John Wesley
Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados
los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el
reino de los cielos. Bienaventurados sois, cuando os vituperaren, y os
persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo. Gozaos y
alegraos; porque vuestra merced es grande en los cielos; que así persiguieron
a los profetas que fueron antes de vosotros (Mateo 5: 8-12).
I. 1. ¡Qué cosas tan excelentes se dicen del
amor a nuestro prójimo! Es “el cumplimiento de la ley,” “el fin del mandamiento.”
Sin esto, todo lo que tenemos, todo lo que hacemos, todo lo que sufrimos, de
nada vale en la presencia de Dios. Pero es ese amor a nuestro prójimo que nace
del amor a Dios, y el cual por sí mismo y de otra manera no vale nada. Precisa,
por consiguiente, que examinemos bien la base sobre la cual descansa el amor a
nuestro prójimo; si es que está edificado sobre el amor de Dios; si es que le
amamos “porque él nos amó primero;” si somos limpios de corazón, porque esta es
la base que nunca será removida. “Bienaventurados los de limpio corazón:
porque ellos verán a Dios.”
2. Los de “limpio corazón” son aquellos a
quienes Dios ha purificado “como él también es limpio;” que están purificados
de todo afecto impuro por medio de la fe en la sangre de Jesús. Quienes estando
“limpios de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionan la santidad
en el temor” amoroso de Dios. Por medio del poder de su gracia están
purificados del orgullo por la más completa pureza de espíritu; de toda pasión
mala y turbulenta, por la mansedumbre y la afabilidad; de todo deseo, excepto
el de agradar a Dios y gozar de El, por esa hambre y sed de justicia que
absorben al presente su alma, de manera que ahora aman al Señor su Dios de todo
su corazón, y de toda su alma, y de toda su mente y de todas sus fuerzas.
3. Pero ¡en qué poco han tenido esta pureza de
corazón los falsos maestros de todas épocas! Apenas han enseñado a los hombres
a abstenerse de las impurezas exteriores que Dios ha prohibido y mencionado,
pero no se han dirigido al corazón, y al no prevenirle en contra de las
corrupciones exteriores, de hecho las han autorizado.
El Señor nos dejó un ejemplo muy notable de esto en las palabras
siguientes: “Oísteis que fue dicho: No adulterarás” (v. 27). Al explicar esto,
esos guías ciegos de ciegos sólo insistían en que los hombres se abstuvieran
del hecho exterior. “Mas yo os digo, que cualquiera que mira una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (v. 28). Porque Dios ama la
verdad en lo íntimo: escudriña el corazón y prueba los riñones, y si tu corazón
mira la iniquidad, el Señor no te oirá.
4. Dios no admite excusa alguna por conservar
cualquiera cosa que sirva de ocasión a la impureza. “Por tanto, si tu ojo
derecho te fuere ocasión de caer, sácalo y échalo de ti: que mejor te es que se
pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”
(v. 29). Si algunas personas para ti tan queridas como tu ojo derecho, te son
ocasión de que ofendas a Dios, despiertan en tu alma deseos impuros, no te
tardes; sepárate de ellas cuanto antes.
“Y si tu mano derecha te fuere ocasión de caer, córtala y échala de ti:
que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo
sea echado al infierno” (v. 30). Si alguien quien parece serte tan necesario
como la mano derecha te es ocasión de pecado, de deseos impuros; aunque no
pase del corazón, aunque no tenga expresión en palabras o acciones, resuélvete
a una separación completa y final. Rompe de un golpe esas relaciones. Déjalas
por amor a Dios. Cualquiera perdida de placeres, de propiedades, de amigos, es
preferible a la pérdida de tu alma.
Nada impropio será tomar dos medidas antes de resolverse a una
separación absoluta y final. Primera, hágase por expulsar el espíritu inmundo
por medio del ayuno y la oración, procurando abstenerse de toda palabra,
mirada o hecho que se sabe son ocasión de pecado. Segunda, si estos medios no
son suficientes para librarte, pide consejo a aquel que cuida de tu alma, o si
no, a aquellos que tienen experiencia en las cosas de Dios, respecto de cómo y
cuándo deberás efectuar esa separación. Pero no pidas consejo a la sangre y la
carne, no sea que caigas en “operación de error” y creas a la mentira.
5. Empero, ni el matrimonio—estado tan honorable
y santo como es—debe tomarse como pretexto para dar rienda suelta a nuestros
deseos. En verdad fue dicho: “Cualquiera que repudiare a su mujer, déle carta
de divorcio;” y todo quedaba arreglado, aunque él sólo alegara por causa que
no la quería o que otra le gustaba más. “Mas yo os digo, que el que repudiare a
su mujer, fuera de causa de fornicación” (es decir, por adulterio. —La palabra
significa lascivia en general, ya en los casados, ya en los que no lo son—)
“hace que ella adultere,” si se vuelve a casar; “Y el que se casare con la repudiada,
comete adulterio” (vrs. 31, 32).
En estas palabras se prohíbe claramente toda clase de poligamia.
