George Warnock
El
profeta Isaías fue atrapado en el Espíritu y dijo, “Santo, Santo,
Santo, es el SEÑOR de los ejércitos,
llena
está toda la tierra de su gloria.” (Isaías 6:3). Y el Salmista
llama a toda la creación a mostrar las excelencias de Su Creador:
Alabe
la creación al SEÑOR
¡Aleluya!
Alabad
al SEÑOR desde los cielos; Alabadle
en las alturas.
Alabadle,
todos sus ángeles; Alabadle,
todos sus ejércitos.
Alabadle,
sol y luna; Alabadle,
todas las estrellas luminosas.
Alabadle,
cielos de los cielos, Y
las aguas que están sobre los cielos.
Alaben
ellos el nombre del SEÑOR, Pues
El ordenó y fueron creados;
Los
estableció eternamente y para siempre, Les dio ley que no
pasará.
Alabad
al SEÑOR desde la tierra, Monstruos marinos y todos los
abismos;
Fuego
y granizo, nieve y bruma; Viento
tempestuoso que cumple su palabra;
Los
montes y todas las colinas; Árboles frutales y todos los cedros;
Las
fieras y todo el ganado; Reptiles y aves que vuelan;
Reyes
de la tierra y todos los pueblos; Príncipes
y todos los jueces de la tierra;
Jóvenes
y también doncellas; Los
ancianos junto con los niños.
Alaben
ellos el nombre del SEÑOR, Porque
sólo su nombre es exaltado;
Su
gloria es sobre tierra y cielos.
No
tenemos que mirar muy lejos en este pasaje para ver lo que Dios
considera que es la verdadera alabanza. ¿Cómo pueden las cosas
creadas alabarle? ¿Cómo pueden incluso las cosas inanimadas o
impersonales alabarle? Sólo cuando cada criatura en su propio lugar
y llamamiento, dé expresión a ese aspecto de la gloria con que Dios
dotó a cada una en la creación: el sol mediante su brillar, la luna
mediante el reflejo de la gloria del sol; las estrellas al adornar el
cielo de la noche y dar dirección y guía al hombre; el fuego al
consumir; el viento al soplar; el árbol al mover sus hojas, y
producir su fruto para el hombre o leña para el hogar; las aves con
su canto; o el juez mediante la ejecución de justicia en la tierra;
los hombres jóvenes y las mujeres, los ancianos y los niños... cada
uno exaltando al Señor en palabra y en hecho, en cánticos de
alabanza—y mucho más que eso—en toda su manera de vida. Si no
estamos haciendo eso, no estamos alabando a Dios. La alabanza en
demasiados casos se ha convertido en un ritual al que el pueblo se
somete durante unos momentos en las reuniones de la iglesia—solo
para dejar el lugar de asamblea para seguir con sus propios intereses
egoístas el resto de la semana. La verdadera alabanza es simplemente
esa forma de vida que uno vive al unísono con su Señor, cuando el
cumple el propósito ordenado de Dios para su vida. No está emulando
nada ni deseando el lugar ocupado por otro—sino simplemente está
dando expresión a la vida creada y al llamamiento que Dios da a cada
hombre.
Y
así se cumple la profecía de Isaías: “Esto
se escribirá para las generaciones futuras; para que un pueblo aún
por crear alabe al SEÑOR.
(Salmos 102:18).
De
acuerdo con la naturaleza y el carácter de la vida de la Nueva
Creación que Dios nos ha dado, así vivamos “para alabanza de la
gloria de Su gracia” (Efesios 1:6,12). Algunos intentan de forma
tan vehemente emular los caminos de los demás que fracasan en
cumplir el propósito específico que Dios tenía en mente para
ellos. El canto del pajarillo es tan agradable para el Señor como el
graznido del ganso canadiense, porque está cumpliendo el propósito
para el cual Dios lo creó. El petirrojo o la alondra estarían
completamente fuera de su elemento si intentaran ladrar como un
perro, o graznar como el ganso. El humilde es aquel que permanece
fiel en su llamado ante el Señor, y orgulloso es aquel que intenta
mostrarse a sí mismo como algo diferente de aquello para lo que Dios
le creó. El pavo real tiene fama de ser orgulloso, cuando extiende
sus plumas para que todos lo admiren. Si tuviera conocimiento
suficiente para saber lo que la gente piensa, se preguntaría por qué
le consideran orgulloso al tener un plumaje tan maravilloso. No ve
nada especial en sí mismo. No hay vanagloria, ni orgullo, ni deseo
de emular al águila o a la grulla, o a la golondrina, ningún
intento en absoluto de ser un poco más bonito, o un poco más
espectacular que la forma en que Dios lo creó. Simplemente extiende
sus alas y da gloria al Dios que le creó. Pero el hombre de corazón
orgulloso mira y dice: “¡Mira qué orgulloso es el pavo real!”
El huerto de Dios - George Warnock
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