Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


5 de julio de 2018

LA ALTERNATIVA PARA NOSOTROS


Virgilio Zaballos

El pasaje que hemos visto nos enseña grandes verdades sobre el camino y la actitud que debemos tener para venir a Jesús. Sin embargo, ¿cómo podemos nosotros mantener un encuentro real, acertado, en medio de la confusión religiosa, la filosofía humanista y nuestras propias ideas preconcebidas sobre Dios? Muchos se desaniman ante lo que parece ser un imposible; otros desisten del empeño porque no creen que tal experiencia se pueda dar. Pero el testimonio de Dios es posible, fiable y accesible al hombre de nuestro tiempo.

La clave está en los depositarios de la fe que ha sido dada por Dios: La iglesia. Una iglesia donde Jesús es el Señor, levantado y visto para que pueda -El mismo- atraer a todos a si mismo (Jn.12:32). Una iglesia que no manipula la sinceridad del creyente para provecho propio: Poder, dominio, proyección y enriquecimiento. Una iglesia donde Jesús está dentro y no fuera de ella (Ap. .3:2()). Una iglesia dirigida por el Espíritu Santo, llena de la palabra de verdad, de la vida de Dios y de su gloria. Una iglesia con líderes ungidos, llamados y levantados por Dios que menguan a si mismos y exaltan a Jesucristo. ¿Existe esa iglesia? ¿Dónde está? En el cielo.

Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”
(Heb.12:18-24).

Y el Señor la está edificando en la tierra (Mt. 16:18). La perfecta está en el cielo, la imperfecta en la tierra.
La clave para el creyente es conectar con la iglesia espiritual, la gran nube de testigos que nos han precedido en la fe, y poner los ojos en Jesús, como autor y consumador de nuestra fe (Heb.12:1-2). Esta verdad no excluye la realidad de una iglesia gloriosa en la tierra, a la que debemos pertenecer y con la que debemos armonizar; sino que muestra el desafío de integrarnos en la congregación a la que pertenecemos, a pesar de todas las dificultades que encontremos.

La iglesia celestial la descubrimos en las Escrituras y desde allí nos muestra el camino a Jesús. Esta opción está disponible a través del acercamiento sincero y de fe a la Palabra de Dios. Lo que estoy diciendo es lo que yo mismo he experimentado en los primeros meses de mi conversión. Busqué a Dios personalmente, desde los impulsos y las intuiciones de mi corazón, a través del Nuevo Testamento. Luego vino la necesidad de conectar con la iglesia que podía ver y donde me podía congregar e integrar.

La iglesia de Dios vive en el cielo y en la tierra y necesitamos a las dos porque es la misma. La vida cristiana no es ser miembro nominal de una iglesia local. La necesidad que tiene el hombre no es de una catedral o un edificio de piedra, sino de estar unido a Cristo. Y esa unión tiene la consecuencia práctica de necesitar la congregación local como parte esencial de pertenecer a Jesús. Este aparente embrollo se resuelve así: Jesús es nuestra necesidad y debemos acercarnos a él personalmente o a través de una iglesia viva, pero siempre debemos saber que una vez que venimos a Jesús, quedamos unidos también con su cuerpo, que es la iglesia. El desequilibrio está en depender continuamente de líderes carismáticos y no aprender a volar por nosotros mismos hasta el Trono de la gracia. También es desequilibrio creer que se puede vivir la vida cristiana sin la necesidad de todo el cuerpo de Cristo.

Andrés vino a Jesús a través de Juan el Bautista. Pedro fue traído por su hermano Andrés a conocer al Maestro, pero todos ellos ya habían sido predestinados por Dios y apartados como apóstoles. Esta combinación humana y sobrenatural es uno de los grandes misterios de la vida cristiana. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (Juan, 1:40-42).

La mujer samaritana fue el canal por el cual muchos de su pueblo creyeron en Jesús, pero llegó el momento cuando su fe creció hasta el punto de no depender de la intervención de aquella mujer, sino que se sostuvo por el mismo Señor.

Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él. Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron

El milagro de una Vida Equilibrada - Virgilio Zaballos

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"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

Matthew Henry