Nuestro Señor expresamente declara que cualquiera mujer que se casa con otro
cuando su marido vive, comete adulterio. Igualmente, el hombre cuya esposa no
ha muerto, aunque estén divorciados—a no ser que el divorcio haya sido por
causa de adulterio en cuyo caso únicamente, la Escritura no prohíbe en ningún
lugar el casarse otra vez—y se casa otra vez, comete adulterio.
6. Tal es la pureza de corazón que Dios exige y
obra en los que creen en el Hijo de su amor. “Bienaventurados” los que de esta
manera son limpios de corazón; “porque ellos verán a Dios.” El se manifestará a
ellos, no sólo como no se manifiesta al mundo, sino como no se manifiesta
siempre a sus criaturas. Los bendecirá con las comunicaciones más claras de su
Espíritu, con la más íntima “comunión del Padre y del Hijo.” Hará que su
presencia vaya siempre delante de ellos y que la luz de su rostro los ilumine.
La oración constante de su corazón es: “Ruégote que me muestres tu gloria,” y
la petición que le hacen les es concedida. Le ven por medio de la fe (el velo
de la carne haciéndose, como quien dice, transparente), aun en estas sus obras
más inferiores, en todo lo que está alrededor suyo; en todo lo que Dios ha
criado y hecho. Lo ven en las alturas de arriba y las profundidades de abajo;
lo ven llenándolo todo. Los de limpio corazón ven todas las cosas llenas de
Dios: lo ven en el firmamento de los cielos, moviéndose en el esplendor de la
luna; en el sol que, como un gigante, se regocija al correr su curso. Le ven
“poniendo a las nubes por su carroza y andando sobre las alas del viento;”
“preparando la lluvia para la tierra; haciendo a los montes producir hierba: el
heno para las bestias y la hierba para servicio del hombre.” Ven al Creador de
todas las cosas, sabiamente gobernándolo todo y “sustentando todas las cosas
con la palabra de su potencia.” ¡Cuán grande es tu nombre en toda la tierra, oh
Jehová, Señor nuestro!
7. Los de limpio corazón ven más especialmente a
Dios en todos los pormenores providenciales que se refieren a sus cuerpos y a
sus almas. Siempre ven su mano extendida sobre ellos para protegerlos, dándoles
todas las cosas según medida y peso; contando los cabellos de su cabeza;
estableciendo una muralla alrededor de ellos y de todo lo que poseen, y
arreglando todas las circunstancias de su vida según la profundidad de su
sabiduría y misericordia.
8. Empero ven a Dios de una manera más especial
en sus ordenanzas, ya sea que se presenten en la gran congregación a tributar
a Jehová “la gloria debida a su nombre” y a postrarse delante de Jehová “en la
hermosura de su santidad,” o que “entren en sus cámaras” y allí abran sus corazones
a su Padre “que está en secreto.” Ora escudriñen los Oráculos de Dios, ora
escuchen a los embajadores de Cristo que proclaman las buenas nuevas de
salvación. Ya sea que comiendo de ese pan y bebiendo de esa copa anuncien la
muerte de Cristo “hasta que venga” en las nubes del cielo. En todas estas
ordenanzas que El estableció se aproximan a El tan de cerca como no se puede
expresar. Lo ven, como quien dice, cara a cara, y hablan con El “como un
hombre habla con su amigo;” lo cual es una preparación digna para las
mansiones de arriba donde lo verán tal como El es.
9. Mas, qué lejos estaban de ver a Dios los que
habiendo oído “que fue dicho a los antiguos: No te perjurarás, mas pagarás al
Señor tus juramentos” (v. 33), interpretaban estas palabras así: No te
perjurarás cuando jures por el Señor tu Dios; “pagarás al Señor” estos
juramentos, pero otros juramentos no le interesan.
Así enseñaban los fariseos. No sólo permitían toda clase de juramentos
en la conversación ordinaria, sino que consideraban el perjurio como una falta
pequeña, con tal que no hubiesen jurado en el nombre especial de Dios. Nuestro
Señor, en este pasaje, prohíbe enteramente toda clase de juramentos
superfluos lo mismo que los perjurios, y muestra lo horrendo de ambos, por la
misma terrible consideración de que toda criatura es de Dios, y de que El está
presente en todas partes y sobre todas las cosas. “Mas yo os digo: No juréis
en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios” (v. 34); porque
sería lo mismo que jurar por Aquel que se asienta sobre el círculo de los
cielos. “Ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies” (v. 35), y está
tan íntimamente presente en la tierra como en el cielo. “Ni por Jerusalem,
porque es la ciudad del gran Rey,” y Dios es bien conocido en sus palacios.
“Ni por tu cabeza jurarás; porque no puedes hacer un cabello blanco o negro”
(v. 36); porque es muy claro que ni esto es tuyo, sino de Dios, el único que
puede disponer de todas las cosas en el cielo y en la tierra. “Mas sea vuestro
hablar, Sí, sí; No, no.”
Sea la conversación que tenéis los unos con los otros, una mera
afirmación o negación (v. 37), “porque lo que es más de esto, de mal procede,”
es del enemigo malo; procede del diablo y es una de las cualidades de sus
hijos.
