Davis y Clark
La
oración es primeramente y más que nada una actitud del corazón.
Por esta razón las oraciones registradas en el Nuevo Testamento son
excepcionales; en ellas se revela la actitud del corazón de los
creyentes del primer siglo, reflejando la forma en que ellos se
relacionaban con Dios y entre ellos mismos. En Hechos 4:23-30
encontramos una de esas oraciones que revela una actitud de humildad
que es raramente vista en la iglesia moderna de estos días. Pedro y
Juan fueron recientemente liberados de la prisión local donde fueron
confinados por los líderes judíos por haber tenido parte en la
sanidad del hombre cojo en la puerta La Hermosa. Después de ser
liberados, fueron directo a sus compañeros y contaron todo lo que
los principales sacerdotes y ancianos les habían dicho. Después de
oír las noticias de las amenazas de castigar a todos lo que
predicasen el nombre de Jesús, los hermanos alzaron unánimes la voz
a Dios y dijeron:
«Señor,
tú que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en
ellos, tú que has dicho por el Espíritu Santo, por boca de nuestro
padre David, tu
siervo:
¿A qué esta agitación de las naciones, estos vanos proyectos de
los pueblos? Se han presentado los reyes de la tierra y los
magistrados se han aliado contra el Señor y contra su Ungido.
«Porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio
Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu
santo siervo Jesús,
a quien has ungido, para realizar lo que en tu poder y en tu
sabiduría habías predeterminado que sucediera. Y ahora, Señor, ten
en cuenta sus amenazas y concede a tus
siervos
que puedan predicar tu Palabra con toda valentía, extendiendo tu
mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de
tu santo
siervo Jesús.»
(Hch. 4:23-30 Biblia de Jerusalén – el énfasis es nuestro)
Note
la amenaza común a los siervos a través de esta oración. Hay una
referencia “a tu siervo David y a tu santo Hijo Jesús, a quien
ungiste”. Mas aun, al referirse a ellos mismos como esclavos
(doulos), ellos probaban que habían aprendido la lección que Jesús
les había enseñado cuando les dijo: “…y el que quiera ser el
primero entre vosotros será vuestro siervo [doulos]”. (Mt. 20:27)
Los
primeros discípulos finalmente entendieron que era a través del
servicio de Cristo, del dar Su vida, del descender a la cruz y
resurrección, que el poder de Dios era liberado entre ellos (Ef.
1:19). Y así fue que ellos sellaron esta oración en el nombre de
“su santo siervo Jesús”. Estos hombres que alguna vez habían
discutido sobre si quien sería el mayor, ahora llevaban el nombre
siervo
con el más alto respeto. El Señor Jesús mismo les había instruido
para ver la servidumbre como la vocación mas elevada. Finalmente
ellos entendieron el reino que El les había asignado. Jesús pasó a
través de este velo terrenal como un siervo. Se humilló a sí
mismo, tomando la forma de un esclavo y fue obediente hasta la muerte
en la cruz. De esta forma hizo una abierta demostración a los
principados y potestades. Así también, por medio de la cruz El
quitó sus poderes al sepulcro y a la muerte. Por el poder de Dios
fue resucitado, exaltado y le fue dado un nombre que es sobre todo
nombre y ahora está sentado a la mano derecha del Padre. Fue su
conformidad a los sufrimientos de Cristo lo que trajo el poder del
cielo para llevarlo en sus vidas. Su cruz se convirtió en la cruz de
ellos. El mensaje de la cruz es el poder de Dios.
Porque
la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que
se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios (1 Co. 1:18) La
bendición y el poder de Dios reposan en la palabra de la cruz. Tanto
que Pablo pudo decir sin equivocación: “La palabra de la cruz…
es el poder de Dios”. No para todos, dirá usted, sino para
aquellos que están siendo salvados, los que están abrazando la
mente de Cristo.
En
otro lugar Pablo escribió: “Porque hermanos, no queremos que
ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia;
pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de
tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero
tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no
confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los
muertos (2 Co. 1:8-9). Otra versión de la Biblia escrita en lenguaje
básico tiene una mejor traducción de este pasaje. El verso nueve
dice: “Si, nosotros mismos nos hemos puesto sentencia de muerte,
para que nuestra esperanza no sea de nosotros mismos, sino de Dios
que es capaz de dar vida a los muertos”. La respuesta de Dios a la
debilidad de la carne es la muerte obrando en nosotros. Como lo puso
Pablo: “…llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte
de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestros cuerpos”.
El
mensaje de la cruz, hablado y vivido, libera el dunamis
poder de Dios. Es a través del caminar como siervos el camino a la
cruz que este poder es liberado. Cuando oramos, “concede a tus
siervos”, las cosas empiezan a pasar. ¿Qué pasó después
que los hermanos terminaron de orar aquel día? ¿Se retiraron
simplemente y se fueron a sus casas, esperando que Dios contestara a
su tiempo la oración? ¡No! “Cuando hubieron orado, el lugar en
que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu
Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.” (Hch. 4:31) Dios
respondió inmediatamente, tal vez mientras ellos estaban aún
orando. ¿Por qué? El es rápido en conceder
a Sus verdaderos
siervos. ¡El Padre
los honrará!
