George Davis
Un tiempo atrás Michael
Clark y yo fuimos a Casper, Wyoming, donde nos reunimos con algunas personas de
las calles y pobres en una cafetería acordándonos del movimiento de la gente de
Jesús de los años 70. La presencia del Señor fue poderosa en ese cuarto
mientras ellos compartían sus historias de cómo Cristo los había liberado de
una vida de drogas, prostitución, y muchos otros vicios. Entonces una joven
llamada Rut (no es su nombre real) compartió con ojos lagrimosos como su marido
había abusado de ella y la había abandonado. Pronto ella se encontró destituida
y en las calles. Pero una querida mujer cristiana, Sara (no es u nombre
verdadero) que estaba sentada justo al otro lado del cuarto, vio la situación
de Rut y le abrió su casa y su corazón. ¡Por lo cual Rut estaba eternamente
agradecida! Solo momentos después, Sara, que con tanta gracia había tomado a
esta querida hermana de las calles y la había hecho parte de su familia, nos
pidió que orásemos para que ella pudiera encontrar un ministerio que pudiera
“hacer por el Señor”. Michael y yo nos quedamos sorprendidos.
¡Lo que ella
había hecho por esta sufrida y querida mujer era un puro e inmaculado
ministerio al Señor y ella ni siquiera lo sabía! “Por cuanto lo habéis hecho a
unos de estos pequeñitos, los habéis hecho al Señor” le dijimos. “¡Ministrar no
puede ser más de que es esto!” Sara no se dio cuenta de que al ministrar a Rut
en su desgracia, ella estaba ministrando al Señor. ¿No es asombroso como
nosotros a menudo no reconocemos el único ministerio que Cristo reconoce como
legítimo?
Cuando Jesús estaba por
volver a su padre, dijo a los discípulos: “No os dejaré huérfanos; vendré a
vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis…” (Jn. 14:18-19).
¿Dónde y cómo ellos verían a Jesús después que el hubiera retornado al padre? Tal
y como Jesús lo había prometido, el Espíritu de verdad fue enviado después de
su ascensión, el cual revela a Cristo en nuestros espíritus, tomando lo que le
pertenece a El y revelándolo a nosotros.
¡Esto es glorioso más
allá de las palabras! Pero hay otra forma en que Cristo puede ser visto por
aquellos que tienen ojos espirituales para verlo. Los corazones de los
discípulos estaban perturbados, porque Jesús hablaba más y más acerca de
dejarlos y de venir de nuevo. Su último y continuo discurso con sus discípulos
está registrado en Mateo capitulo 25. Allí Jesús les enseñó acerca de uno de
los lugares menos visibles donde ellos le verían después de partida. Era como
si él les estuviese diciendo “si ustedes me quieren ver, aquí es donde me van a
ver”. ¿Dónde sería ese lugar?
Escuchemos mientras
Jesús explica:
“Cuando el Hijo del
Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se
sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las
naciones; y apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas
de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su
izquierda.
Entonces el Rey dirá a
los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo. Porque
tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui
forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me
visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
Entonces los justos le
responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o
sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o
desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a
ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo
hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces
dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de
comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis;
estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me
visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no
te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto
no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán
éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. (Mat. 25:31-46)
Jesús es visto en los
más pequeños de estos. ¿Somos como los cristianos en la visión de Booth que
trepan tan alto en la roca como podemos y clamándole “¡Ven a nosotros! Ven y
ayúdanos”? ¿O escuchamos y respondemos a Su voz llamándonos desde abajo en el
océano de la humanidad sufriente, “¡Ven
a mi, ven y ayúdame!”
La población olvidada - George Davis
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