10. Que el Señor no prohíbe aquí jurar o decir la verdad en
un juicio cuando un magistrado nos pide que lo hagamos, se desprende de: (1)
la ocasión de esta parte de su discurso; el abuso que estaba denunciando, es decir:
jurar en falso y los juramentos superfluos. El juramento ante un juez estaba
fuera de la cuestión. (2) De las mismas palabras con que expresa su conclusión
general: “Mas sea vuestro hablar, Sí, sí; No, no.” (3) De su propio ejemplo,
porque El mismo contestó sobre juramento cuando se lo exigió el magistrado.
Cuando el Pontífice le dijo: “Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si
eres tú el Cristo, Hijo de Dios,” Jesús contestó inmediatamente y sin vacilar:
“Tú lo has dicho” (es decir, tú has dicho la verdad) “y aún os digo (o más
bien, sin embargo, yo os digo; que desde ahora habéis de ver al Hijo del Hombre
sentado a la diestra de la potencia de Dios, y que viene en las nubes del
cielo” (Mateo 26:63, 64). (4) Del ejemplo de Dios el Padre quien, “queriendo
mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de
su consejo, interpuso juramento” (Hebreos 6:17). (5) Del ejemplo de Pablo,
quien, según creemos, tenía el Espíritu de Dios y entendía bien lo que quiso
decir el Maestro. “Testigo me es Dios,” dijo a los romanos, “que sin cesar me
acuerdo de vosotros siempre en mis oraciones” (Romanos 1:9) a los corintios:
“Mas yo llamo a Dios por testigo sobre mi alma, que por ser indulgente con
vosotros no he pasado todavía a Corinto” (II Corintios 1:23); y a los
filipenses: “Dios me es testigo de cómo os amo a todos vosotros en las entrañas
de Jesucristo” (Filipenses 1:8). De lo que claramente se deduce que si el
Apóstol conocía el significado de las palabras del Señor, éstas no prohibían
jurar en ocasiones solemnes los unos a los otros, cuánto menos en la presencia
de un magistrado. Y por último, (6) de la ascerción del gran apóstol respecto
del juramento en general que no hubiera podido mencionar como cosa libre de
culpa si nuestro Señor lo hubiese prohibido enteramente. “Porque los hombres
ciertamente por el mayor que ellos juran,” por Uno mayor que ellos, “y el fin
de todas sus controversias es el juramento para confirmación” (Hebreos 6:16).
11. La gran lección que nuestro bendito Señor inculca aquí y
que aclara con este ejemplo, es que Dios está en todas las cosas y que debemos
ver al Creador en cada criatura como en un espejo; que no debemos considerar ni
usar de nada como si estuviera separado de Dios—lo que a la verdad es una
especie de ateísmo práctico—sino ver, con la verdadera magnificencia del
pensamiento, los cielos y la tierra y todo lo que en ellos hay, como contenidos
en la palma de la mano de Dios, quien por medio de su presencia inmediata
preserva la existencia de todos, llena y mueve todo lo que existe y es, en el
verdadero sentido de la palabra, el alma del universo.
II. 1. Hasta aquí nuestro Señor se ha ocupado exclusivamente
en enseñar la religión del corazón. Ha demostrado lo que deben ser los cristianos,
y procede a enseñar lo que deben hacer también: cómo la justicia interior debe
ejercitarse en la conducta exterior. “Bienaventurados los pacificadores:
porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
2. “Los pacificadores.” La palabra en el
original es ?? e?????p????, y es cosa bien sabida que, en la Sagrada
Escritura e????? significa toda clase de bondad, cualquiera bendición
que se refiera al alma o al cuerpo, al tiempo o a la eternidad. Por
consiguiente, cuando Pablo desea al principio de sus epístolas, gracia y paz a
los romanos o a los corintios, es como si dijera: “Deseo que gocéis, como fruto
de los libres, el amor y favor de Dios no merecidos; toda clase de bendiciones
espirituales y temporales; todas las cosas buenas que Dios ha preparado para
aquellos que le aman.”
3. De lo que fácilmente podemos aprender cuán
pleno es el sentido en que la palabra “pacificadores” debe tomarse.
En su significación literal se refiere a los que aman a Dios y a los que
detestan y aborrecen profundamente toda clase de disputas y controversias, de
diferencias y contenciones, quienes, por consiguiente, trabajan con todas sus
fuerzas por evitar que se prenda este fuego del infierno, o cuando se ha prendido,
que se esparza, o cuando se ha esparcido, que se extienda aún más allá. Usan
toda clase de medios inocentes y emplean todas sus fuerzas, todo el talento
que Dios les ha dado, bien por conservar la paz donde la hay, así como por
restaurarla donde no se encuentra. Consiste el gozo de su corazón en promover,
fortalecer y desarrollar la buena voluntad entre los hombres y especialmente
entre los hijos de Dios, por más que se diferencien en cosas de poca
importancia; para que así como todos tienen “un Señor, una fe,” así corno todos
“son llamados a una misma esperanza de su vocación,” de la misma manera todos
anden como es digno de la vocación a que son llamados: “con toda humildad y
mansedumbre; con paciencia; soportando los unos a los otros en amor; solícitos
a guardar la unidad del Espíritu en el vinculo de la paz.”
