George Davis
Sí, es tiempo de volver
a la fe de nuestro Señor Jesucristo. ¡Es tiempo de volver a su ministerio! Es
hora de dejar de preocuparnos por nuestros negocios, como los cambistas del
templo, y de dar la bienvenida al Cristo que es revelado en los más pequeños
de estos. Es tiempo de que aquellos que proclaman seguir a Jesús dejen de
pensar en cosas sublimes y vuelvan a la fe del siervo Cristo, quien
condescendió al hombre de baja condición (Rom. 12:16). “Mejor es humillar el
espíritu con los humildes, que repartir despojos con los soberbios” (Prov.
16:19). ¡Es tiempo de que una vez más invitemos a nuestras fiestas a aquellos
que no pueden devolvernos o pagarnos de vuelta! (Vea lUc. 14:12-14).
¿Practicamos esta fe; la
fe de nuestro Señor Jesucristo, o pedimos al pobre que se pare en la
esquina mientras damos los lugares de honor a los ricos y a la gente de
influencia? ¿Qué nos hace pensar que la fe del humilde siervo Cristo, que vino
como el campeón de los pobres y menesterosos, pueda ser ahora practicable por
los altos y poderosos? El deshonrar esta fe tan preciosa con el oro de reyes y
el atuendo eclesiástico es como poner un anillo de oro en la nariz de un cerdo.
¡Cómo osamos adornar la fe del humilde Pastor, que se arrodilló con el delantal
de un siervo y lavó los pies de comunes pescadores, con el atuendo de reyes y
nobles! Porque al hacer esto profanamos la fe más preciosas jamás dada a un mundo
caído y deshonramos con oro y codicia el sacrificio de Aquel que vino a gastar
y ser gastado por todos.
Dijo Cristo nuestro
Señor: “Voy a ir y ver Cómo los hombres, mis hermanos, creen en mi”.
El no pasó de nuevo por
las puertas del nacimiento Sino que se hizo conocer a los hijos de la tierra.
Entonces dijeron los
principales sacerdotes, y gobernantes, y reyes:
“He aquí ahora el Dador
de todas las cosas buenas; Vayan, déjenos recibirle con pompa y magnificencia
A aquel quien es el
único poderoso y grande”.
Con alfombras de oro
cubrieron el piso Donde sea que el Hijo del Hombre pueda pisar,
Y en salones de palacios
nobles y raros Lo alojaron, y lo sirvieron con trato de rey.
Grandes órganos
surgieron a través de los emotivos arcos Su júbilo fluyó en alabanzas a El;
Y en iglesia, y palacio,
y cortes de juicio, El vio su imagen en alto por sobre todo.
Sin embargo, adonde
seguían sus huellas, El Señor apenado inclinaba su cabeza,
Y desde bajo las pesadas
piedras del cimiento, El hijo de María oyó amargos gemidos.
Y en iglesia, y palacio,
y cortes de juicio, El hizo grandes fisuras que desgarraban la pared,
Y las abrió en lo ancho
y aun más ancho Mientras el cimiento vivo respiraba y suspiraba.
“¿Han ustedes cimentado
sus tronos y altares, entonces, Sobre los cuerpos y almas de hombres vivos?
¿Y piensan que ese
edificio va a durar, El cual resguarda al noble y aplasta al pobre?”
“Con puertas de plata y
barras de oro Ustedes han encerrado a mis ovejas lejos del rebaño de mi Padre;
He oído el caer de sus
lágrimas En los cielos estos mil ochocientos años.”
“Oh Señor y Maestro, no
fue nuestra la culpa, Nosotros edificamos como nuestros padres edificaron;
¡He aquí tus imágenes,
como ellas están Soberanamente y únicas, a través de toda la tierra!
El Cristo solicitó un
artesano, Un hombre de frente baja, demacrado e inválido
Y una niña sin madre,
cuyos dedos finos La empujaron ligeramente a su necesidad y pecado.
A estos puso él en medio
de ellos, Y mientras ellos retiraban los ruedos de sus vestimentas
Por temor a contaminarse,
“¡He aquí” dijo El, “Las imágenes que habéis hecho de mí!”
Poema escrito por
Russell Lowell 1819-1891
La Población Olvidada - George Davis
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