Virgilio Zaballos
El
pasaje que hemos visto nos enseña grandes verdades sobre el camino y
la actitud que debemos tener para venir a Jesús. Sin embargo, ¿cómo
podemos nosotros mantener un encuentro real, acertado, en medio de la
confusión religiosa, la filosofía humanista y nuestras propias
ideas preconcebidas sobre Dios? Muchos se desaniman ante lo que
parece ser un imposible; otros desisten del empeño porque no creen
que tal experiencia se pueda dar. Pero el testimonio de Dios es
posible, fiable y accesible al hombre de nuestro tiempo.
La
clave está en los depositarios de la fe que ha sido dada por Dios:
La iglesia. Una iglesia donde Jesús es el Señor, levantado y visto
para que pueda -El mismo- atraer a todos a si mismo (Jn.12:32). Una
iglesia que no manipula la sinceridad del creyente para provecho
propio: Poder,
dominio,
proyección
y enriquecimiento.
Una iglesia donde Jesús está dentro y no fuera de ella (Ap.
.3:2()). Una iglesia dirigida por el Espíritu Santo, llena de la
palabra de verdad, de la vida de Dios y de su gloria. Una iglesia con
líderes ungidos, llamados y levantados por Dios que menguan a si
mismos y exaltan a Jesucristo. ¿Existe esa iglesia? ¿Dónde está?
En el cielo.
“
Porque
no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en
fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad,
al
sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la
oyeron rogaron que no se les hablase más,
porque
no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el
monte, será apedreada, o pasada con dardo;
y
tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y
temblando;
sino
que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo,
Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de
ángeles,
a
la congregación de los primogénitos que están inscritos en los
cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos
hechos perfectos,
a
Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla
mejor que la de Abel”
(Heb.12:18-24).
Y
el Señor la está edificando en la tierra (Mt. 16:18). La perfecta
está en el cielo, la imperfecta en la tierra.
La clave para el
creyente es conectar con la iglesia espiritual, la gran nube de
testigos que nos han precedido en la fe, y poner los ojos en Jesús,
como autor y consumador de nuestra fe (Heb.12:1-2). Esta verdad no
excluye la realidad de una iglesia gloriosa en la tierra, a la que
debemos pertenecer y con la que debemos armonizar; sino que muestra
el desafío de integrarnos en la congregación a la que pertenecemos,
a pesar de todas las dificultades que encontremos.
La
iglesia celestial la descubrimos en las Escrituras y desde allí nos
muestra el camino a Jesús. Esta opción está disponible a través
del acercamiento sincero y de fe a la Palabra de Dios. Lo que estoy
diciendo es lo que yo mismo he experimentado en los primeros meses de
mi conversión. Busqué a Dios personalmente, desde los impulsos y
las intuiciones de mi corazón, a través del Nuevo Testamento. Luego
vino la necesidad de conectar con la iglesia que podía ver y donde
me podía congregar e integrar.
La
iglesia de Dios vive en el cielo y en la tierra y necesitamos a las
dos porque es la misma. La vida cristiana no es ser miembro nominal
de una iglesia local. La necesidad que tiene el hombre no es de una
catedral o un edificio de piedra, sino de estar unido a Cristo. Y esa
unión tiene la consecuencia práctica de necesitar la congregación
local como parte esencial de pertenecer a Jesús. Este aparente
embrollo se resuelve así: Jesús es nuestra necesidad y debemos
acercarnos a él personalmente o a través de una iglesia viva, pero
siempre debemos saber que una vez que venimos a Jesús, quedamos
unidos también con su cuerpo, que es la iglesia. El desequilibrio
está en depender continuamente de líderes carismáticos y no
aprender a volar por nosotros mismos hasta el Trono de la gracia.
También es desequilibrio creer que se puede vivir la vida cristiana
sin la necesidad de todo el cuerpo de Cristo.
Andrés
vino a Jesús a través de Juan el Bautista. Pedro fue traído por su
hermano Andrés a conocer al Maestro, pero todos ellos ya habían
sido predestinados por Dios y apartados como apóstoles. Esta
combinación humana y sobrenatural es uno de los grandes misterios de
la vida cristiana. “Andrés,
hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan,
y habían seguido a Jesús.
Este
halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al
Mesías (que traducido es, el Cristo).
Y
le trajo a Jesús.
Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás
llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (Juan,
1:40-42).
La
mujer samaritana fue el canal por el cual muchos de su pueblo
creyeron en Jesús, pero llegó el momento cuando su fe creció hasta
el punto de no depender de la intervención de aquella mujer, sino
que se sostuvo por el mismo Señor.
“Entonces
la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo
a los hombres:
Venid,
ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste
el Cristo?
Entonces
salieron de la ciudad, y vinieron
a él. Y
muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron
El milagro de una Vida Equilibrada - Virgilio Zaballos
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