George Davis.
Me gustaría empezar asegurándole que no estoy escribiendo este artículo
como uno que ha alcanzado completamente sus ideales. Estoy convencido que la
mayoría, si no todos nosotros, nos quedamos cortos en esta área. Escribo en el
espíritu de 1 Timoteo 4:16, creyendo que, manteniéndonos en la verdad, tanto el
heraldo como el oyente serán salvos. Escribo en el espíritu de Daniel
9:5: “Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos
sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas”.
No me veo a mí mismo como uno que ya lo haya logrado, sino como uno que
prosigue en aquello para lo cual fui asido.
Es muy difícil que lo que usted está por leer se oiga
alguna vez en alguna de las iglesias institucionales de hoy en día. Porque es
la exposición de una mentalidad malvada que es mantenida sin vergüenza o
cuestionamientos por muchas de las iglesias incautas. Si todos los creyentes se
arrepintiesen por completo de este mal, la iglesia en su forma actual, se
caería a pedazos y mucho de lo que es llamado ministerio sería desechado. Pero
a no preocuparse, porque en el despojar de esta mentalidad ruin, que es
producto de motivos malvados que sutilmente contraataca la vida y
ejemplo del Señor Jesucristo, una iglesia mucho mas gloriosa va a emerger. Es
en este deseo que escribo.
Santiago contrasta estos motivos malvados con la adoración
a Dios pura y sin máculas.
La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a
los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del
mundo. Hermanos míos, que vuestra fe en
nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque
si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa
espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado
al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y
decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no
hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos
pensamientos? (Stg. 1:27-2:4)
¡No tomemos estas palabras ligeramente! Santiago describe
a aquellos que hacen acepción de personas como corruptos y jueces prejuiciosos
que juzgan por estándares falsos, que nacen de sus motivos malvados o
pensamientos. Estos malvados motivos se manifiestan en una parcialidad o
respeto de personas que aprecian a los ricos y desprecian a los pobres.
Cuando uno muestra favoritismo está motivado por malvadas
ambiciones que son del todo antagónicas al Espíritu de Cristo. Es por esta
razón que Santiago nos exhortó a asirnos de la preciosa fe de nuestro Señor sin
parcialidad. Hacer lo contrario es vivir una vida de hipocresía que deshonra Su
Espíritu, fe, y ejemplo.
Tal vez se esté preguntando, ¿Qué es acepción de
personas? ¿Y cuáles son los motivos malvados que acechan detrás
de tal desigualdad?
Bien, pensar demasiado alto de un hombre (1 Cor. 4:6), es ciertamente malo
pero acepción de personas no es solo acerca de elevar al hombre
excesivamente, si bien esto ciertamente es parte de eso. También es acerca de despreciar
al hombre. Se dice a la persona hermosa “Siéntate tú aquí en buen lugar”, y a
los menos presentables “Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado como
mi siervo adulador”. Es acerca de adular por ventajas personales. Si se percibe
de alguno como que no tiene nada que contribuir, son considerados superfluos y
son tratados con poco honor. El hombre o la mujer con anillos de oro y ropas
espléndidas es valorado más altamente y se le pide que tome asientos de
honor porque hay esperanza que su riqueza pueda encontrar su camino hacia el
cofre de la iglesia.
He visto esta iniquidad actuar muchas veces y de muchas formas, pero sin
dudas, la ilustración más dramática y gráfica de favoritismo en la Cristiandad
hoy en día, se ve en el área de la población ministerial, es decir, aquellos a
quienes elegimos ministrar. En cuanto a esto, el viejo proverbio es cierto: “El
pobre es odioso aun a su amigo; Pero muchos son los que aman al rico” (Prov.
14:20). En otras palabras, todos quieren construir una iglesia en Beverly Hills
pero nadie quiere ir a un barrio bajo.