4. Empero en el sentido lato de la palabra, los
pacificadores son aquellos que “hacen bien a todos los hombres” siempre que
se presenta la oportunidad. Aquellos que poseídos del amor a Dios y a todo el
género humano, no pueden limitar a su familia las expresiones de ese amor—a sus
amigos, conocidos, partidos o a los que son de las mismas opiniones—ni aun a
los que participan de la misma fe preciosa, sino que traspasan la línea de esos
cortos círculos para hacer bien a todos los hombres; para manifestar, de un
modo o de otro su amor a sus prójimos y a los extraños, a los amigos y a los
enemigos. Hacen bien a todos según se presenta la ocasión, a saber, siempre que
hay oportunidad; “redimiendo el tiempo” con tal fin; aprovechando todas las circunstancias,
adelantando a cada hora sin perder un solo momento en el cual pueden hacer
bien a los demás. No sólo hacen cierta clase de bien, sino el bien en general
de todas las maneras posibles; empleando en ello todas sus habilidades de
cualquiera clase que sean; todo su poder y facultades de alma y cuerpo; toda su
fortuna, sus intereses, su reputación. Deseando solamente que cuando su Señor
venga, les diga: “Bien hecho, buen siervo y fiel.”
5. Hacen el bien hasta donde les alcanzan sus
fuerzas, y aun corporalmente. Se deleitan en partir su pan con el hambriento y
en cubrir al desnudo. ¿Es un extraño? Le hospedan y le favorecen conforme a sus
necesidades. ¿Están algunos enfermos o en la cárcel? Los visitan, llevándoles
la ayuda que más necesitan. Y todo esto lo hacen no como a los hombres, sino
acordándose de Aquel que dijo: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis
hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis.”
6. ¡Cuánto más se regocijan cuando pueden hacer
bien al alma de algún hombre! Este poder, a la verdad, pertenece a Dios. El es
el único que puede convertir el corazón, sin la cual conversión cualquiera otro
cambio es más vano que la misma vanidad. Sin embargo, Aquel que obra todo en
todas las cosas, se complace en ayudar al hombre principalmente por medio del
hombre; en comunicar su poder, su bendición y amor a cualquier hombre por medio
de otro hombre. Por consiguiente, si bien es cierto que la ayuda se encuentra
en la tierra porque Dios la da, no hay necesidad de que ningún hombre este ocioso
en su viña
Los pacificadores no pueden estar sin quehacer. Siempre están ocupados
en la viña como otros tantos instrumentos en manos de Dios, preparando el
terreno para que el Maestro lo use, o sembrando la semilla del reino; regando
lo que ya está sembrado, por si afortunadamente Dios da el crecimiento. Usan de
toda diligencia—según la medida de gracia que han recibido—ya en reprender a
los pecadores inconversos, en salvar a aquellos que marchan descuidados por la
vía de la destrucción; ya en dar luz a los que habitan en tinieblas y están a
punto de perecer por falta de conocimiento, o en consolar a los de poco ánimo,
en alzar las manos caídas y las rodillas débiles o en traer lo que estaba
estropeado y tirado fuera del camino. No tienen menos celo en confirmar a los
que ya están procurando entrar por la puerta angosta; en fortificar a los que
ya están listos para correr con paciencia la carrera que les es propuesta; en
afirmar en su santa fe a los que conocen a Aquel en quien han creído, exhortándoles
a desarrollar el don que hay en ellos, para que creciendo diariamente en
gracia, “les sea abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo.”
7. “Bienaventurados” los que de esta manera se ocupan
constantemente en obras de fe y de amor, “porque ellos serán llamados,” es
decir, ellos serán (un hebraísmo muy común) “hijos de Dios.” El Señor
continuará dándoles el Espíritu de adopción. Más aún, lo derramará muy
abundantemente en sus corazones; los bendecirá con todas las bendiciones de
sus hijos; los reconocerá como sus hijos ante los ángeles y los hombres; y “si
hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo.”
III. 1. Cualquiera se figuraría que una persona como la que
acabamos de describir, tan llena de verdadera humildad, tan sinceramente
seria, tan apacible y amable, tan libre de todo designio egoísta, tan devota a
Dios, tan amante de los hombres debiera ser muy querida por el género humano.
Pero nuestro Señor conocía mejor la naturaleza humana en su estado actual y
por consiguiente, concluye la descripción del carácter de semejantes personas,
diciendo qué clase de trato deben esperar en el mundo. “Bienaventurados los que
padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de
los cielos.”
2. A fin de entender esto perfectamente,
investiguemos, en primer lugar, quiénes son los que sufren persecución. Esto
podremos fácilmente aprender de Pablo: “Empero, como entonces el que era
engendrado según la carne, perseguía al que había nacido según el Espíritu, así
también ahora” (Gálatas 4:29). “Y también,” dice el Apóstol, “todos los que
quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución” (II Timoteo 3:
12). Lo mismo nos enseña Juan: “Hermanos míos, no os maravilléis si el mundo
os aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos
a los hermanos” (I Juan 3: 13, 14). Como si hubiera dicho: los hermanos, los
cristianos, no pueden ser amados sino por aquellos que han pasado de muerte a
vida.
