Charles E. Newbold Jr
Era
un buen día para Nabot, paseando por su viña y probando las uvas
mojadas de rocío en la quietud de la mañana. “Una buena cosecha
este año”, pensó para sí, sonriendo y moviendo su cabeza en
acuerdo. 1ª Reyes 21 (con un poco de mi imaginación).
El
sol del oriente cegaba a Nabot, impidiéndole ver a Acab, el Rey de
Israel, que se acercaba nerviosamente hacia él. Acab había salido
temprano esa mañana. Tenía algo en mente. Su palacio estaba junto a
la viña de Nabot.
“¡Oh!”
Nabot se sobresaltó por Acab. “No te oí llegar”.
Acab
no perdió tiempo en hacer su oferta a Nabot. “Dame tu viña para
que pueda tener una huerta junto al palacio”. Te daré una viña
mejor en algún otro lugar, o si lo prefieres, te daré su valor en
dinero.”
Nabot
dio un paso atrás. No podía creer lo que le había pedido. No
necesitaba tiempo para tomar una decisión. Lo soltó directamente de
su boca. “Guárdeme Jehová de que yo te de a ti la heredad de mis
padres”
1ª Reyes 21:3.
El
semblante de Acab decayó. Su corazón se había propuesto a toda
costa la compra de este terreno de Nabot. Angustiado, regresó a su
casa, se acostó, apartó su rostro y se compadeció de sí mismo.
Jezabel
halló a Acab con la cara larga y le preguntó: ¿Por qué está tan
decaído tu espíritu y no comes?”
“Porque
hablé con Nabot de Jezreel y le dije que me diera su viña por
dinero pero el respondió: Yo no te daré mi viña”, dijo
Acab lloriqueando.
Se
levantó y dijo lo que cualquier Jezabel auténtica hubiera dicho en
una situación como esa: “¿No eres tú ahora rey sobre Israel?
¡Levántate! ¡Come! ¡Alégrate!. Yo me encargaré de esto. Te daré
la viña de Nabot”.
Acab
hizo lo que cualquier buen Acab hubiera hecho. Hizo exactamente lo
que ella le dijo que hiciera y nunca cuestionó la forma en que
planeó quitar la viña a Nabot. Un amigo mío lo vio de esta manera:
“Él no deseaba saber por temor a descubrir que sus planes eran
desagradables. Estos Acabs no son estúpidos. A menudo viven a través
de otra persona, es decir, a través de sus Jezabeles”.
No
malgastó el tiempo. Su indiferencia hacia Nabot era obvia. Esta era
su oportunidad de ganar más poder y autoridad para sí misma. Logró
su objetivo gobernando encubiertamente a través de su marido. Ella
era la voz detrás de él. Se apresuró pasando por los siervos que
estaban fuera del aposento de Acab, se quitó su chal de los
hombros, se dirigió hacia el despacho real, cogió un pergamino y
comenzó a escribir cartas a los ancianos y nobles que vivían en la
ciudad. Falsificó la firma de Acab sobre ellos, echó cera junto a
su nombre, y selló cuidadosamente las cartas con su anillo.
“Proclamad
ayuno”, escribió, “Y
poned a Nabot delante del pueblo; y poned a dos hombres perversos
delante de él, que atestigüen contra él y digan: ‘Tu has
blasfemado a Dios y al rey’. Entonces sacadlo, y apedreadlo para
que muera.”
¡Que
terrible! ¿Sabían los hombres de la ciudad, esos ancianos y nobles,
que Jezabel era la autora de esta conspiración criminal? ¿Pretendían
no saber? ¿Desconocían la buena reputación de Nabot, y que esto
era una trama contra él? No importa—siendo los hombres del sí
, que es precisamente lo
que eran—hicieron lo que el palacio real les pidió que hiciesen.
Tuvieron su juicio formal, sentenciaron a un hombre bueno por la
palabra de dos canallas, y le apedrearon hasta la muerte.
Pronto
llegaron las noticias a Jezabel de que Nabot había muerto. Corrió a
los aposentos de Acab, apartó bruscamente la ropa de cama de su
cabeza y le gritó: “¡Levántate!”, “Toma posesión de la viña
de Nabot”; “¡Ya no vive, está muerto!”
Hasta
ahora, muchas preguntas sin contestar. El mal estaba hecho. Acab y
Jezabel tenían lo que querían. O al menos, eso pensaban.
El sistema de la Iglesia Ramera - Charles E. Newbold Jr
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