El concepto contemporáneo del ministro profesional, requiere una gran base
ministerial, especialmente cuando usted considera los grandes costos que
conlleva la adquisición y el mantenimiento de una modesta expresión de lo que
se considera hoy en día “Iglesia” y “ministerio”. Está el edificio de la
iglesia, los programas, salarios y beneficios para el pastor y su equipo, y un
sinnúmero de otros costos ocultos. Todo esto debe ser financiado por los
pagadores de diezmos. La presión de tales profesionales para financiar su gran
obra a menudo hace que ellos muestren consideraciones especiales a aquellos con
el dinero necesario para financiar su visión y extravagante modelo de vida.
El único ejemplo de ministerio que Cristo nos dejó es el de ministrar a los
pobres. Tal ministerio es por su naturaleza escurridizo, requiere un constante
dar. Fue a esta población olvidada que el Padre celestial envió a Su Hijo a
predicar las buenas nuevas y, como Santiago tan claramente lo señala en nuestro
texto, fue a los pobres a quienes el Padre hizo herederos de su Reino. No
tenemos ningún ejemplo de Cristo buscando a los ricos para ministrarlos.
Siempre ha sido el plan de Dios que no haya pobres entre su pueblo (Vea Dt.
15:4). Y con todo leemos en Dt. 15:11: “Porque no faltarán menesterosos
[pobres] en medio de la tierra”. Esto es porque los pobres fueron y siempre
serán una prueba de obediencia, ¿Cómo es que no habrá más gente pobre y con
todo nunca faltarán sobre la tierra? Esto sería realizado a través de la
constante obediencia de aquellos que darían a aquellos que no tienen. En esa
constante obediencia nadie es dejado destituido. Nadie se queda sin una comida.
Algunos son dependientes, pero no están más en necesidad, Y aquellos con
riquezas son tenidos en cuenta ante Dios para el cuidado de los necesitados.
La piedad de Dios sobre un pueblo pobre y oprimido fue y es fundamental a
la fe. Fue también algo central a la esperanza mesiánica. Más que ningún otro
pueblo, los pobres impacientemente esperaron la venida de Cristo porque ellos
sabían que él venia para ser su Ayudador y Liberador. Si bien fueron olvidados
y despreciados por los grandes hombres de la tierra, ellos sabían, por anuncio
profético, que el Mesías los consideraba preciosos.
David profetizó del ministerio de Cristo:
“Todos los reyes se postrarán delante de él; Todas las naciones le
servirán. (Sal. 72:11)
David entonces continúa dando las razones del por qué los
reyes y las naciones servirán a Cristo:
Porque él librará al menesteroso que clamare, Y al afligido que no tuviere
quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, Y salvará la
vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, Y la sangre de
ellos será preciosa ante sus ojos. (Sal. 72:12-14)
Vemos entonces que ministrar a los pobres y menesterosos era una señal
mesiánica. La nación entera de Israel, la mayoría de los cuales eran pobres,
esperaban a tal Mesías. Cuando María fue informada de que tendría al niño
Jesús, rompió en alabanzas. Aun esta
humilde ama de casa conocía la naturaleza del ministerio que la criatura en su
vientre desarrollaría un día. “A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos
envió vacíos” (Luc. 1:53).
Mientras Juan el Bautista estaba en la prisión de Herodes, oyó de las obras
de Cristo y envió dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú aquel
que había de venir, o esperaremos a otro?” Jesús respondió la pregunta de Juan
señalando seis señales o milagros que probaban que él era el Mesías. “Id, y
haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan,
los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a
los pobres es anunciado el evangelio” (Mat. 11:2-5).
Al igual que cualquiera en Israel, Juan sabia que el verdadero Mesías
tendría piedad de los pobres y menesterosos. Jesús estaba ofreciendo a Juan la
prueba de que David dijo que convencería a reyes y naciones a servirle a él.
Más que los milagros en sí mismos, la señal que probó que Jesús era
verdaderamente el Mesías fue que él predicaba el evangelio a los pobres.