Y nuestro Señor Jesucristo dijo muy claramente: “Si el mundo os aborrece,
sabed que a mí me aborreció antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el
mundo amaría lo suyo, mas porque no sois del mundo...por eso os aborrece el mundo.
Acordaos de la palabra que yo os he dicho: No es el siervo mayor que su Señor.
Si a mí me han perseguido, también a vosotros perseguirán” (Juan 15: 18-20).
De todos estos pasajes de la Escritura, se deduce claramente quiénes
son los perseguidos, a saber: los justos; los que son “nacidos del Espíritu;”
todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús; los que “han pasado de
muerte a vida;” los que no “son del mundo;” todos los que son mansos y humildes
de corazón; que desean a Dios; que tienen hambre de su semejanza. Todos los que
aman a Dios y a su prójimo, y quienes, por consiguiente, hacen bien a todos los
hombres según se presenta la oportunidad.
3. Si se preguntase, en segundo lugar: ¿por qué
se les persigue? la contestación sería igualmente clara y obvia: es “por causa
de la justicia;” porque son justos; porque son nacidos del Espíritu Santo;
porque quieren vivir “píamente en Cristo Jesús;” porque “no son del mundo.” Por
más que se diga, esta es la verdadera causa; por pocas o muchas que sean sus
debilidades, sin embargo, si no fuera por esto, los soportarían y el mundo
amaría lo suyo.
Se les persigue porque son pobres en espíritu, es decir, — dice
el mundo—almas pobres en espíritu, ruines, tímidas, buenas para nada, indignas
de vivir en el mundo porque lloran. Son tan lerdas, torpes, pesadas, que
luego abaten el espíritu de cualquiera persona que las ve. Son meros espantajos
que ahuyentan la inocente alegría y destruyen el contento dondequiera que se presentan.
Son seres mansos, bobos, inertes y dignos sólo de ser pisoteados porque tienen hambre
y sed de justicia. Son un puñado de fanáticos medio dementes que buscan lo
que no saben; quienes no se contentan con una religión racional, sino que
buscan como locos los transportes y movimientos del alma. Son misericordiosos,
amantes de todo el mundo, amantes de los inicuos y de los mal agradecidos; animan
toda clase de maldad y aun tientan a la gente a hacer lo malo impunemente.
Hombres quienes, es de temerse, aún tienen que buscar su propia religión; muy
débiles en sus principios porque son limpios de corazón—gente sin
caridad que condena a todo el mundo, excepto a los de su modo de pensar;
miserables blasfemos, que pretenden hacer aparecer a Dios como un mentiroso, y
que viven sin pecar. Sobre todo se les persigue porque son pacificadores;
porque se aprovechan de cuanta oportunidad se presenta para hacer bien a todos
los hombres.
Esta es la gran razón por la que se les ha perseguido en todas las
épocas, y así será hasta que todas las cosas sean restituidas Si limitasen su
religión a ellos mismos, se les podría tolerar, pero lo que no se puede
aguantar es esta propagación de sus errores, esta contaminación de los demás.
Causan tantos perjuicios en el mundo, que ya no se les puede sufrir. Es verdad
que hacen algunas cosas buenas, como aliviar las necesidades de los pobres,
pero aun esto es sólo con el fin de conquistar mayor número para su partido y
por consiguiente, hacer mayores perjuicios Así piensan y hablan con toda
sinceridad los hombres del mundo. Mientras más prevalece el reino de Dios,
mejor pueden los pacificadores propagar la humildad, la mansedumbre y todas las
otras virtudes divinas, y en consecuencia, se hacen más perjuicios. Por lo
tanto, más se encolerizan los hombres contra ellos y los persiguen con mayor
vehemencia.
4. Preguntemos, en tercer lugar, ¿quiénes son
los perseguidores? Pablo contesta: “los que son nacidos de la carne;” todos
los que no son “nacidos del Espíritu,” o al menos, que no desean serlo. Todos
los que ni siquiera procuran “vivir píamente en Cristo Jesús.” Todos los que
no “han pasado de muerte a vida,” y quienes, por consiguiente, no pueden “amar
a los hermanos;” “el mundo,” es decir, según las palabras de nuestro Salvador:
aquellos que no “conocen al que me envió;” los que no conocen a Dios, al Dios
que ama y perdona, por medio de la enseñanza de su Espíritu.
La razón es obvia: el espíritu del mundo está diametralmente opuesto al
Espíritu que es de Dios. Es preciso, por lo tanto, que los que son del mundo se
opongan a aquellos que son de Dios. Existe entre ellos la más completa
diferencia de opiniones, deseos, designios y disposiciones, y hasta ahora, el
leopardo y el cabrito no pueden echarse juntos en paz. El soberbio, por la
misma razón que es soberbio, no puede dejar de perseguir al humilde; el ligero
y alegre al que llora. Y así todos los demás, siendo la disimilitud de disposiciones,
si es que no existe otra, un motivo de enemistad perpetua. Por consiguiente,
aun cuando esta fuera la única causa, los hijos del diablo habrán de perseguir
a los hijos de Dios.
