Davis y Clark.
Sabemos que Jesús no vino a ser servido sino
a ser Siervo de todos, poniendo SU vida en rescate por muchos. El es el Patrón
Hijo de Dios y nos ha enseñado por Su ejemplo. Aunque en más de una ocasión,
fue seguido por miles, nunca levantó una ofrenda. En lugar de eso, dijo a Sus
discípulos “Tengo compasión de las multitudes porque han estado conmigo tres
días y no tienen nada qué comer. No quiero enviarlos hambrientos, no sea que
desmayen por el camino” (parafraseado).
Tenían doce cestas. Solo piensa en la ofrenda
que los discípulos podían haber levantado con una muchedumbre como esa. Pero
no. En lugar de levantar una ofrenda, les dio de comer. Hoy es práctica
habitual entre las iglesias enviar al joven misionero a un gran número de
congregaciones para conseguir apoyo.
No es enviado al campo misionero hasta que se
le garanticen unos ingresos que satisfagan más que suficientemente sus
necesidades en el extranjero. Se espera que pueda vivir junto a su familia con
un mínimo de comodidades que normalmente están muy por encima del estándar de
vida de aquellos a quienes ha sido enviado.
Los nativos ven que los misioneros no tienen
que vivir por fe como ellos mismos. Cuando las cosas se ponen feas, estos
maestros del evangelio siempre podrán levantar el teléfono y conseguir una
nueva infusión de dinero de sus amigos en casa. Cuando entrenaba a sus
discípulos, Jesús los enviaba de dos en dos. Los enviaba sin ningún apoyo
garantizado y les ordenaba que dejaran atrás todo aquello en lo que cualquier
hombre se apoyaría al marcharse de viaje. Después de darles poder sobre los espíritus
inmundos y las enfermedades, les ordenaba que no tomasen nada para el camino,
salvo una vara; ni pagarés, ni pan, ni dinero en la cartera. Tenían que llevar sandalias
y no incluir dos túnicas.
Jesús los despojó de todo apoyo excepto la dependencia
en Dios mismo. Debían dar libremente para las necesidades de la gente a partir
de la provisión milagrosa de Dios, y no pedir nada a cambio. El único don que podían
esperar de parte de los que los recibieran era alimento, e incluso entonces, tenían
que comer lo que se les pusiera delante sin preguntar nada.
Mateo deja esto muy claro. “No os proveáis ni
de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón;
porque el obrero es digno de su alimento.” (Mateo 10:10). Jesús no dijo que el
obrero fuera digno de grandes sumas de dinero. Lucas nos dice lo que era el
salario de estos obreros. 7 Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo
lo que os den; porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en
casa. 8 En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan
delante; 9 y sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el
reino de Dios.” (Lucas 10:5-9)
Lo único que estos obreros esperaban recibir
era comida suficiente para darles la fuerza para llegar al destino siguiente.
Recibir y ser alimentados eran sinónimos. Ni siquiera tenían que llevarse su
túnica exterior, que era su manta en caso de que tuvieran que dormir junto al
camino.
Dios les daría de comer. Dios los mantendría calientes.
Fueron dejados extremadamente vulnerables y dependientes del cielo para su
sustento.
La
voluntad de Dios para sus apóstoles y profetas itinerantes es que posen en casa
y se queden solo un corto plazo de tiempo, que hagan la obra del evangelio y
que luego avancen. El pensamiento de que tenían que recibir grandes sumas de
dinero para continuar su ministerio era completamente desconocido. Las únicas
ofrendas que se levantaban eran para los pobres y los necesitados, no para ministros
exaltados
En contraste con esto hubo alguien llamado
Diótrefes que amaba ser el primero entre los hermanos. Este hombre se sintió
amenazado por el sacrificio y la humildad de estos siervos bajos de Cristo y no
los recibía, impidiendo además que el resto los recibieran. De este hombre
exaltado a sí mismo, Juan escribió lo siguiente:
“Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes,
al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. 10 Por esta
causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras
malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos,
y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia. 11
Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero
el que hace lo malo, no ha visto a Dios.” (3ª Juan 9-11)
La primera iglesia practicaba el ejemplo
establecido por Jesús durante muchos años. La Didache, considerada uno
de los documentos cristianos más antiguos aparte de la Biblia, revela que
aunque comenzaron a estar afectados por la filosofía griega y el paganismo, la
iglesia de finales del primer siglo aún retenía algo de la mente de Cristo
respecto al dinero. “Él (cualquier apóstol que venga a vosotros), se quedará un
día y si es necesario, dos. Pero si se queda tres, es un falso profeta. Y
cuando el apóstol se marche, que no tome nada sino el pan hasta que llegue a su
lugar de reposo; pero si pide dinero, es un falso profeta” (11:5-6) Si esta
fuera la enseñanza aceptada hoy, ciertamente arrancaría a los asalariados.
¿Cuántos ministros habría aún si esta
práctica todavía surtiera efecto? ¿Cómo juzgarían los primeros cristianos a los
“apóstoles” de nuestro día, que no solo piden dinero sino que exigen grandes
sumas para poder asistir a sus conferencias? ¿Y que pasa con los “profetas” que
no solo exigen dinero para asistir a sus conferencias sino que siguen tras el
error de Balaam profetizando por ganancia, y cobrando grandes sumas a cambio de
“profecías personales”?
¿Pagó Jesús el precio y vivió en pobreza para
que los apóstoles y los creyentes que vinieran después no tuvieran que pasar
por ahí? ¿Vivieron vidas cómodas y de opulencia para dejar un legado de reinos establecidos
en el mundo? ¿Construyeron grandes instituciones, dieron los nombres de ellos
mismos a grandes iglesias, universidades y seminarios como es práctica habitual
hoy día?
(1ª Cor. 4:9- 13) Estos hombres sirvieron al
Reino de Dios y no se preocuparon en absoluto por ninguna clase de ganancia terrenal.
Se sostenían a sí mismos y con frecuencia
pasaban privaciones. No tenían casas propias, y mucho menos palacios de un millón
de dólares. Oían las palabras de Jesús y no trataban de buscar fortuna para sus vidas.
Habían probado el don celestial y lo habían encontrado bueno.
El
único legado era vivir y morir como su Predecesor, el mismo Hijo de Dios,
promocionando el reino eterno que viene sin observancia externa. No
consideraron su servicio como una vocación o un medio de subsistencia, sino que
eran testigos (griego Martus), señalados para la muerte. No era la vida,
sino la muerte; una vida consagrada y jamás una excusa para obtener riqueza
para ellos mismos.
Haran Mercaderia de Vosotros - G.Davis y M.Clarck
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