Douglas Weaver
El libro de los Hebreos
es un llamado a los creyentes judíos a abandonar el antiguo orden. Su autor da
un poderoso testimonio del hecho de que el antiguo orden ha quedado obsoleto
por un nuevo y mejor pacto. En la economía de Dios, el viejo sistema de
la adoración del templo se ha desvanecido.
En el capítulo final de
Hebreos hay una exhortación que jamás podrá tener sentido a los que se aferran
al antiguo orden, los que han dejado el peregrinaje y han acampado en el
camino, los que ponen el énfasis en los tabernáculos humanos.
“Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al
tabernáculo. 11 Porque los cuerpos de aquellos animales cuya
sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote,
son quemados fuera del campamento. 12 Por lo cual también Jesús,
para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la
puerta. 13 Salgamos, pues, a
él, fuera del campamento, llevando su vituperio; 14 porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que
buscamos la por venir. 15 Así que, ofrezcamos siempre a Dios,
por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que
confiesan su nombre.” (Hebreos 13:10-15)
Alegóricamente, hay dos
altares hoy día. Un altar es del santuario terrenal o del viejo orden en el que
la adoración está ligada principalmente a eventos y lugares de observación. El
otro es el tabernáculo celestial, que el Señor levantó y no el hombre (Hebreos
8:2), en el que la adoración es en espíritu y en verdad. Los que se aferran al
antiguo orden no tienen derecho a comer del altar celestial. Solo los que salen
a Él, dejando atrás las antiguas formas religiosas, pueden verdaderamente comer
de ello.
Solo los que sufren el
reproche de Aquel que llevó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias,
del que fue herido por nuestras transgresiones y golpeado por nuestras
iniquidades, pueden comer del mismo. Los que salen fuera del campamento a Jesús
pueden esperar sufrir el mismo rechazo y reproche que sufrió Él de manos de los
líderes religiosos, porque este altar con frecuencia se encuentra en la
presencia de nuestros enemigos (Salmos 23:5).
Intentando contener vino
nuevo en odres viejos, el cristianismo hoy día se ha convertido exactamente en
aquello contra lo que Cristo nos advirtió—una mezcla impotente de lo viejo y de
lo nuevo, incapaz de contener o sostener la gloria de Dios.
En Lucas 5:36-39, Jesús
explica las consecuencias extremas de esta mezcla.
“Les dijo también una
parábola: Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido
viejo; pues si lo hace, no solamente rompe el nuevo, sino que el remiendo
sacado de él no armoniza con el viejo. 37 Y nadie echa vino nuevo en
odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y
los odres se perderán. 38 Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de
echar; y lo uno y lo otro se conservan. 39 Y ninguno que beba del
añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es mejor.”
¿Cuántas veces el Padre
ha derramado el Nuevo vino de Su Espíritu sobre Sus hijos, pero los odres
viejos, no pudiendo contenerlo, hicieron que la gloria fuera efímera? ¿Cuántas
veces hemos escuchado historias de grandes avivamientos en los que Dios derramó
Su Espíritu sobre ciertos grupos de gentes, pero al final, las cosas empeoraron
aún más que al principio? ¿Por qué es todo esto? Es simple. Los odres viejos no
pueden contener el vino nuevo. El vino nuevo siempre reventará los odres viejos
y el vino se perderá.
Creo que por esto el
avivamiento duradero es tan raro. El antiguo sistema religioso obsoleto es
demasiado inflexible y frágil para contener la gloria del Nuevo Pacto. En
directa oposición al consejo de Cristo, el hombre religioso se ha propuesto
mezclar ambos.
Dios está llamando a un
nuevo éxodo de esta mezcla débil e indigna. Los que abrazan el sacrificio de
Cristo son llamados a llevar Su oprobio saliendo a Él fuera del campamento. La
palabra “campamento” indica acampada, una congregación de masas, y en este contexto
hace referencia a la ciudad de Jerusalén, que un día fue lugar de morada de
Dios. Esta ciudad fue conocida antaño como la ciudad del gran Rey, pero fue
empapada en las tradiciones que anularon los mandamientos de Dios y dejó de
vivir para Su gloria. Dejaron de progresar en Él.
Cuando descubrieron que
Jesús no iba a fortificar las instituciones ya existentes, los habitantes de la
ciudad gritaron, “¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Es lo mismo hoy día. Los que se
aferran al viejo odre, crucifican “de nuevo a Cristo exponiéndole a vituperio”.
Anulan el consejo del Espíritu Santo aferrándose a Sus tradiciones. En un
intento de evitar Su oprobio, mucho han vuelto sus corazones a las tradiciones
del pasado. Niegan que el sacrificio de Jesús tuviera por propósito cumplir un
éxodo continuo de las cosas de este mundo y producir un amor cada vez mayor
hacia lo que es celestial.
Jesús no vino a
promocionar el orden del viejo templo. En lugar de eso, profetizó su fin. (lee
Mateo 24:1-2). En el año 70 DC, Tito, el conquistador romano, lo dejó en
ruinas. Ya había sobrevivido a su utilidad unos 35 años. Tal y como Jesús había
dicho, no quedó piedra sobre piedra—claro testimonio de su utilidad temporal.
En aquel momento sobre
la colina del Calvario, cuando Jesús exclamó las palabras, “CONSUMADO ES”, un
gran cambio tuvo lugar en el cielo y en la tierra. El TIEMPO del que había
hablado Jesús cuando los verdaderos adoradores adorarían a Dios en Espíritu y
en verdad había llegado. El Padre ya no puede más ser adorado en esta montaña
ni en Jerusalén. Desde ese momento, hay un nuevo altar del que los que sirven
al tabernáculo terrenal no tienen derecho a comer.
Los que adoran en
Espíritu y en verdad son los que siguen al Cordero dondequiera que vaya. (Apocalipsis
14:4). Son la verdadera iglesia peregrina. No tienen una ciudad que continúa
aquí, sino una aún por llegar.
El Nuevo Exodo - Douglas Weaver
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