Charles E. Newbold Jr.
Éramos pocos en número, sentados
cómodamente cara a cara en el salón de la casa de una piadosa pareja. Yo tenía
algo que compartir ese miércoles por la noche. Era la primera y más
significativa revelación que yo había recibido del Espíritu Santo desde mi
conversión, un par de años antes.
Titulé la enseñanza La Cosa. Años antes habían hecho una
película de terror con ese mismo nombre.
Aseguré a mi audiencia que yo no iba a hablar de eso. Sin embargo, la
cosa de la que hablé, era igual de monstruosa. Comencé la enseñanza diciendo,
“Eso que llamamos la iglesia no es la
iglesia, sino una Cosa.” Con esa enseñanza, comencé mi viaje personal en el
descubrimiento de la idolatría de la iglesia y la diferencia entre ella y la
verdadera novia de Cristo.
Años más tarde, mi esposa y yo
vivíamos en el oeste de Tennessee y estábamos esperando dirección del Señor.
Mientras estábamos allí, Él me llevó a
comenzar una reunión los domingos por la mañana y a invitar a algunas personas
que conocía para que asistieran. Algunos vinieron. Nos reuníamos en el Nombre
de Jesús. Cantábamos. Yo compartía las revelaciones y enseñanzas que el Señor
me daba; orábamos, nos despedíamos y seguíamos cada uno por nuestro camino.
Estábamos bastante unidos unos con otros, y teníamos algún contacto unos con
otros durante la semana. Comenzábamos a ser
el cuerpo de Cristo unos a otros.
Después compramos un edificio, lo
renovamos, abrimos las puertas, y tuvimos nuestras reuniones allí. Llamas al
edificio “Centro de Enseñanza Cristiano”. Hacía lo que creía que el Señor me
decía, y la gente comenzó a asistir.
Éramos libres de las pesadas
tradiciones de los hombres, formalidades, credos, reglas, normas y programas.
Estábamos comprometidos a seguir al Espíritu Santo dondequiera que El escogiera
llevarnos. Su presencia era poderosamente sentida en la mayoría de las
reuniones en aquellos días de los principios.
Insistía en que no éramos una iglesia, que Dios no me había llamado a
comenzar una iglesia, y que yo no era
el pastor de una iglesia. Trataba de
diferenciar entre el edificio, al que habíamos dado un nombre, y aquellos de
nosotros que nos reuníamos en ese edificio, y a quienes yo rehusaba dar un
nombre. Explicaba que era un centro de enseñanza para el cuerpo de Cristo en
esa área. Quizás fue un error, pero teníamos reuniones los domingos por la
mañana para aquellos que escogían no ir a ninguna otra parte. Esa reunión del
domingo por la mañana se convirtió en el evento principal de la semana.
La presión comenzó. Algunos de los que
venían allí querían que fuera una iglesia,
y querían que yo fuera su pastor. Yo pastoreaba a individuos, pero insistía en
que no éramos una iglesia.
Un pastor local discutía mi polémica,
insistiendo en que éramos una iglesia.
Afirmaba que no había un precedente de la Escritura para justificar el
ministerio para-eclesial que teníamos. Dijo, “Si tu pareces un pato, caminas
como un pato y graznas como un pato, entonces debes ser un pato. Pareces una iglesia, caminas como una iglesia y hablas como una iglesia.” Yo no quería escuchar esto en
aquel entonces, pero al mirar atrás, tengo que admitir que tenía razón. Esta
Cosa que llamamos la iglesia se había
introducido sigilosamente en nuestro trabajo. Se suponía que el trabajo del
Centro de Enseñanza nunca había de ser una iglesia.
Una vez que comenzamos a “tener” iglesia, comenzamos a buscar algo para
nosotros mismos. Creamos una Cosa que había ido mucho mas allá de lo que Dios
me había llamado a hacer. Regresamos exactamente a la cosa de la que habíamos
salido. Teníamos cultos los domingos por la mañana y por la tarde, escuela
dominical, y un programa para jóvenes. Levantábamos ofrendas y las poníamos en
una cuenta bancaria. Nuestro grupo empezó a ser conocido por el nombre que yo
había puesto en el edificio.
Perdí mi visión de edificar a un
pueblo, y en su lugar, comencé a edificar una Cosa. Comenzamos a ir tras ello
en lugar de ir en pos del Señor Jesús. Nos reuníamos alrededor de ello, en
lugar de alrededor de la presencia del Señor. La gente comenzó a marcharse y no
sabían por qué. Cuantos más se marchaban, mas trataba de aferrarlos. Me sentí
abandonado. Pero era yo el que les había abandonado a ellos permitiendo que la
obra se convirtiera en una Cosa. Poco después de esto, el nombre Icabod se
escribió sobre nuestra puerta, hablando espiritualmente. 1ª Sam. 4:21. Como con Elías, el torrente se secó y los
cuervos dejaron de traer sus bocados.1ª Reyes 17:3-7. Era hora de proseguir
hacia delante. Tardé un año en acumular todo el coraje necesario para cerrar
finalmente.
Aunque la mayoría de nosotros sabemos
que la palabra “iglesia”, tal y como se usa en la Escritura, se refiere al
pueblo de Dios en Cristo, no obstante hemos hecho una Cosa de ello. Es una extensión de nosotros mismos
y existe como una entidad para sí misma.
El Sistema de la Iglesia Ramera - Charles E. Newbold Jr.
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