5. Si se pregunta, en cuarto lugar, ¿cómo los
perseguirán? se puede contestar en general que de la manera y hasta donde
Aquel que tan sabiamente dispone todas las cosas lo crea conveniente para su
gloria, para el desarrollo de sus hijos en la gracia y el establecimiento de
su reino. Ninguna parte del gobierno divino del universo es tan admirable como
ésta. Nunca se carga su oído con las amenazas de los perseguidores, ni las
quejas de los perseguidos. Sus ojos están siempre abiertos y su mano extendida
para dirigir los pormenores más insignificantes de la vida. Su sabiduría
infalible determina cuándo ha de desatarse la tempestad, hasta dónde ha de
rugir, qué dirección ha de seguir, cómo y cuándo ha de aplacarse. Los malos
sólo son su espada: el instrumento que usa según le place y el cual, una vez
obtenidos los fines de su providencia, se arroja en el fuego.
En tiempos especiales, como cuando el cristianismo se estableció
primeramente y estaba echando raíces en la tierra; como cuando la doctrina pura
de Cristo se empezó a enseñar otra vez en nuestra nación, Dios permitió que se
levantase muy alta la tempestad y que sus hijos fuesen llamados a resistir
hasta la sangre. La permitió en contra de sus apóstoles por una razón muy
especial, para que su testimonio fuese más excepcional. Pero en los anales de
la Iglesia encontramos otra razón muy diferente, por la que permitió las
terribles persecuciones que se desataron en el tercero y cuarto siglos, a saber:
porque “el misterio de la iniquidad” obraba con tanto poder; por las
corrupciones monstruosas que ya entonces prevalecían en la Iglesia, las que
Dios castigó y al mismo tiempo trató de remediar con visitas tan severas como
necesarias.
Tal vez pueda hacerse la misma observación respecto de la persecución en
nuestra patria. Muy misericordioso se había mostrado Dios para con nuestra
nación. Había derramado abundantes bendiciones sobre nosotros; nos había dado
que gozásemos de paz interior, y con las potencias extranjeras. Teníamos un rey
más bueno y sabio de lo que podía esperarse siendo joven y sobre todo, había
hecho que la luz pura de su Evangelio se levantase entre nosotros para
alumbrarnos. ¿Qué recompensa obtuvo? Esperaba justicia, “y he aquí clamor,” un
clamor de opresión e injusticia, de ambición y maldad, de malicia, fraude y
codicia. El grito de aquellos que aun entonces expiraban en medio de las
llamas, llegó a los oídos del Señor de los ejércitos. Entonces fue cuando se
levantó Dios a sostener su causa en contra de aquellos que detenían la verdad
con injusticia. Entonces les vendió en manos de los perseguidores, en juicio
mezclado con misericordia—aflicción que fue un castigo y al mismo tiempo una
medicina para curar las graves recaídas de su pueblo.
6. Empero rara vez permite Dios que la tormenta llegue al
extremo de causar la tortura, la muerte, las cadenas o la prisión; mientras
que, por otra parte, frecuentemente llama a sus hijos a sufrir la persecución
en menor grado. A menudo sus parientes se separan de ellos, sufren la pérdida
de las amistades más queridas, descubren cuán ciertas son las palabras del
Señor respecto del hecho, si no del designio de su venida. “¿Pensáis que he venido
a la tierra a dar paz? No, os digo; mas disensión” (Lucas 12:51). De lo que
naturalmente se sigue la pérdida en los negocios o del empleo, y por
consiguiente, de los recursos. Todos estos pormenores, sin embargo, están bajo
la sabia dirección de Dios, que a cada uno da lo que más le conviene.
7. La persecución que alcanza a todos los hijos
de Dios, es la que nuestro Señor describe en las palabras siguientes:
“Bienaventurados sois, cuando os vituperaren y os persiguieren,” cuando os
persiguieren vituperándoos, “y dijeren de vosotros todo mal por mi causa,
mintiendo.” Esto no puede dejar de ser, es la señal de nuestro discipulado; es
uno de los sellos de nuestro llamamiento; es una herencia legada a todos los
hijos de los hombres. Si no la tenemos, somos bastardos y no hijos. La vía del
reino está trazada a través de la mala opinión, lo mismo que de la buena. Los
mansos, los serios, los humildes, los amantes celosos de Dios y de los hombres
gozan entre sus hermanos de buena reputación, pero ésta es mala en el mundo,
que los considera y trata corno “la hez del mundo y el desecho de todos.”
8. A la verdad, muchos han supuesto que antes de
la conversión de todos los gentiles, cesará el escándalo de la cruz; que Dios
hará que aun aquellos que todavía permanecen en sus pecados, amen y estimen a
los cristianos. Y ciertamente que aun en estos tiempos, algunas veces suspende
el desprecio y la furia de los hombres; hasta a sus enemigos pacifica con él
por un tiempo, y hace que encuentre gracia aun con sus más encarnizados
perseguidores. Pero con excepción de este caso, el escándalo de la cruz no ha
cesado, sino que se puede decir aún: Si yo agradara a los hombres, no sería
siervo de Cristo. Que nadie crea esa agradable sugestión—agradable
indudablemente a la carne y la sangre—que: “Los hombres malos sólo pretenden
aborrecer y despreciar a los buenos, pero en realidad de verdad los aman y
estiman en sus corazones.” Nada de eso. Algunas veces podrán emplearlos, pero
es en su propio provecho. Les tendrán confianza porque saben que sus costumbres
no son como las de otros hombres; sin embargo, no los aman, a no ser hasta
cierto punto, debido a que el Espíritu de Dios lucha con ellos.
