Virgilio Zaballos
EVA
(Génesis, 3:1-7). “Pero
la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que
Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os
ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?
Y
la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del
huerto podemos comer;
pero
del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No
comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis.
Entonces
la serpiente dijo a la mujer: No moriréis;
sino
que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos
vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.
Y
vio la
mujer que el árbol
era bueno para
comer, y que era
agradable a
los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó
de
su fruto, y comió;
y dio
también
a su marido, el cual comió así como ella.
Entonces
fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos;
entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”.
Dios
le dijo al hombre que no tomara y comiera del árbol de la ciencia
del bien y del mal (Gn.2:16-17). No le dijo que no lo mirara, sino
que no comiera. El árbol estaba delante de él y seguro que en
muchas ocasiones lo había mirado... eso no fue lo malo, sino que Eva
se dejó poseer de imágenes (por las palabras de la serpiente) que
la llevaron a un deseo incontrolado de comer y comprobar las
maravillas del mensaje diabólico: No moriréis... seréis como Dios.
Después
de este proceso interior, la visión exterior cambió en Eva; y lo
que antes había mirado sin más; ahora lo veía con codicia, su
atractivo tenía un ingrediente nuevo: la semilla de la naturaleza
corrompida del diablo. Entonces la codicia le venció y actuó
independientemente de la Palabra del Creador. Este camino es el que
hemos recorrido todos los seres humanos después de Adán y Eva. Esta
verdad es tan contundente que está en acción en nuestra sociedad
actual de forma continuada. “Cada
uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y
seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a
luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”
(Stg. 1:14-15).
ACAN
(Josué, 7:20-21).
“Y
Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado
contra Jehová el Dios de Israel, y así he hecho.
Pues
vi
entre
los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de
plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual
codicié
y
tomé;
y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y
el dinero debajo de ello”.
Este suceso que tuvo
a Acán como protagonista por tomar del anatema (lo maldecido que no
debe tocarse sino destruirse); fue una mancha negra en el camino
victorioso del pueblo de Israel hacia la conquista de Canaán. El
proceso que condujo a este pecado espantoso fue el siguiente: “Pues
vi entre
los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de
plata, y un lingote de oro... lo cual codicié
y tomé;
y he aquí que está
escondido bajo tierra en medio de mi tienda” Vi-codicié-tomé.
DAVID
(2Sam.11:2-5). “Y
sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho
y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio
desde
el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy
hermosa.
Envió
David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé
hija de Eliam, mujer de Urías heteo.
Y
envió David mensajeros, y
la tomó;
y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su
inmundicia, y se volvió a su casa.
Y
concibió la mujer, y envió a hacerlo saber a David, diciendo: Estoy
encinta”.
El
pecado del rey David con Betsabé tuvo el mismo proceso que estamos
viendo. Vio a una mujer hermosa; se recreo en esa mirada y concibió
deseos de poseerla. Cuando la codicia de poseer a una mujer que no le
pertenecía se apropió de él, quedo tan atrapado que de nada le
sirvieron las bases sólidas de su vida en comunión con Dios, y su
conocimiento de las Escrituras que prohibían tal acción. Todos los
principios de su vida quedaron neutralizadlos ante tal posesión
maligna. Ese fuego inmenso tuvo su origen en una mirada, no casual,
ni pasajera; sino una mirada sostenida, alimentada y amplificada por
imágenes interiores de placer físico y afectivo. Vio-codició-tomó.
En
estos tres ejemplos podemos ver que todo nuestro ser (espíritu, alma
y cuerpo) puede recibir ataques destructivos penetrando a través de
nuestros ojos. En Eva vemos el ataque a la vida espiritual, la
relación con Dios y la entrada al mundo del ocultismo. En Acán
vemos como la codicia por las cosas materiales nos conduce a la
derrota (personal y colectiva) y a la muerte. En David encontramos la
trampa del alma enlazada por deseos sensuales y afectivos ilícitos.
En todos ellos hay elementos comunes en el proceso degenerativo que
conducen a una actitud de independencia hacia Dios y Su Palabra. El
amor a Dios y al mundo (con sus deseos) son incompatibles. “Porque
todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los
deseos de los ojos, y la
vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el
mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre” (1Jn.2:16-17).
El milagro de una vida equilibrada - Virgilio Zaballos
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