Cuando alguien escoge
entrar en EL Ministerio como una carrera, una profesión, una forma de pensar,
adopta innecesariamente un sistema de obligaciones falsas que siente dentro de
él mismo y que le esclavizan a esa Cosa que llamamos EL Ministerio. Estas son
algunas de las obligaciones falsas:
El que entra en EL
Ministerio se siente obligado a pensar de si mismo, a comportarse y a cumplir sus obligaciones de una cierta
manera para poder vivir a la altura de las expectativas que acompañan a la
posición ministerial.
Se siente obligado a
producir sermones, realizar rituales, conducir servicios, visitar a sus
feligreses, desarrollar programas, imprimir boletines, enviar circulares
informativas, aumentar el crecimiento numérico, aumentar las finanzas, escribir
libros, vender Cds, estar en la televisión y en la radio, vestir conforme al
código, y en algunos círculos, sanar a los enfermos y obrar milagros. Estas son
la clase de cosas que atestiguan falsamente de su éxito.
El que está en EL
Ministerio se siente obligado a establecer el escenario en el que puede
interpretar la iglesia, para poder
guiarnos a todos los demás a interpretar la iglesia.
Interpretar la iglesia es hacer algo
religioso que no esta inspirado ni potenciado por el Espíritu Santo. Es hacer
fielmente todas las cosas que hacemos en la iglesia
que nos hacen sentir que hemos cumplido nuestra responsabilidad religiosa.
Interpretamos la iglesia por la forma en que vestimos para ir a allí, por la
forma pretenciosa en que nos saludamos unos a otros, por los programas y
rituales que seguimos, por la forma en que nos colocamos en filas en los
bancos, y por la forma en que hacemos cosas unos por otros sin ni siquiera
tener un sentir de estar involucrados unos con otros.
Expresamos más exactamente lo que significa ser el cuerpo de Cristo cuando hacemos
cosas con y para los demás. Nuestras reuniones deberían ser para “considerarnos unos a otros para estimularnos
al amor y a las buenas obras, exhortándonos unos a otros, y tanto más
cuando veis que aquel día se acerca”. Heb. 10:24-25. Cumplimos estas cosas
siendo sensibles al Espíritu Santo, que es el único que sabe como ministrar a
nuestras necesidades individuales. Nos ministramos unos a otros por el Espíritu
con los dones del Espíritu nombrados en 1ª Cor. 12:1-11.
El que está en EL
Ministerio se siente obligado a justificar Su Ministerio. Descansa sobre
pruebas externas fingidas de su éxito, contando narices, aumentando el
presupuesto, multiplicando su salario, edificando grandes edificios, haciendo
muchas visitas, pasando largas horas en la oficina, aconsejando a mas gente,
aumentando el numero de programas, adquiriendo mas invitaciones para ministrar,
programando mas apariciones por televisión, comprometiéndose con una audiencia
cada vez mayor y vendiendo mas libros y Cds. ¿Podría ser ésta la fuerza de
atracción para aquellos que registran la asistencia y ofrecen cifras en el
tablón de anuncios sobre la pared de la iglesia cada domingo, en comparación
con las del año anterior?”
El que está en EL
Ministerio se siente obligado a presentarse a sí mismo de una cierta manera
delante de su público, con el fin de impresionarlo, para que le den su
aprobación. Puede ser mediante su forma de vestir, su forma de peinarse, o su
forma de hablar; puede ser la clase de coche que conduce y la casa en la que
vive.
El que está en EL
Ministerio se siente obligado a ser piadoso y religioso, pretendiendo ser más
espiritual de lo que es realmente. Se convierte en un hipócrita al ponerse su
fingida máscara religiosa. La piedad y la religión no tienen nada que ver con
la simplicidad de seguir a Jesús honestamente y en quebrantamiento, y dejando
que Su Espíritu Santo nos cambie de dentro a fuera.
EL que está en EL
Ministerio se siente obligado a permanecer distante de los otros santos. Como
resultado, lo que están en EL Ministerio a menudo crean fraternidades
exclusivas, como evidencia la existencia de asociaciones ministeriales, la
celebración de conferencias para el clero, y otras reuniones que refuerzan la
existencia antibíblica del clero y el laicado.
El que está en EL
Ministerio hoy se siente mas frecuentemente obligado a establecer una entidad
legal que ofrezca deducciones de impuestos para sus contribuyentes. Sin embargo,
a menudo, esta entidad de papel se convierte incluso en algo más que en una
empresa que ofrece ventajas fiscales. Se convierte en el nombre y la imagen de
“su” ministerio. El se presenta a sí
mismo como el presidente y el fundador de ello. Habla de “este Ministerio” en
tercera persona, como si fuera la fuente de la que emana el ministerio de
Cristo. Al hacer esto, se presenta a sí mismo incluso más grande de lo que Dios
le ha hecho ser.
El que está en el
Ministerio, se siente obligado a comenzar algo—sea lo que sea. No puede
presentarse improductivo. Organiza, institucionaliza, formaliza, establece y
sistematiza las cosas. Con una profunda preocupación sincera, comienza cosas
por sus propias fuerzas, y tiene que mantener la marcha de dichas cosas en su
propia fortaleza. Cuando deja de trabajar su plan, sus planes dejan de
funcionar para él. Pero lo que Dios comienza en el poder del Espíritu Santo,
Dios lo acaba en el poder del Espíritu Santo.
