Charles E. Newbold Jr
Las
personas egoístas que gobiernan las iglesias
a menudo aceleran las cosas para rodearse a sí mismos de una buena
apariencia. La hiper-aceleración en este contexto consiste en
intentar hacer que el Espíritu Santo “suceda” en la fuerza del
yo. Lo que hacen los líderes para pretender la presencia de Dios es
precisamente esa aceleración. Estos líderes tienen que hacer que
sus reuniones ofrezcan la apariencia de que Dios se está moviendo en
medio de ellas, tanto si lo está en realidad, como si no. Obviamente
no lo está, por lo que sustituyen al Espíritu por una especie de
hiper-aceleración. Intentan que sucedan cosas que no están
sucediendo realmente, o intentan aparentar que están sucediendo
cosas que en realidad no están sucediendo.
Esa
hiper-aceleración es la práctica de la brujería. La vemos y la
escuchamos en muchas reuniones de iglesias
“carismáticas”,
conferencias y convenciones en las que el líder de la alabanza y de
la adoración prolonga la música que da energía durante una hora o
más, pretendiendo que el Espíritu Santo está presente o deseando
invocar Su presencia. Cuando el Espíritu Santo escoge no
manifestarse a Sí mismo, la congregación puede ser intimidada por
no cantar suficientemente fuerte, por no hacer palmas suficiente
tiempo, por no orar suficiente, o por no danzar en el Espíritu con
suficiente desenfreno. “Unid vuestras manos y dad al Señor una
ofrenda de palmas.” “¡Que alguien me dé un amén!” Nos
manipulan para hacer y decir cosas que no queremos hacer ni
decir—cosas que no están en nuestro corazón el hacerlas o el
decirlas. De cualquier forma lo falsificamos porque no queremos
destacar en medio de la muchedumbre, o que piensen que somos
rebeldes, ni tampoco ser acusados de apagar el Espíritu. Cuando
falsificamos algo, nos convertimos en un fraude—fariseos.
Los
que practican esta clase de hiper-aceleración, como la que a menudo
vemos en la así llamada “televisión cristiana”, miden
falsamente la presencia del Espíritu Santo por el volumen de la
música, el fervor emocional de la audiencia, el elegante juego de
piernas del predicador, la espontánea profusión religiosa de amenes
de la muchedumbre, el número de personas que yacen caídas en el
Espíritu—“pasando el rato en la alfombra”, tal y como ellos lo
denominan. Algunos ministerios miran a estas cosas para validarse a
sí mismos.
El sistema de la iglesia Ramera - Charles E. Newbold Jr
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