Virgilio Zaballos
Miremos a Jesús en el
recorrido que estamos haciendo en el evangelio de Lucas. Veamos como podemos
encontrar el equilibrio ministerial. Jesús decidió hacer la voluntad de Dios, y
la buscó toda su vida como prioridad máxima (Jn.5:19).“Por lo cual, entrando en el
mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo.
Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí
que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está
escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos
y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se
ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios,
para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En
esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo
hecha una vez para siempre” (Hebreos, 10:5-10).
Jesús
se movió en los tiempos de Dios, sin precipitación ni
pasividad. No actuó por su propia cuenta, ni por las presiones de la gente;
sino por la hora del reloj profético (Gá.4: 1,2). Jesús cumplió con toda justicia dejándose bautizar por Juan (Mt.3:
15). Recibió la unción por amar la justicia (es decir, los principios del Reino
de Dios -sometiéndose a ellos- y no dejándose manipular por los medios del
sistema mundano) y aborrecer la iniquidad (Heb.1:9). Jesús esperó la llegada
del Espíritu Santo y la aprobación divina para comenzar su ministerio público
(Lc.3:21-22). Fue lleno del Espíritu; llevado por el mismo Espíritu al desierto
(Lc.4:1); volvió en el poder del Espíritu (Lc.4;14); y supo para qué había sido
ungido (Lc. 4: 18-19). Jesús pasó
por el desierto y la prueba, superando con sobresalientes ambas etapas de su
vida (Lc. 4:1-14). Jesús se
mantuvo en la unción de Dios porque combinó perfectamente su ministerio a las
multitudes con la oración privada.
Oró en el desierto
(Lc.4:l-2)
Después de una campaña
de milagros y sanidades se apartaba a un lugar desierto para orar (Lc.4:40-42)
Su fama se extendía..
mas él se apartaba a lugares desiertos y oraba (Lc.5:15-16)
Oraba aparte... (Lc.9:
18)
Salió a orar con un
pequeño grupo de tres discípulos (Lc.9:28-29)
Su vida de oración despertó
el anhelo de orar de los discípulos (Lc. 11:1)
Tenía lugares concretos
donde iba a orar de costumbre (Lc.21:37 y 22:39)
Enfrentó la noche mas
oscura de su vida con oración intensa y agonizante.
Había entrenado todo su
ser para vencer por medio de la oración (Lc.22:40-46).
El Hijo de Dios, nuestro
substituto, vivió en un equilibrio victorioso la realización de su ministerio a
las masas y la comunión íntima con el Padre. Sólo así pudo mantener tal
demostración de poder y vitalidad para llevar a cabo la obra de Dios. Para
nosotros no puede ser de otra manera. "El discípulo no es más que su
maestro, ni el siervo más que su señor. Bástale al discípulo ser como su
maestro, y al siervo como su
señor... (Mt. 10:24-25). Nuestro equilibrio ministerial pasa necesariamente
por una vida de oración eficaz y privada.
Jesús
se mantuvo fiel a la verdad sin dejarse adular por el
sistema religioso (Lc.4:22-30). Tampoco le atemorizaron las amenazas violentas
de aquellos que quedaban “dolidos” por sus palabras. Atacó la mentalidad
monopolizadora de ciertos sectores religiosos de su país. El Señor Jesucristo
puso las bases para un ministerio equilibrado, sin dejarse manipular por los
sentimientos y deseos cambiantes de las multitudes. Sabía lo que debía hacer y
lo que necesitaba evitar. Como Maestro y Señor ha mostrado el camino que deben
recorrer sus discípulos (Jn.13:13-17).
El Milagro de Una Vida Equilibrada - Virgilio Zaballos
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