El que está en EL
Ministerio se siente obligado a edificar su reputación y a promocionar sus
talentos, dones y mercancías.
Consecuentemente, tiene que tener su propio programa de relaciones
públicas para promocionarse a sí mismo. Con orgullo pone su nombre y su rostro
en el trabajo que él cree que Dios le ha llamado a hacer. Sin embargo, Santiago
escribe: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Humillaos
delante del Señor y Él os exaltará”. Santiago 4:6,10.
El que está en EL
Ministerio se siente obligado a conocer más de la Biblia y de la religión que
aquellos a quienes él ministra. Por tanto, se siente obligado a obtener proezas
académicas que a menudo le exponen al orgullo y al intelectualismo. No está
satisfecho de que la gente tenga conocimiento. Necesita que la gente sepa que él sabe. Se siente obligado a competir
con otros ministerios para conocer tanto o más que ellos, y para ser tan bueno
o mejor que ellos. A veces siente que es necesario mantener a los que ministra
en ignorancia, y por tanto, dependientes de él.
El que está en EL Ministerio
se siente obligado a solicitar apoyo para su ministerio, sea de sus “asociados”
o desde una posición salarial. Cuando recibe un sueldo por su “así llamado”
papel de liderazgo en el cuerpo de Cristo, él distingue entre el mismo y las
ovejas. Ignora el hecho de que él, también es una oveja y que todas las ovejas
están en el ministerio. El que está en EL Ministerio no tiene la fe en la
capacidad de Dios de usarle a su debido tiempo y proveer para él sin tener que
manipular a otros para apoyar “su” ministerio.
El que está en EL
Ministerio se siente obligado a tener un título para sí mismo—Pastor,
Reverendo, Obispo, Apóstol, Doctor. Cuanto más prestigioso sea el título,
mejor. Bob Hughey afirma, “Los títulos dividen, la función unifica. Un
testimonio es mejor que un título”.
El que está en EL
Ministerio se siente obligado a clonar a otros para que sean como él o como su
clase de iglesia. Necesita clonarles
con el fin de poseerlos. Si no los posee, teme perder su apoyo.
El que está en EL
Ministerio se siente obligado a apartarse del “laicado”, mediante la
ordenación. Muchas tradiciones de iglesia ordenan a su clero a través de lo que
la iglesia histórica llama “sucesión
apostólica”. La sucesión apostólica es la perpetuación de la autoridad
espiritual mediante la ordenación sucesiva del clero desde los tiempos de los
apóstoles. En las iglesias católico-romana y anglicana, y en las tradiciones
ortodoxas orientales, el clero es ordenado por sucesión apostólica para poder
administrar los sacramentos y las órdenes.
Aunque Bernabé y Pablo fueron confirmados
apóstoles por los profetas y maestros en Antioquia (Hechos 13:1-3) y los
ancianos tenían que ser nombrados en cada ciudad (Tito 1:5), la tradición común
de la ordenación tal y como se practica en el Cristianismo occidental, no se
encuentra en el Nuevo Testamento. Bernabé y Pablo no fueron apartados por los
doce apóstoles sino por unos ciertos maestros y profetas en Antioquia. (Hechos
13:1-3). La unción para el ministerio procede de Dios y no de los hombres. Efesios
4:11.
El que está en EL
Ministerio se siente obligado a perpetuar la industria del Ministerio. EL
Ministerio es un gran negocio. Controla la economía de seminarios y escuelas
bíblicas, iglesias con los puestos de
su personal, construcción de nuevas empresas, mobiliario de iglesia,
Ministerios, casas editoriales, empresas de grabación, librerías, conferencias
y programas de radio y televisión. Es una red de apoyo económico en la que el
Ministro mismo es atrapado y que no puede romper fácilmente. Los que están en
EL Ministerio viven vidas comprometidas bajo las influencias de espíritus de
agradar al hombre. Los mercantes que
venden su mercadería a los que están en EL Ministerio y los que están en EL
Ministerio dependen unos de otros para su existencia. Esta dependencia mutua para su existencia es
otra razón por la que todo este sistema es una fortaleza que no es derribada
fácilmente.
EL que está en EL
Ministerio se siente obligado a perpetuar la institución de EL Ministerio así
como la institución de la iglesia. EL Ministerio es una institución dentro de
la institución de la iglesia y es la fuerza más poderosa y singular que
perpetúa la institución de la iglesia. Si hubiéramos de erradicar esta noción
errónea de EL Ministerio de la ecuación de la iglesia, esta cosa que llamamos iglesia caería en pedazos. Igualmente, sin el sistema de la iglesia, EL Ministro no tendría contexto
en el que practicar su oficio. La iglesia es sostenida por el dinero. Cuando se
acaba el dinero, la institución de la iglesia
se viene abajo. De igual modo, cuando se acaba el dinero, EL Ministerio se
termina, porque los que están en EL Ministerio dependen del dinero y del
sistema.
Mas Alla del Pentecostes - Charles E. Newbold Jr.
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