Las palabras de nuestro Salvador son muy claras: “Si fuerais del mundo,
el mundo amaría lo suyo; mas porque no sois del mundo, por eso os aborrece el
mundo.” Más aún, haciendo a un lado las excepciones que puedan resultar de la
gracia preveniente de Dios, o de la providencia especial de Dios, los aborrece
tan sincera e intensamente como aborreció a su Maestro.
9. Réstanos tan sólo preguntar: ¿Qué conducta
deben observar los hijos de Dios respecto de la persecución? En primer lugar,
no deben acarrearla sobre sí a propósito o a sabiendas, lo que sería contrario
al ejemplo y a los consejos de nuestro Señor y sus apóstoles, quienes nos
enseñan que lejos de buscar la persecución debemos evitarla hasta donde podamos
sin perjuicio de nuestra conciencia; sin abandonar en lo mínimo esa justicia
que debemos preferir más que a la misma vida. Así dice nuestro Señor
expresamente: “Cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra,” el cual
modo de evitar la persecución es el mejor cuando se puede poner en práctica.
10. Sin embargo, no os figuréis que la podréis evitar
siempre de esta o de otra manera. Si alguna vez os viene ese pensamiento
ocioso, ahuyentadlo con aquella ferviente amonestación: “Acordaos de la
palabra que yo os he dicho: no es el siervo mayor que su Señor...Si a mí me han
perseguido, también a vosotros perseguirán; sed, pues, prudentes como
serpientes, y sencillos como palomas.” Pero, ¿os protegerá esto de la
persecución? De ninguna manera, a no ser que tengáis más prudencia que vuestro
Maestro o seáis más inocentes que el Cordero de Dios.
No deseéis tampoco evitar ni escapar de ella por completo, porque si
así lo hiciereis no sois de los suyos. Si escapáis la persecución perdéis la
bendición, la bendición que reciben los que son perseguidos por causa de El. Si
no os persiguen por causa de la justicia, no podréis entrar en el reino de los
cielos; “si sufrimos, también reinaremos con él; si negáremos, él también nos
negará.”
11. Al contrario, “gozaos y alegraos,” cuando os persiguieren
por su causa, cuando os persiguieren con injurias y “dijeren de vosotros todo
mal…mintiendo,” lo que no dejarán de añadir a toda clase de persecución. Os
calumnia para disculparse a sí mismos, “porque así persiguieron a los profetas
que fueron antes de vosotros,” a los que fueron eminentemente santos de corazón
y de vida; más aún, a todos los justos que han existido desde el principio del
mundo. Gozaos, puesto que por medio de esta señal sabéis a quién pertenecéis y
porque “grande es vuestra recompensa en el cielo,” la recompensa comprada con
la sangre del pacto, y libremente otorgada en proporción tanto a vuestros
sufrimientos como a la santidad de vuestro corazón y vida. “Gozaos y
alegraos,” sabiendo que “lo que al presente es momentáneo y leve de nuestra
tribulación, nos obra un sobremanera alto y eterno peso de gloria.”
12. Mientras tanto, no permitáis que ninguna clase de
persecución os desvíe del camino de la humildad y la mansedumbre. “Oísteis,” a
la verdad, “que fue dicho a los antiguos: ojo por ojo, diente por diente;” y
vuestros miserables maestros os han permitido, por consiguiente, que os
venguéis, que devolváis mal por mal. “Mas yo os digo, no resistáis al mal;” no
lo resistáis de ese modo, devolviendo lo mismo, sino que en lugar de hacer
esto, “a cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la
otra. Y al que quisiere ponerte a pleito y tomarte tu ropa, déjale también la
capa, y cualquiera que te cargare por una milla, ve con él dos.”
Que tu mansedumbre sea invencible, y tu amor cual corresponde a esa
humildad. “Al que te pidiere, dale; y al que quisiere tomar de ti prestado, no
se lo rehúses.” Sólo que no debes dar lo que pertenece a otro, lo que no es
tuyo. Por consiguiente: (1) Procura no deber nada a nadie, porque lo que debes
no es tuyo, sino de otro. (2) Provee para los de tu familia, Dios te lo ha
mandado, y lo que se necesite para mantenerlos y educarlos, tampoco es tuyo.
(3) Después da o presta lo que te sobre de día en día, o de año en año,
teniendo presente que no puedes dar o prestar a todos, y que debes acordarte,
primeramente, de los que son de la casa de la fe.
13. Nuestro bendito Señor describe más extensamente en los
versículos siguientes, la humildad y el amor que debemos sentir, la amabilidad
que debemos usar para con aquellos que nos persiguen por causa de la justicia.
