El camino no es una fórmula, una doctrina, una religión ni nada de eso. El Camino es la persona de Jesucristo. Jesús como el Camino es el atrio externo de la Pascua.
La Verdad
No sólo Jesús es primero y principalmente el Camino, sino que Él es la Verdad. En numerosas ocasiones Él habló deliberadamente a los Judíos diciendo, “verdad os digo…” (Lee Juan 8:40-46).
Esto hizo no sólo para mostrar el contraste entre la verdad y la hipocresía de la religión de los Fariseos, sino para declarar quién era Él mismo.
No dijo simplemente la verdad. No conocía meramente la verdad. Él era la Verdad.
Jesús dijo a los Judíos que creían en Él que permaneciesen en Su Palabra. No dijo que permaneciesen en Sus palabras, sino en Su palabra (Juan 8:31). Esta fue otra forma de decir, “permaneced en Mí”, tal y como lo ilustró en Juan 15:1-8 (que habla de la vid verdadera y los pámpanos). Porque Jesús era la Palabra de Dios hecha carne.
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:1,14).
Si los que creéis permanecéis en Su palabra, es decir, permanecéis en Él, entonces hay tres cosas prometidas:
(1) Sois de hecho Sus discípulos
(2) Conoceréis la verdad y
(3) La verdad os hará libres (Juan 8:31-32)
Los Judíos se jactaron ante Jesús de ser descendientes de Abraham y de nunca haber estado esclavizados a nadie (Juan 8:33). ¿Cómo podía Él tener la audacia de decir que podía liberarlos?
Jesús explicó que estaban esclavizados al pecado (v.34). Eso era particularmente difícil de creer para ellos, siendo Judíos que habían guardado la Ley rígidamente y que habían hecho leyes ellos mismos. No obstante, Jesús les acusó de estar esclavizados al pecado.
Todavía tenían que entender que “la letra mata, pero el Espíritu vivifica” (2ª Cor.3:6).
Así, avanzamos de Jesús el Salvador, a Jesús la Verdad. Jesús es la verdad y prometió enviar al Espíritu Santo de verdad.
Jesús instruyó a Sus discípulos diciendo, “Pero cuando venga el consolador, a quién Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, Él dará testimonio acerca de Mí” (Juan15:26).
Después dijo, “Cuando venga el Espíritu de Verdad, Él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablara todo lo que oyere…” (Juan 16:13).
Jesús, el Camino, apunta claramente más allá de la Pascua a Jesús, la Verdad. Hablamos de la persona del Espíritu Santo que es la promesa del Padre: El Espíritu de verdad.
“Pero la unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas y es verdadera y no es mentira, según Él os ha enseñado, permaneced en Él.” (1ª Juan 2:27)
Aunque Jesús y Su Espíritu son inseparables, no obstante, Él se describe a Sí mismo en estas varias manifestaciones: primero es el Camino, después la Verdad. La única forma de conocer la verdad es que el Espíritu Santo nos las revele. Por tanto, avanzamos desde el atrio externo de la Pascua, hacia el Lugar Santo de Pentecostés.
La Vida
Pero el Espíritu de verdad siempre apunta hacia Jesús.
“El Me glorificará porque tomará de lo mío y os lo hará saber” (Juan 16:14).
El Espíritu de verdad siempre nos va a llevar a Jesús, el Salvador—de vuelta a la cruz. Pero la ironía es ésta: que el apuntar a Jesús siempre será una progresión en Él, un avanzar y un subir. Es un proceso que se inicia en la Pascua, prosigue a Pentecostés y continua hacia Tabernáculos, hasta el Tabernáculo de David. Porque el tabernáculo de David es lo que es prometido al final, no el Tabernáculo de Moisés.
“Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar.” (Hechos 15:16-17).
El tabernáculo de Moisés tenía el Lugar Santísimo detrás del gran velo en el que estaba el Arca del Pacto, el propiciatorio encima del arca y los querubines que descansaban en los extremos del propiciatorio (Éx. 25). Sólo el Sumo Sacerdote estaba autorizado para entrar al Lugar Santísimo, una vez al año, para expiar por sus pecados primero y después por todos los pecados del pueblo (Lev. 16, Heb. 9:2-7).
En contraste con esto, el Tabernáculo de David era meramente una tienda extendida en el Monte Sión, y el único objeto en su interior era el arca del Pacto (1ª Crón. 16:1).
El arca del Pacto estaba hecho de madera de acacia cubierta de oro y originalmente incluía las tablas de piedra sobre las que estaban escritos los diez mandamientos, el tarro con el maná y la vara de Aarón que reverdeció (Heb. 9:4).
El arca en sí habla de Jesucristo. La madera de acacia representaba Su humanidad y la capa de oro en el exterior representaba Su deidad.
Las tablas con los Diez Mandamientos representaban la Palabra de Dios. Jesús es la Palabra. Así que en todo esto, las tablas de piedra representaban a Jesús.
El maná es semejante a Jesús, que es el viviente pan de vida que descendió del cielo (Juan 6:49-51).
La vara de Aarón que reverdeció (Núm. 17) representaba la autoridad del Señor Jesucristo como el gran Sumo Sacerdote que entró en el Lugar Santísimo una vez y para siempre para expiar los pecados del mundo. “Tenemos tal Sumo Sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos; ministro del santuario y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre.” (Heb. 8:1-2).
Esto nos lleva a decir que cuando se trata del Tabernáculo de David, Jesús es el todo en todos.
Viene el tiempo en que el Espíritu de verdad nos llevará a ese lugar de descanso en Jesús en el que, por revelación, alcanzaremos la realidad de que Jesús ha terminado las obras de Dios, que Él es todo en todos, que Él es todo lo que hay.
Una vez que el creyente genuino se aferra a esta realidad, esto le libertará: “Así que si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” (Juan 8:36).
Así que Aquel que es el Camino, nos lleva a la Verdad; y Aquel que es la Verdad, nos lleva más adelante y más hacia arriba, hacia la Vida.
Habiendo llegado a Betania para levantar a Lázaro de entre los muertos (Juan 11:17-40), Jesús dijo de sí mismo a Marta, “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.”
María corrió hacia donde estaba Jesús. Llorando, dijo, “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.”
Jesús gimió en Su Espíritu y después lloró. Pensaron que lloraba por Lázaro, por causa de su amor por él. Pero yo pienso que lloraba por su falta de percepción-no sólo por su incredulidad, sino por fracasar en reconocerle como el dador de vida que procedía de Dios.
Jesús dijo a Marta, “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”
El dador de la vida, Jesús, había colocado todo esto en el contexto de la gloria. Así, hemos avanzado de Jesús el Camino, el atrio exterior de la Pascua, todo aquello que redime y justifica, a Jesús la Verdad, el Lugar Santo de Pentecostés, lo que santifica (separa) y nos llena de poder, hacia Jesús la Vida, el Lugar Santísimo de Tabernáculos, todo aquello que glorifica tanto al Padre como a Sus hijos.
Por tanto, avancemos en Aquel que ha ido delante de nosotros, hasta dentro del Lugar Santísimo, para que podamos verdaderamente permanecer en Él y Él en nosotros.
“Los Crucificados” – Charles Elliott Newbold, Jr.
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