Como
creyentes, estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales,
pero el camino de la cruz todavía está frente nuestro. Un día,
veremos la victoria final cuando suene la última trompeta y los
muertos en Cristo se levanten para encontrarse con El en el aire. ¡Y
ningún sepulcro va a retener a este cuerpo! Por ahora, el camino se
encuentra frente a nosotros, la copa y el bautismo, el mismo camino
que Jesús inició, haciéndose el primogénito de entre los muertos.
“…y
él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el
principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo
tenga la preeminencia” (Col. 1:18)
Hay
un solo camino hacia una vida fructífera. Hay un solo camino hacia
la realización de la vida. Es el camino menos transitado, el camino
a la cruz. “Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que
lleva a la vida, y pocos son los que la hallan (Mat. 7:14)”.
Paradójicamente es un camino oculto. Es un camino que es considerado
necio a los hombres intelectuales y piedra de tropiezo para los
hombres religiosos. Es como la puerta de hierbas en el Progreso
del Peregrino.
Es difícil ver por su estrechez.
Evangelista:
(apuntando con su dedo sobre un campo muy extenso) “¿Ve aquella
puerta de hierbas?” (Mt. 7:14)
Cristiano:
“No”.
Evangelista:
“¿Ve aquella luz brillantes?” (Sal. 119:105 – 2 Ped. 1:19)
Cristiano:
“Pienso que si”.
Evangelista:
“Manténgase mirando esa luz, y vaya directo a ella; para que pueda
ver la puerta”.
Después
de oír esto, Cristiano se dio vuelta y empezó a correr hacia la
luz. Su esposa, hijos y vecinos buscaban disuadirlo, clamando,
“¡Vuelve! ¡Vuelve!” Pero Cristiano, apurando su paso y poniendo
sus manos sobres sus oídos, gritó con todas sus fuerzas “¡Vida!
¡Vida eterna!”
¿Quiere
usted realmente tener parte con Jesús? ¡Entonces debemos - con
igual abandono y resolución - obedecer a Sus enseñanzas, sin
importar el costo! ¿Realmente quiere conocerlo y asociarse en Sus
padecimientos, y cumplir lo que falta de Sus sufrimientos (Col.
1:24)? ¿Realmente deseamos unirnos en su yugo, o mejor obedeceremos
a nuestra carne y haremos las cosas por nosotros mismos? Si realmente
elegimos Su camino, debemos dejar nuestra posición y tomar la ultima
silla. Desde su nacimiento hasta su muerte esta fue la parte de
Cristo, Su porción, y Su destino. ¡Como siervos, debemos asumir la
postura del siervo Cristo! No en palabras sino en forma.
Jesús tomó la forma de siervo. Este es el ejemplo que El nos dio.
El problema con tanto de lo que se llama “servir” en los círculos
cristianos de hoy en día, es que hay mucho hablar pero muy poca
forma. ¿Debemos pensar que es excepcional para un hombre que vista
trajes extravagantes, relojes Rolex, vuele en su jet particular y
gane un inmenso salario que se diga de él que “¡Tiene el corazón
de un siervo!”? Si alguna vez hubo una contradicción de términos
es éste, porque el corazón de tal siervo es impugnado por su
posición.
El
Señor no solo detesta un corazón orgulloso, sino también una
apariencia orgullosa y vanidosa. La pregunta que todos nos debemos
preguntar a nosotros mismos es; ¿Tenemos la forma de siervos? ¿Nos
hemos despojado de nuestra reputación? ¿Nos hemos vaciado de la
ambición de escalar posiciones? ¿Tomamos la última silla - como lo
ordenó nuestro Señor - o nos elevamos nosotros mismos por el uso de
vestimentas, trajes y títulos los cuales nos colocan aparte y por
encima del resto del cuerpo de Cristo? ¿Tomamos la forma de siervo
como lo hizo Jesús? Esta es la verdadera prueba del corazón. Las
palabras de Jesús a Pedro “Si no te lavo los pies, no tendrás
parte (porción, destino) conmigo”, fueron una invitación a
participar en Su vida y ministerio (1 Co. 6:9-11). Asimismo ellas son
también para nosotros una invitación.
¡Dios,
danos el coraje de arrepentirnos y volver a las enseñanzas de tu
siervo Cristo! Que podamos morar en tu Hijo y caminar como él lo
hizo. Tráenos de nuevo, como hermanos y hermanas, a ese lugar de
igualdad al pie de la cruz. Mueve a aquellos con oídos que oyen y
corazones deseosos de arrepentirse de su involucrarse en el misterio
de iniquidad para que nuestras reuniones sean de nuevo conocidas por
tu presencia y gobierno y que no sean más la comedia principal de
shows de la noche donde se burlan de nuestra cautividad como los
atormentadores de Sansón. Reconocemos que la invitación de “Sube
aquí arriba” de sentarnos contigo en tu trono y reinar contigo en
vida, esta preparado solo para aquellos que obedecen a tu amado Hijo
y toman la última silla. De otra forma no tendremos parte con El.
Jesús, danos el coraje y resolución de obedecer tus enseñanzas y
caminar como tú caminaste, de odiar lo que tú odias y amar lo que
tú amas, sin importar el costo. ¡Vida! ¡Vida Eterna!
Yo pues os Asigno un Reino - Davis y Clark
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