Davis y Clark
Cuando Israel moraba en la tierra de la
promesa después de haber sido juzgada por su pecado en el desierto, Dios puso leyes
para asegurar que no se oprimirían unos a otros por medio de la mercadería
(Levítico 25:14-17). Él les recordó, “La tierra no se venderá a perpetuidad,
porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para
conmigo (Levítico 25:23). Dios también
instituyó el quincuagésimo año de Jubileo para asegurarse de que la mercadería
no volvería a enraizarse en Israel.
Durante el quincuagésimo año, todas las
propiedades eran devueltas y extinguidas las deudas para que todas las tribus
pudieran otra vez tomar posesión de su heredad original. Dios quería que la
asignación de tierras a las tribus dada por Él originalmente, siempre fuera restaurada. Dios
tomó un cuidado extremo en asegurarse que las necesidades de los pobres no
fueran ignoradas y que nadie se aprovechara de ellos.
A pesar de todo, después de no mucho tiempo
el pueblo vino al profeta Samuel y le pidieron un rey como las naciones paganas
que había alrededor de ellos. Rechazaron al Dios del universo como Rey y
quisieron a un mero hombre para que les gobernara. Las consecuencias trágicas
pronto se cumplieron. Su rey restauró el camino de Caín Seis veces Dios les
advirtió, “él [Saúl] quitará”. “Saúl os quitará vuestros hijos. Os quitará
vuestras hijas. Os quitará vuestros campos y viñedos. Os quitará un décimo de la
simiente. Os quitará a vuestros siervos y siervas además de un décimo de
vuestros rebaños (Lee 1ª Samuel 8:11-19).
Dios
quería que entendieran que el precio de su petición sería un terrible gravamen
de impuestos y opresión. Nagas—la presión de un rey humano—estaba al orden del día. Aquí vemos el
primer ejemplo del diezmo obligatorio. Sucedió tal y como Dios había advertido.
Pronto “se juntaron con él todos los afligidos,
y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de
espíritu” en la cueva de Adulam, (1ª Samuel 22:2), donde también se escondía
el verdadero ungido de Dios. Como Caín, Saúl estaba enojado de que Dios hubiera
favorecido a alguien más que a él mismo, y deseó levantarse como Caín y matar a
su hermano.
Muchos de los que hemos conocido esta unción
de Dios en nuestras vidas hemos sentido este mismo espíritu y hemos visto esta
clase de actos por parte de líderes con los que hemos tratado de tener
comunión. Los que no son del espíritu de Caín y de Saúl, son marcados, y los
que si son de ese espíritu saben que no somos de ellos.
Haran Mercaderia de vosotros - Davis y Clark
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