otro evangelio”. La justicia social, la experiencia del nuevo nacimiento, la santidad, la fe, la prosperidad, el orden de iglesia, y otras muchas enseñanzas, pueden ser ciertas, pero no son en sí mismas “el” evangelio. Pueden ser subproductos del evangelio en una extensión u otra. Pero el evangelio, conforme al apóstol Pablo, cuyos escritos consideramos inspirados y sagrados, es Cristo y Cristo crucificado. 1ª Cor. 2:2: “Porque me he propuesto no saber nada entre vosotros sino a Cristo y a Él crucificado.”
Con frecuencia, la persecución es la sacudida de Dios—Su herramienta para el cumplimiento de la gran comisión.
Un ámbito más alto en el Espíritu
Habiendo pasado de la Pascua hasta Pentecostés, los crucificados han cruzado a un ámbito más alto en el Espíritu llegando hasta Tabernáculos incluso antes de su cumplimiento. (Enfatizo una vez más que este ámbito más alto se espera, de todo discípulo verdadero, hambriento y buscador, y está disponible para él).
Tenemos un tipo de esto en el Antiguo Testamento cuando David y sus hombres comieron el pan sagrado (1ª Sam. 21:4-6). Con respecto a esto, Mateo 12:1-8 nos habla de un tiempo cuando Jesús y sus discípulos caminaban entre un campo de grano en el Sabbat, y algunos comieron del grano. Los Fariseos los vieron y cuestionaron a Jesús sobre lo ilegal que habían hecho. Jesús les recordó cómo David entró en la casa de Dios y comió los panes de la proposición sagrados, algo que no estaba permitido por la ley. Y sin embargo, no fue culpado.
Jesús entonces declaró que alguien mayor que el templo estaba allí. Se refería a sí mismo—que Él era el Señor del Sabbat. Con otras palabras, David, por causa de su relación íntima con Dios, fue más allá de la Ley y se aferró del Señor mismo de la Ley. Se movió en una esfera más alta en el Espíritu.
Hay un pan para los hijos de Dios del que no hemos recibido el privilegio de participar hasta ahora, porque, aún no hemos cruzado a esta vida crucificada nosotros mismos. Hemos estado obrando en la misericordia y la gracia de Aquel que entró antes que nosotros de una vez y para siempre como nuestro Gran Sumo Sacerdote, Jesucristo el Señor.
Una vez que los crucificados han cruzado verdaderamente al Lugar Santísimo—el lugar dónde Jesús es lo único que hay, dónde Jesús no sólo es predicado como crucificado, sino dónde el creyente mismo es un ejemplo vivo de esa vida sacrificial (Rom. 12:1)—habrán llegado a un lugar dónde puede que nunca estén enfermos, cojos, o dañados de nuevo; dónde los demonios no podrán ya más oprimirlos, atormentarlos o tentarlos; donde las cosas materiales serán irrelevantes porque esas cosas no tienen nada que ver con un hombre muerto. Además, las bendiciones de Dios les seguirán.
Jesús es su patrón. Su vida sacrificial se convierte en sus vidas, y sus vidas en la vida de Él. El Espíritu Santo dio dones y ministerios para equipar a los santos para la obra del “servicio” con el fin de volvernos como Él. Nos acercamos rápidamente a ese fin y al perfeccionamiento de los santos—aquellos que están dispuestos a pasar por la cruz en Cristo.
Notas
{1} Ekklesia es la palabra griega que ha sido traducida como “iglesia” pero que literalmente significa “llamados fuera”.
Los Crucificados – Charles Elliott Newbold, Jr.
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