Nosotros rápidamente reconocemos sanidades y milagros como señales, ¿pero
cómo es predicar el evangelio a los pobres una señal? Si el valor de una cosa
esta determinada por su rareza y un milagro es un suceso sorprendente y
maravilloso, entonces el acto de Cristo de predicar el evangelio a los pobres,
sin ninguna doble intención, fue tanto milagroso como precioso. Porque los
pobres eran la población absolutamente olvidada y que alguien vaya y
estrictamente les ministre a ellos es un milagro y efectivamente una señal.
Jesús no fue enviado a predicar el evangelio a los ricos
y famosos sino a los marginados. El no estaba edificando la base de un ministerio
por el cual él pudiera financiar su ministerio a tiempo completo. El Espíritu
del Señor le había ungido para predicar el evangelio a aquellos que no le
podían dar nada. El fue ungido “para dar buenas nuevas a los pobres; sanar a
los quebrantados de corazón; pregonar libertad a los cautivos, vista a los
ciegos; poner en libertad a los oprimidos” (Ver Luc. 4:18; 7:22). ¡Esto es
un ministerio cristiano! No ha cambiado en 2.000 años. Jesús comisionó a sus
discípulos a continuar este mismo ministerio cuando les dijo: “Como me envió el
Padre, así también yo os envío” (Jn 20:21).
Si el Espíritu que ungió a Jesús nos ha ungido para obras
de servicio, entonces somos llamados a la misma población. Aquí es donde viene
la fricción. Servicio puro y sin manchas a Dios demanda un contacto personal
con los dolores y penas del mundo. Y con todo, la mayoría de lo que se llama
ministerio hoy en día es ministerio por representación; dar a alguien que a su
vez da a alguien más, y quien finalmente da una pequeña porción de lo que fue
dado originalmente para el menesteroso. Esta es una forma mucho más antiséptica
de ministrar a los pobres, debido a que podemos ministrar a larga distancia y
no ensuciarnos o ser excesivamente perturbados por la severidad de su
necesidad. Así que en vez de visitar a las viudas y a los huérfanos EN SUS AFLICCIONES damos desde una distancia segura.
El Ministerio que es inspirado por el Espíritu de Cristo nos trae en contacto
con los sentimientos de las debilidades de otros. Jesús todavía quiere
ministrar a los menesterosos directamente, a través de Su pueblo.
Pablo exhortaba a los creyentes de Corinto en abundar en
esta gracia de nuestro Señor Jesucristo, pidiéndoles que compartieran en la
pobreza de los necesitados.
Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a
vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis
enriquecidos. (2 Cor. 8:9)
Estoy seguro que Cristo esta llamando a sus discípulos a aprender lo que
significa vivir y ministrar a los ojos de 2 Cor. 8:9. Para cumplir la ley de
Cristo debemos llevar las cargas de los demás, tomando de su pobreza para
que puedan ser enriquecidos. Isaías profetizó de Cristo: “Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores… Mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:4-5). Cristo dejó las
riquezas del cielo y vino al centro de las necesidades y sufrimientos humanos,
y allí gastar y ser gastado para que otros puedan ser ricos, no en tesoros
terrenales, sino en verdaderas riquezas. ¡Este es el único ejemplo de
ministerio que Cristo no dejó! Pablo habló de este ministerio cuando exhortó a
los creyentes Gálatas: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid
así la ley [costumbre o regla] de Cristo” (Gál. 6:2)
No encuentro por ningún
lado en el ejemplo del ministerio de Cristo nada que remotamente me recuerde a
los clérigos de nuestros días. Muchos de estos clérigos viven en opulencia,
como reyes, alejados de la tristeza y de las vidas miserables de esa adorable
multitud de gente que son poca cosa y que no anhelan otra cosa que besar sus
anillos.
¿Es este el ejemplo de aquel que se hizo a sí mismo pobre
para que otros fuesen enriquecidos? ¿Es este el ejemplo de aquel que llevó
nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores? ¿Es este el ejemplo de aquel
que fue herido por nuestras rebeliones? ¿Es este el ejemplo de aquel que dijo:
“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Jn. 10:11).
La Población Olvidada - George Davis.
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