¡Ojalá estuvieran grabadas sus palabras en nuestros corazones! “Oísteis que fue
dicho: amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo” (Mateo 5: 43).
Dios, a la verdad, había dicho la primera parte solamente: “Amarás a tu
prójimo;” los hijos del diablo añadieron la segunda: “y aborrecerás a tu
enemigo.” “Mas yo os digo: (1) Amad a vuestros enemigos,” procurad tener buena
voluntad a los que más predispuestos estén en contra de vosotros; que os deseen
toda clase de males. (2) “Bendecid a los que os maldicen.”
¿Hay algunos cuya dureza de genio se deja sentir en sus palabras
amargas, que constantemente os maldicen y os reprochan en vuestra presencia y
dicen toda clase de mal en contra de vosotros, cuando estáis ausentes?
Bendecidlos tanto más. Al conversar con ellos, procurad usar de un lenguaje
afable y cariñoso; corregidlos, dándoles una buena lección, enseñándoles cómo
debieron haber hablado, y al hablar de ellos, decid todo lo bueno que podáis
sin faltar a la verdad o a la justicia. (3) “Haced bien a los que os
aborrecen,” que vuestras obras demuestren que sois tan sinceros en vuestro
amor como ellos en su odio. Devolved bien por mal, “no seas vencido de lo malo;
mas vence con el bien el mal.”
(4) Si no podéis hacer más, al menos, “orad por los que os ultrajan y os
persiguen.” Nunca perderéis la facultad de hacer esto, ni pueden ellos evitarlo
con su malicia y violencia. Orad a Dios en lo más íntimo de vuestras almas, no
sólo por los que hicieron esto una vez y ahora están arrepentidos, eso es
cualquiera cosa. “Si siete veces al día tu hermano se volviere a ti, diciendo:
pésame” (Lucas 17:4); es decir, si después de muchas ofensas, te da buenas
razones para creer que ha cambiado verdadera y completamente, entonces le perdonarás
de tal manera que confíes en él; lo abrazarás como si nunca hubiese pecado en
contra de ti. Pero ora a Dios, lucha con Dios por aquellos que no se han
arrepentido, que te calumnian y te persiguen, perdónalos “no hasta siete, mas
aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18: 22). Ya sea que se arrepientan o no,
ya sea que parezcan estar más y más lejos del arrepentimiento, mostradles este
ejemplo de amabilidad “para que seáis hijos,” para que probéis que sois los
verdaderos hijos “de vuestro Padre que está en los cielos”—quien muestra su bondad
derramando tales bendiciones sobre sus peores enemigos, hasta donde éstos
pueden recibirlas—”Que hace que su so1 salga sobre malos y buenos, y llueve
sobre justos e injustos. Porque si amareis a los que os aman ¿qué recompensa
tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Mateo 5:46)—los que no
pretenden ser religiosos, quienes según vosotros mismos sabéis, viven sin Dios
en el mundo. “Y si abrazareis a vuestros hermanos solamente,” vuestros amigos o
vuestro parientes, si les mostráis afabilidad de palabra o en obras, “¿qué
hacéis de más” que aquellos que no tienen ninguna religión? “¿No hacen también
así los Gentiles?” (Mateo 5: 47). Seguid, pues, un ejemplo mejor que el de
ellos en paciencia, en sufrimiento, en misericordia, en toda clase de
beneficencia para con todos los hombres, aun para vuestros perseguidores más
encarnizados. “Sed” cristianos “perfectos,” en tipo, ya que no en grado, “como
vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).
IV. ¡He aquí el cristianismo en su forma primitiva, como salió de
los labios de su gran Autor! Esta es la religión genuina de Jesucristo. Así la
presenta a quien tiene los ojos abiertos. Es la descripción de Dios hasta donde
puede ser imitado por el hombre: descripción que Dios mismo hace. “¡Mirad, oh
menospreciadores, y entonteceos, y desvaneceos!” O más bien, ¡admiraos y
adorad! Exclamad más bien: ¿Es esta la religión de Jesús el Nazareno, la
religión que he perseguido? No permita Dios que siga yo luchando en su contra.
Señor, ¿qué quieres que haga? ¡Qué belleza tan completa se revela! ¡Qué
simetría tan perfecta! ¡Qué proporciones tan exactas en todas y cada una de las
partes! ¡Qué deseable es la felicidad que aquí se describe! ¡Qué venerable, qué
amable es la santidad! Este es el genio del cristianismo: su misma esencia. A
la verdad, estas son las bases del cristianismo. Plazca a Dios que seamos no
sólo oidores, semejantes al hombre que considera en un espejo su rostro natural
y se ve, y luego se olvida qué tal era, sino que miremos atentamente en la perfecta
ley que es de la libertad y que perseveremos en ella. No descansemos sino hasta
que todas y cada una de sus partes queden escritas en nuestros corazones;
velemos, oremos, creamos, amemos, luchemos, hasta que todas sus partes
aparezcan en nuestra alma, grabadas por el dedo de Dios; hasta que seamos
santos, como también Aquel que nos ha llamado es santo; perfectos, como nuestro
Padre que está en los cielos es perfecto.
www.campamento42.blogspot.com
SERMON 23 - John Wesley
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